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Espirales de vida

Domingo, 8 de agosto 2021, 08:58

La vida es un concepto que admite diversas aproximaciones. Para la biología es la capacidad de nacer, de crecer, reproducirse y morir. Aristóteles la define ... como «aquello por lo cual un ser se nutre, crece y perece por sí mismo», definición no muy alejada de la biología. También se entiende como el tiempo que transcurre desde el nacimiento de un ser hasta su muerte o hasta el presente. En todo caso, me interesa la vida más como camino, como conjunto de experiencias que como tiempo transcurrido; si bien el tiempo siempre nos acompaña y ayuda a identificar las experiencias vividas permitiéndonos construir un relato que nos acompaña a lo largo de nuestra existencia, de nuestra vida. Experiencias situadas en el espacio y en el tiempo y almacenadas en el depósito de nuestros recuerdos y en los depósitos de los recuerdos de los demás. Al final no somos sino seres que vivimos en un continuo presente acompañado de un almacén de recuerdos –que son nuestro pasado y califican nuestra vida pasada, vivida– y de un abanico de ilusiones –que son nuestro futuro imaginado en cada momento– en constante actualización.

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La vida es, sobre todo, un viaje por un camino siempre presente, en continuo movimiento, que nos lleva del origen al final de nuestra existencia. Nos lleva de la niñez a la ancianidad, en el mejor de los casos, en un viaje con principio y final. Un final en donde volvemos a la esencia de nosotros mismos. Y a lo largo del recorrido vamos encontrándonos con otros seres que nos acompañan, que comparten su camino con el nuestro y que hacen su recorrido como nosotros hacemos el nuestro.

Este camino de la vida se despliega en espiral. No es de extrañar que la espiral haya resultado tan sugerente a los filósofos y pensadores, pues encierra toda la fuerza del progreso y del regreso, del salir del origen para crecer y de volver al origen para morir. De hecho, la espiral es una de las mejores representaciones de la vida. Partimos del origen y nuestro camino se abre para progresar. Vamos quemando etapas en las que vamos creciendo, vamos aprendiendo y tomando conciencia de las cosas y nos vamos desarrollando como personas, a lo largo de un camino que nos ofrece el regalo del conocimiento y la sabiduría. La espiral abierta es una espiral que conquista el tiempo y se abre en todo su esplendor para crear, crecer y compartir; para innovar.

Jacques Bernoulli dedicó un tratado titulado 'Spira Mirabilis' (Maravillosa espiral) a la espiral logarítmica. Le asignó el lema 'Eadem mutato resurgo' (Aunque transformado, aparezco de nuevo igual) y llegó a decir de ella que «puede usarse como símbolo tanto de la fortaleza y constancia frente a la adversidad como del cuerpo humano, el cual, tras todas sus transformaciones, inclusive la muerte, será restaurado en su auténtico y perfecto ser».

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Pero la espiral de la vida no es una espiral que se abre sin fin. No es una espiral que crece indefinidamente, pues hay un momento, un punto de inflexión, en el que la espiral mira hacia adentro, inicia su camino de retorno hacia el origen, hacia el inicio de la vida. Es el momento en el que alcanzamos la plenitud y, a partir de ahí, iniciamos una cierta vuelta atrás, en la que el deterioro físico aparece y empezamos a ser conscientes de que la espiral se va cerrando, las fuerzas empiezan a abandonarnos. La espiral se va cerrando para volver al origen, repitiendo las mismas fases que recorrimos cuando nos dispusimos a recorrer el camino de la espiral de la vida en un ejercicio de progreso constante.

Esta metáfora de la espiral de la vida se podría aplicar a las organizaciones, pero lo cierto es que las organizaciones no tienen vida propia. Son el resultado de las vidas de las personas que las forman y de como se entrelazan y se integran a través de su capacidad para cooperar. De ahí que, para cualquier organización, la forma en que se despliegan y se armonizan las espirales de vida de sus miembros resulta determinante, pues es lo que explicará su evolución.

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La espiral de la vida se recorre de la mano del respeto a uno mismo y a los demás, y con el impulso del compromiso con un futuro mejor para nosotros y para los nuestros. Al final del recorrido nos mueve más lo que dejamos y a los que dejamos que lo que nosotros vayamos a vivir. Y aquí emerge algo fundamental para explicar el progreso de la humanidad: la importancia del legado, que supone la esperanza de que nuestra espiral ya agotada sea relevada por aquellas de los que nos siguen, en un continuo enlazar espirales para progresar como especie. Así, lo que nos hace especiales es nuestra capacidad de ir más allá de cada uno de nosotros, de levantar puentes entre generaciones, de convertirnos en constructores e inspiradores de espirales, espirales de vida.

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