Ficciones
Si el deseo es el motor, para algunos, de la existencia, la realidad no es más que la carrocería de un auto lanzado a velocidades incontrolables
Hay mucha gente que tiene problemas para diferenciar la realidad de la ficción, como hay quienes se niegan a acotar el terreno del deseo frente ... al de la realidad circundante. Si el deseo es el motor, para algunos, de la existencia, la realidad no es más que la carrocería de un auto lanzado a velocidades incontrolables. Se quiere todo, y ahora mismo. Se quiere todo, en el momento en que nace todo, en la fuente del deseo, antes de que baje impetuoso por el propio cauce, antes de que se demore y pierda su fuerza y se diluyan sus contornos, entre la amalgama de pulsiones, afectos, pasiones. Antes de que se pierda disuelto en la nada, que es ausencia, que es niebla, que es vacío.
La ficción es nuestra manera de expresar la experiencia que tenemos del mundo conocido y de sus límites. Escribir, narrar lo sucedido es una de las manifestaciones que asume la memoria para perpetuarse y, a su vez, perpetuarnos en el tiempo y en el espacio. No hay transmisión sin memoria; ni siquiera hay existencia, ni duración, ni fulgor. Todo lo que permanece lo funda la memoria: el dolor por el sufrimiento pasado; el miedo que, aún hoy, enmudece los labios, endurece los oídos, paraliza las piernas; la alegría por sucesos entrañables y gozosos, que marcaron un antes y un después; la pasión por ver un nuevo día y celebrarlo. La memoria, como el astro solar, divide el mundo en dos: por un lado, ese espacio claro y visible; y, por otro, la oscuridad, el olvido y la desmemoria, el páramo incierto. La memoria entabla un diálogo con el pasado y con el presente, con el cuerpo que somos y con el que quizás lleguemos a ser, con los que serán nosotros.
Siempre hay un lugar al que regresar y donde recogerse. Debajo de un manzano, por ejemplo, sintiendo el olor a hierba húmeda, a tierra habitada por insectos, travesía de aves y pequeños animales, uno cierra los ojos y ve la inmensidad que cruza por la mente, nubes que corretean por el cielo como atletas jubilados, el viento que imita el válido de una oveja, el aire que habla en tono amistoso. Así, es fácil soñar historias.
Contar historias, escribir historias, leer historias son artes que sirven para atraer las palabras a la realidad, para decir a los demás y que aprendan, o estén avisados sobre sucesos que muy pocos buscan repetir. Luego, las historias se hacen autónomas y adquieren vida y consistencia. Como seres livianos que son, entran en la imaginación ajena y allí causan sorpresa, admiración, o espanto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.