Mareas vivas
La fama viene y va, como esas mareas vivas que estos días pasados han llamado la atención de los asiduos a la ciudad
En algún lugar, lejos de aquí seguramente, un águila, desde lo alto de una roca, contempla el horizonte afortunado. Ignoro si las aves rapaces poseen ... sentimientos, o si carecen de los atributos que los humanos, tan orgullosos, elogiamos. Se ignoran tantas cosas, se desprecian otras más: a veces por la pereza que da ponerse a pensar; a veces, por ignorancia. En primavera se acercaron a la ciudad una pareja de milanos, revoloteaban, jugando, movían las alas con la misma habilidad que el más experto de los pilotos, tan automáticos. Luego, en verano, se marcharon, no los volvimos a ver más. No sabemos a dónde, desde qué cima divisan ahora el movimiento de las nubes, en qué atalaya se juntan a meditar.
Durante el festival de cine, tan estimado y denso, se concitan varios espectáculos casi en el mismo espacio. Está el cine de verdad, el que se proyecta en las pantallas de las diferentes salas, con espectadores venidos de diferentes partes del mundo. Y está el propio de los actores y actrices que provocan a su llegada, o salida. Contemplar en carne y hueso a quienes luego serán vistos en la pequeña pantalla del cine de barrio, que aún quedan, o en el salón diminuto de la casa familiar, produce una sensación especial, la misma que surge cuando un futbolista reconocido, más por sus goles que por algún suceso que rodea a esa mecánica deportiva, aparece, como caído del cielo, en la barbería vecina, o en algún bar, que está de moda, precisamente, porque acuden futbolistas y gentes ya famosas.
La fama viene y va, como esas mareas vivas que estos días pasados han llamado la atención de los asiduos a la ciudad. Olas alzadas contra la barandilla que limita la playa, no pudiendo hacerlo contra el destino feroz que las adormila; la playa arrasada, devuelta a su pura esencia, piedra y arena; el cielo de septiembre, combinando esos azules fugaces, huyendo a la carrera, con el gris pesado de las tardes. Se iluminan las calles, se vuelven habitables, y hay un alboroto que invita a la evasión, una alegría, que llama al recreo divertido, a la caridad dulce, a ser partícipes de una fiesta, en la que todos podemos ser actores y, a la vez, espectadores, sin saber muy bien cuáles son los papeles asignados, el tono de la obra.
No hay drama, ni siquiera se siente el ligero olor de la comedia. Es un género vivo, peculiar, que representa la fugacidad de las vivencias humanas, el paso furtivo de la gloria, el intento de quedarse y no irse con el mar.
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