Resentimiento
El resentido carece de generosidad aunque pueda aparentar una liberalidad que le sirve para congraciarse con las personas a las que quiere engañar o sacrificar
La era del resentimiento ha llegado; quizás es que nunca se fue del todo y ha estado en algún lugar agazapado, esperando su ocasión. Don ... Miguel de Unamuno lo consideraba uno de los pecados capitales, más que la ira y que la soberbia, que ya... Es difícil definirlo con la precisión que se aplica a otros afectos o pasiones. Es el sentimiento de dolor, culpa o tristeza, que, negándose a salir fuera de su esfera, para diluirse en el exterior y así disiparse o sanar, queda guardado dentro del espíritu de cada cual, y muestra su existencia, cuando le conviene. Toma vida, para aniquilar la de quien lo posee. El resentido es como un rumiante, que va masticando lentamente su malestar, hasta transformarlo en una pasta gruesa, deforme e incolora, irreconocible con las causas que lo produjeron.
El resentido es generalmente una persona que carece de algún atisbo de generosidad, aunque pueda aparentar una liberalidad que le sirve para congraciarse con las personas a las que quiere, a la larga, engañar, castigar o sacrificar. No olvida ni perdona la afrenta padecida, aunque no sea real y tenga su lugar en el reino de la imaginación. El ser generoso, por el contrario, no imagina afrentas que no existen, ni tampoco tiene la necesidad de perdonar, ni de ser perdonado, porque comprende los defectos ajenos. La necesidad del perdón viene cuando el sentimiento de culpa trasciende las capas más íntimas de la conciencia y se hace insoportable. Pero solo quien ama puede comprender, aunque haya amores más allá de cualquier comprensión lógica y racional. 'El sentimiento del corazón', que decía Pascal, guiando a través de la oscuridad de las emociones y sentires, buscando en el laberinto de las pasiones el camino hacia la verdad.
Lo peor es cuando el resentido alcanza un cierto grado de poder, que, por su capacidad intelectual o de gestión, no le corresponde, o no debería. Piensa que el mundo, la sociedad, la patria, o su sucedáneo, se lo deben, y que, si hasta entonces no se ha reconocido su mérito, no ha sido a causa de sus defectos y de su mediocridad evidente y probada, de su incapacidad para el cargo, sino por la hostilidad, envidia e inquina de la competencia. El infierno, también el mal, son siempre los otros; nunca son propios, evidentemente. Los demás están equivocados; y, ya que el resentido se siente inocente, intentará en la medida de sus fuerzas aplicar su justicia sobre los que él considera culpables de su situación anterior.
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