Estampas luminosas
El foco ·
Los grandes eventos de la historia, sobre todo las guerras, los protagonizan y narran los hombres. Esto arrincona la lucha de las mujeres contra el patriarcado y el fascismoCuenta María Zambrano que el 14 de abril de 1931, día de proclamación de la República, se encontraba con su hermana en la Puerta del ... Sol. Un hombre, vestido con una camisa blanca a quien la filósofa asoció con la figura central de 'Los fusilamientos del 3 de mayo' de Francisco de Goya, gritó: «¡Que viva la República!» y añadió: «Que no muera nadie! ¡Que viva todo el mundo! ¡Que viva la vida!».
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María Teresa León recuerda que entre 1931 y 1933 la República nombró a 20.000 nuevos maestros. Mientras que «la otra España, la que perdió su rumbo», asesinó, según ella, a más del 70% de los docentes. También recuerda la escritora la noche en que cayeron seis bombas incendiarias sobre la techumbre del Museo del Prado: «Los aviadores enemigos se excusaban de su torpeza diciendo que no conocían Madrid. Claro, eran alemanes».
Federica Montseny defendía por aquellos años republicanos que la mujer tenía que aprender a andar por sí sola, «hasta ahora, sus andaderas forzadas, contra las cuales se rebelaba como podía, habían sido el hombre».
Josefina Aldecoa relata su trabajo en las Misiones Pedagógicas de la República: «Traemos en estampas luminosas los templos y catedrales antiguas, las estatuas, los cuadros que pintaron los grandes artistas». Y añade su deseo de que todo español no solo sepa leer, sino que también disfrute leyendo. Así se construiría, soñaba la escritora, una «nueva España».
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Carmen de Burgos escribió poco después de ese 14 de abril: «Creo que el porvenir nos pertenece» y en ese «creo» estaban contenidas todas las dudas de quien «ha esperado durante mucho tiempo una cosa muy deseada» y teme miedo a que no sea verdad.
Lucía Sánchez Saornil decía palabras que podrían ser pronunciadas hoy: «No más guerras, dijo la burguesía, y subterráneamente alimentaba los odios (...) e inventaba medios de exterminio». Las armas, defendía la poeta obrera, «ni siquiera sirven para hacer la revolución».
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La conclusión número tres de las actas de la Conferencia Nacional de Mujeres Antifascistas, celebrada en Valencia en 1937, resume: «Creación, al lado de cada fábrica o cada barricada obrera, de comedores colectivos, casas-cuna y jardines de niños». Y dice la conclusión número seis: «Creación de escuelas contra el analfabetismo en el campo y granjas de preparación agrícolas».
Amparo Poch y Gascón, una de las primeras mujeres españolas en completar la carrera de medicina, escribía por aquel entonces: «Nuestra conciencia rechaza de plano la guerra; nuestro corazón no puede admitir la violencia como razonable y justa en ninguna ocasión (...) ninguna guerra es noble, justa, buena».
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Sofía Blasco, conocida como 'la madrecita' en el frente de Guadarrama, exclama, hablando de unas milicianas: «Qué admirables son estas jóvenes que asumen la misma labor que los hombres y, además, cumplen esos servicios que, siempre, se destinaron a la mujer».
Mika Etchebéhère, capitana, cuenta cómo se pasea por las trincheras dando jarabe para la tos a sus milicianos: «De nuevo soy una mamá-capitán que cuida de niños-soldados (...). Yo los protejo a ellos y ellos me protegen a mí. Son mis hijos y mi padre a la vez». También cuenta: «Tengo que continuar, tengo que llegar hasta el refugio (...) mañana y podré quitarme la máscara de mujer fuerte, podré llorar y dormir».
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Todas estas voces surgen de un libro muy especial editado por Libre Feminista, la editorial del colectivo/ librería Mujeres & Compañía. Es un libro que contiene dos. El primero: 'Vencidas, vencedoras', donde se encuentran estas voces y muchas más, como las de Teresa Pàmies, Elena Garro, Matilde Landa, Clara Campoamor o Tina Modotti, entre otras. Y el segundo libro: la reedición del imprescindible testimonio de Juana Doña 'Desde la noche y la niebla' (originalmente publicado en 1978).
Las voces de las 'Vencidas, vencedoras' nos llegan a través de textos breves que condensan la multiplicidad de perspectivas de las mujeres antifascistas: pacifistas, milicianas, educadoras, pensadoras, médicas, anarquistas, republicanas moderadas, comunistas, socialistas, mujeres obreras, rurales, intelectuales. Todas reflexionaron sobre su papel como mujeres en la transformación que comenzó con la proclamación de la II República y que alcanzó su cénit en el transcurso de la guerra. Todas se dieron cuenta de su doble función: como agentes de la transformación política y social de las que fueron protagonistas y como cuidadoras y sostenedoras de la vida. Estas mujeres, como tantas otras que no dejaron constancia de su experiencia, resistieron contra el patriarcado en su encarnación más radical, el fascismo, mucho más de lo que se ha reconocido en el relato histórico.
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Por eso resulta tan ilustrador y, por qué no decirlo, conmovedor, leer sus voces narrando su participación en la defensa de la República: desde la creación de escuelas o comedores sociales hasta la lucha armada, pasando por la educación en igualdad de sus compañeros de fábrica o trinchera. Estos relatos, que combinan la inmediatez del testimonio con la reflexión desde el exilio, complementan al libro de Juana Doña, enfocado sobre todo en lo que sobrevino con el triunfo del fascismo: la represión en las cárceles franquistas de las mujeres que lucharon por una libertad hasta entonces inaudita; mujeres que, antes de pasar por la trituradora del franquismo, habían sido agentes activas de la historia.
La misma Juana Doña dijo hace décadas: «A las mujeres se les han dedicado unas líneas apenas en ese río de volúmenes que se ha escrito sobre la Guerra Civil y la resistencia en nuestro país». A pesar de algunos avances en la historiografía, esta afirmación sigue vigente. Los eventos significativos de la historia, sobre todo las guerras, han sido aparentemente protagonizados por los hombres y, además, narrados por ellos. Esto crea una cosmovisión errónea y también la idea, absolutamente falsa, de que las mujeres no hicieron historia.
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En el antifascismo y, concretamente, en la revolución social y política que se intentó realizar en las primeras décadas del siglo XX y durante la II República española, las mujeres tuvieron un rol fundamental. Precisamente por ello, además de por la misoginia que caracterizó al fascismo, se convirtieron en víctimas de la dictadura franquista. Pero reducir nuestra comprensión de la experiencia de estas mujeres a su condición de víctimas es negar que tuvieron voluntad de ejercer un poder transformador y que, por un breve momento histórico, así lo hicieron.
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