Europa carraspea
La salud política europea atraviesa momentos bajos. De momento no es grave, pero las instituciones muestran agotamiento y los ciudadanos acusan malestar. La crisis ha ... dejado en el baúl de los recuerdos el estado del bienestar y la recuperación económica que se alardea no consigue levantar el ánimo a casi nadie. Por el contrario, cada vez son más visibles los síntomas de preocupación y pesimismo.
Francia, que siempre es quien mejor refleja la temperatura política, está lanzando aviso a través de las manifestaciones, no del todo pacíficas, pero si totalmente inesperadas, de los 'chalecos amarillos'. Las protestas son bastante habituales en todos los países donde la libertad respalda el derecho a expresarlas, pero lo que está ocurriendo en el país vecino ofrece una originalidad y gravedad que hay que analizar.
No se trata de una reivindicación como tantas. Es atípica en la condición de los participantes, en la carencia de líderes identificables y en la ambigüedad de las razones y exigencias. En España hemos asistido recientemente a explosiones reivindicativas de colectivos que nunca se manifestaban -mujeres demandando la igualdad y mayores en defensa de sus pensiones- que también causaron sorpresa.
Pero lo de Francia va más allá. Empezó con una simple protesta por el aumento del precio del diésel -un combustible que parece estar llamado a desaparecer- y ha llegado a poner en riesgo la estabilidad del régimen democrático que no hace tanto elevó a la Presidencia a Enmanuel Macron, el líder contemporáneo que mayor esperanza despertó en el continente y más imitadores creo su ejemplo.
Vivimos tiempos de cambios muy intensos en todos los órdenes de la vida y además de intensos se suceden con mucha rapidez. Las nuevas tecnologías al servicio de la comunicación y, por lo tanto, del conocimiento y la opinión, es evidente que ejercen una influencia en la información que todavía no se ha conseguido valorar ni, menos aún, saber cómo actuar en la doble dirección, la del aprovechamiento y la de la precaución.
Ya en los Estados Unidos se ha visto que la influencia de los medios convencionales se ha diluido entre el impacto directo de las redes sociales, la velocidad con que se conoce y se olvida la información sobre los hechos relevantes, y las ansias de cambiar la realidad que muchas personas, sienten. Y eso es fácil de entender: vivimos una época de cambios en todo cuanto nos rodea que contagia.
La crisis desencadenada en Francia por los 'chalecos amarillos' ha sacado a la calle a otro colectivo poco proclive a hacerlo, la clase media baja. Y hay quien opina que en el fondo de esta movilización late la desilusión, el rechazo a la desigualdad y la impotencia que se intuye para afrontar un futuro en el que cada vez el éxito está reservado para unos pocos. Europa, que parecía tan saludable, si, empieza carraspear. Confiemos que no llegue al estornudo.
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