El baño
El primero es como el primer sueño, liviano, un entrar y salir en una superficie poco transitada, un resoplar y estremecer
Aquello que se sembró en la primavera pasada ha florecido en este pequeño verano. Está muy alta la hierba en las lindes y en los ... parques, llega ya casi hasta la cintura. Algunos perros, asustadizos, no se atreven a entrar, les parece una selva donde acecha el enemigo cruel. Unos cuantos pájaros juegan al escondite en esa inmensidad, se sobresaltan y huyen volando. Otros, de dimensiones evidentes, entran en la vorágine, saltan y desaparecen, vuelven a su refugio. Es como si bailaran sobre las flores descarnadas, sobre el verdor que invade los rincones, asustando insectos y seres aún más diminutos. La danza libera al ser de la pesadumbre de la vida, da alas al aire, ligereza a los sentimientos antes profundos, aporta emoción a lo sórdido y alegría a un cuerpo rígido, duro e inflexible.
Basta un día para equilibrar el mundo, basta un momento en que asome el sol y despierte el ánimo dormido, recobrando la imaginación su sentido, que es el de suplir el vacío con espacio y el silencio con palabras. Corren las gentes alocadamente por la arena fría. El primer baño es como el primer sueño, liviano, un entrar y salir en una superficie poco transitada, un resoplar y estremecerse. Luego, se echan sobre el agua, se quedan allí un rato, lo suficiente para que los músculos se desentumezcan, los sentidos pierdan la rigidez y se vuelvan afilados, tersos, encendidos. Al final, la retirada, la carrera sobre el suelo blando, el olor a salitre que impregna lo visible, el rumor del océano, el vaivén acompasado de las olas, el cielo claro, las gaviotas en vuelo nupcial.
Todas las almas son la misma alma, así como todos los mares son el mismo mar. Cuando una persona entra en la fría masa del Cantábrico, sus movimientos producen un remolino apenas perceptible, pero que se va extendiendo a través de esa gran mancha azulada o verde, según la luz que lo ilumine, hacia otros lugares. Y a la vez que un bañista, en la Concha o en la Zurriola, se adentra para poder ver lo que está posado en el fondo turbio, un pescador o pescadora de perlas se sumerge en el estrecho de Ormuz y pretende encontrar una ostra de gran valor, que le resarza del amplio esfuerzo realizado, y un buceador explora entre las posidonias del cabo de Gata, admirando esa belleza que magnifica su emoción.
Hay quienes nunca jamás pierden la esperanza, la llevan guardada en algún lugar de su ser, invisible a los demás. Brilla al atardecer, cuando viene la noche y la playa queda sola.
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