Jardín japonés
Es difícil no deducir que haya un destino trazado por alguien con los cantos rodados del tiempo y que cada cual actúa según el diseño creado para él
La importancia de un árbol, aparte de otras razones, consiste en que bajo sus ramas dibuja el tiempo las distintas sombras de la vida. En ... la infancia, la ilusión del niño se alarga y se tensa más allá de los límites físicos; el ansia puede más que los sentidos, la vista es pequeña, como corresponde, y el espacio inmenso, difícil de abarcar y más de asimilar. En la juventud, las ilusiones toman ya sus alas y se ponen a volar, buscando muros que saltar, confines que traspasar, limites que hollar, imposibles que doblegar. La fuerza y la energía, en general, son mayores que la capacidad para uso y se desbordan como los ríos cuando la tormenta no encuentra freno y las aguas corren devastando a su paso todo lo que no está contenido en diques o presas, y no siempre. En la madurez, es calma lo que se proyecta, la tranquilidad de saber que, aunque uno quisiera, poco podría hacer por deformar lo construido e iniciar algo que no esté ya incluido en el hecho mismo de la subsistencia.
Todas las edades se sienten y se vislumbran, de alguna manera, en un jardín japonés. Las rocas, fijas en el terreno, diseminadas por el lugar, toman el sentido que el visitante quiere darles; pueden referirse a los puntos cardinales geográficos, o a los otros, esos que la mente y el corazón van señalando a intervalos irregulares, como todo. Las rocas afirman, indican el peso de la existencia, pero demuestran su razón inamovible. Hay piedrecillas, sueltas, diminutas y finas, como arena casi, donde se puede dibujar la imagen que uno ve cuando cierra los ojos, reflejos, a veces, del deseo refugiado en la más pura interioridad, donde no agita la brisa, ni conmueve la lluvia, sino una luz escueta. Lo dibujado enseguida se extingue, el momento se difumina, como lo hacen los sueños al despertar, y la realidad se desvela en toda su crudeza e intensidad.
Es difícil no pensar en el presente absoluto y dejarse llevar por las sensaciones y abstraerse de la actualidad. Es difícil no deducir que haya un destino trazado por alguien con los cantos rodados del tiempo y que cada cual actúa según el diseño creado para él, y únicamente para él. Es difícil no creerse uno invencible, insuperable, inabarcable, como Dios, cuando los resultados de las acciones son grandiosos, o sentirse abandonado, caído en desgracia, cuando lo proyectado fracasa y el trabajo no da sus frutos. Un jardín japonés, humilde y diminuto, nos enseña que lo necesario siempre está al alcance.
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