Gabarras
El fútbol se ha erigido en la religión moderna. Siempre ha habido culto al cuerpo musculado, a la prueba dura y cansada, a la demostración de fuerza y agilidad
Nada excita tanto el ambiente como el aroma de la victoria, sobre todo si ha sido duramente elaborada y muy fatigosamente conseguida, como acontece con ... los sucesos fundamentales. Que una victoria sea justa o no lo sea, es cuestión de la conciencia, igual que la idea de la derrota. Hay derrotas que bien pueden argumentarse como victorias, y victorias que saben amargas, porque se han conseguido por azar o gracias a malas artes, que de todo hay en la viña del señor. La derrota tiene normalmente un sabor agridulce, el esfuerzo desplegado, aspecto loable, no ha conseguido su objetivo, el triunfo. Si el fútbol, fuera un juego, como el de los niños en las plazas y parques, poco importaría ganar o perder; tan importante sería la victoria como la derrota, y las jornadas posteriores al partido trascendental serían siempre alegres y jocosas. La gabarra, esa mítica embarcación, que parece que transportara al propio Odisea desde Troya a Ítaca, saldría siempre para regocijo de los bilbaínos y de gente de alrededor, o sea del orbe.
Se celebra la victoria, más cuando es precedida por una sequía de cuarenta años, para apaciguar ánimos airados y pasiones veleidosas. La paz que sobreviene a la derrota no es la misma paz que trae de su mano la victoria. Una es triste, circunstancial, pesada y gravosa; la otra, como el águila vuela, símbolo de autoridad, y baila sobre las aguas, como los santos, y canta sin apenas descanso, en un largo y extenso festival.
El fútbol se ha erigido en la religión moderna. Siempre ha habido, en todas las civilizaciones, culto al cuerpo musculado, a la prueba dura y cansada, a la demostración de fuerza y agilidad. En todas las culturas se han escrito himnos a los atletas que han destacado, por sus victorias, en las competiciones en las que han participado. En la antigüedad griega, los vencedores de las Olimpiadas eran famosos y, por tanto, más conocidos que los filósofos y poetas, lo cual parece a algunos una desdicha, pero así es la realidad. Pocos son los que se emocionan oyendo a un poeta declamar sus versos sentidos, y muchos los que vibran, gritan y lloran, cuando el delantero del equipo del alma marca un gol. Puede que haya poesía en el fútbol, puede que Maradona fuera tan poeta como Borges. Puede que alguien lo explique.
Poco nuevo bajo el sol, y, como en todas las edades, la memoria guarda y atesora el recuerdo de los vencedores. De los derrotados, como de los muertos, solo se acuerdan los allegados.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión