Espectáculo bochornoso
Dicen los que entienden que una característica de los inteligentes es hacer fácil lo difícil. Los tontos, lo contrario. Se complican la vida hasta cuando ... utilizan el papel higiénico. Pues bien, a estas horas, pocos han demostrado en el escenario político español que lo que se antojaba complicado se pueda resolver de una manera sencilla, rápida y fácil. A lo sumo, se ha comprobado que la bondad de los números es útil cuando estos no dejan margen a la duda. Para el resto de situaciones, el bochornoso espectáculo que nos ocupa. Han desenrollado el rollo sin saber muy bien cómo usarlo.
No hace mucho, dos partidos de nuevo cuño irrumpieron en el universo político español. Llamados a regenerar lo que calificaban de sistema enfermo y esclerotizado -corrupto también-, alzaron sus voces a favor del diálogo y el acuerdo. Hablar, negociar, negociar y hablar. Esa era una de sus divisas. Apenas establecían líneas rojas, ni cordones sanitarios. Ciudadanos y Podemos parecían surgidos, bien que de posturas ideológicas distintas, para conferir a la política el verbo que necesitaba. Se podía, decían, bien por la izquierda, unos, bien por la derecha y el centro, los otros, dotar de cordura un universo anticuado y paralizado. Como credenciales, ambas formaciones mostraron sus magníficos números inaugurales. Prometían mucho. Y tanto gustó su idea que no fueron pocos los que, motivados, vieron en el diálogo la oportunidad definitiva para recuperar la eficacia política.
Sin embargo, tiempo después, todo es como antes. Permanece igual. Los pactos y acuerdos, demasiado presurosos muchos, no dan solidez gubernamental y quienes los suscriben se esconden tras la espalda las navajas triperas por si el socio de turno se la juega con otra. Esa es la actitud que, basta con ver lo que ocurre en Madrid, predomina en formaciones más preocupadas por tocar el poder que por servir desde la función pública para la que se les ha votado. Ciudadanos, PP y Vox dan a estas horas un espectáculo bochornoso, triste y de una desazón tal que cuesta trabajo creerse una sola de sus propuestas. Y en todo ese totum revolutum, apena ver a Albert Rivera, presa de una ansiedad extrema que le ha situado en la derecha cuando todavía tenía mucho que aprender. Ni siquiera de Manuel Valls que le ha dado toda una lección de práctica política.
Y para mayor hilaridad, la prepotencia de Pedro Sánchez es magnífica. Casi sádica, pues ganas tiene de escuchar su famoso 'no es no' como si de una penitencia se tratara. No, desde la derecha y, si sigue con el juego del rico y el mendigo -el rico es él y el mendigo es Pablo Iglesias-, escuchará un no de la izquierda al que se sumarán el resto de los grupos, llamados en un futuro a darle el sí o la abstención. Es el precio que tiene la chulería. Así juegan todos ellos, como si nada importara a su alrededor. El país necesita un gobierno y ellos se miran el ombligo y compiten para ver quién enrolla el rollo. ¿De verdad que nos merecemos esto?
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