Equilibrio turístico
El turismo es un fenómeno social y una actividad económica que exige racionalidad a la hora de gestionar y afrontar su impacto
Un debate recorre Europa de norte a sur. El turismo se ha convertido en un elemento de debate apasionado. La sensación de saturación turística abona ... la polémica en numerosas ciudades europeas. Las últimas movilizaciones de Málaga expresan un evidente malestar social. Otras capitales ya han sido el escenario de protestas similares. El País Vasco no es una isla y en San Sebastián también comienza a activarse un movimiento contestatario con perfiles difusos. Hay una impugnación genérica que resulta injusta pero que merece una reflexión serena. Se argumenta por parte de los más críticos que la aglomeración de visitantes pone en peligro la vida de los ciudades, que encarece la vivienda, que desnaturaliza su personalidad y que eleva los precios. La discusión sobre la repercusión en la calidad de vida exige racionalidad y requiere desprenderse de prejuicios y contrastar los datos, con sus luces y con sus sombras. Hay una realidad incontestable. Negar los avances del turismo sería remar en contra de la historia. Es una fuente de actividad económica que genera riqueza y empleo que, eso sí, debe ser de calidad. No se puede defender el comercio local con vehemencia pero criticar con crudeza al turista que le da de comer. Hay que analizar las realidades desde muchos ángulos. El turismo se ha convertido en un nuevo fenómeno cultural extraordinariamente dinámico y se ha democratizado radicalmente como hábito de consumo. No se pueden poner puertas al campo en sociedades abiertas con libre circulación de personas. Resulta inevitable que eso puedan incomodar. Nos quejamos del exceso de turistas que nos visitan a diario pero somos también, al mismo tiempo, quienes acudimos como turistas a otros lugares y reivindicamos nuestro derecho a hacerlo. Otra cuestión es que aportemos soluciones creativas y constructivas a los desajustes posibles. Que abordemos determinadas intervenciones para amortiguar el impacto más agresivo desde criterios de sostenibilidad y civismo para garantizar un mayor equilibrio. La panoplia de medidas para aminorar los efectos más hostiles es bien diversa y responden a una decisión de las instituciones por abordar nuevas necesidades y fijar estrategias de control. No cabe a estas alturas una descalificación colectiva y extrema del turismo ni evaluaciones catastrofistas desde una visión nostálgica del pasado que tampoco fue un modelo. Ni vale tampoco un intervencionismo desaforado ni demagógico que ponga en riesgo la seguridad jurídica. Hacen falta debates serenos y realistas.
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