El desafío de la complejidad
El mundo se ha convertido en un lugar en el que el cambio y la transformación generan cotas crecientes de incertidumbre e inseguridad. El conjunto ... de elementos que nos afectan crece de manera exponencial, los estímulos externos se multiplican y nuestro ámbito existencial, el lugar en el que pasan las cosas que nos importan, se ha expandido de forma brutal. Tenemos motivos para sentirnos cada vez menos dueños de nuestro destino, envueltos por espacios de incertidumbre. La falta de certeza, de conocimiento seguro y claro sobre las cosas, se ha convertido en nuestro compañero habitual de viaje.
Este escenario se ve impactado por fuerzas poderosas, como la 'conectividad' de todos con todos -redes sociales, infraestructuras físicas, …- y de todo con todo -el internet de las cosas-, la 'accesibilidad' de todos y a todos -globalización-, la 'movilidad' física y virtual -teléfono móvil, tablets, vehículos, …-, la «capacidad de integrar y manejar datos» -Big data, ordenadores cuánticos, algoritmos,…- y la 'velocidad' a la que todo ocurre. El resultado es un fuerte incremento de la diversidad.
El término complejidad empieza a ser un lugar común a la hora de expresar las características más relevantes del contexto social en el que nos desenvolvemos. La palabra complejidad viene de la cualidad de complejo. Entre sus acepciones, se dice que algo es complejo cuando se compone de elementos diversos, también cuando es algo complicado, o cuando es un conjunto o unión de dos o más cosas que constituyen una unidad. La palabra viene del latín complexus, que significa 'enlazar'. No es de extrañar, pues, que la complejidad resulte un concepto cada vez más usado, pues pone de relevancia la necesidad de enlazar las diferentes expresiones de diversidad emergentes y crecientes en la sociedad; lo que constituye un verdadero desafío.
El prestigioso psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, autor de 'Fluir', entiende que «la complejidad es el resultado de dos procesos psicológicos: la diferenciación y la integración. La diferenciación implica un movimiento hacia la originalidad, hacia separarse de los demás. La integración se refiere a lo opuesto: a la unión con otras personas, con ideas y entidades más allá de la personalidad». Esto, que se puede decir de la personalidad humana, también se puede aplicar a cualquier forma de cooperación, expresada a través de diferentes tipos de colectivos humanos. Con el problema añadido de que, hoy en día, coexisten colectivos distintos a los que la persona pertenece al mismo tiempo, lo que genera sentidos de pertenencia diferentes, demandando formas de cooperación evolucionadas, más complejas.
Así, la complejidad, que resulta de la diversidad, se manifiesta como un oxímoron compuesto por dos elementos en apariencia contradictorios: diferenciación e integración. Una complejidad que encierra el regalo de lo diferente y el conflicto latente para su integración. En la medida en que la diversidad es mayor, crece el desafío de la complejidad, pues crece la necesidad de armonizar diferenciación e integración. Por eso, la cooperación resulta sugerente y fascinante como forma de superación de este desafío.
Así pues, la búsqueda de la armonía en la complejidad a través de la cooperación supone un reto de primer orden, ya que afecta a la manera de organizar y construir nuestra vida en común, nuestra convivencia. Esa tensión entre diferenciación e integración está en la base de la mayor parte de los conflictos políticos con los que nos enfrentamos en la actualidad. También los vivimos en el día a día de las empresas, de los equipos de trabajo, de las familias… En cualquiera de las formas de cooperación en la que participamos en la vida cotidiana. Conflictos cada vez más complejos debido a expresiones cada vez más amplias y ricas de diversidad. La complejidad aparece, pues, como expresión de un conflicto que es reflejo de la vida misma. La vida como un eterno oxímoron, pues nada se entiende sin su contrario: la luz sin la oscuridad, la riqueza sin la pobreza, la juventud sin la vejez, la bondad sin la maldad, la propia vida sin la muerte… Así, todo se define en relación con su contrario. Para comprender el alcance de un concepto es fundamental recuperar la otra parte del oxímoron al que contribuye. Un oxímoron que encierra un conflicto, una contradicción… y una esperanza de resolución del mismo.
Pero que la complejidad sea expresión de un conflicto entre diferenciación e integración no debería bloquearnos, pues, como diría Castilla del Pino, «vivir sin conflicto es imposible; como pretensión, una estupidez. Hay que convertir el conflicto en experiencia que añadir a nuestra construcción biográfica y no en algo que destruya». No se trata, pues, de huir del conflicto, sino de enfrentarlo para superarlo, buscando la armonía en lo que se manifiesta, de entrada, como algo irreconciliable. El desafío de la complejidad se debe abordar de cara, dialogando con uno mismo y con los demás, y asumiendo que la búsqueda permanente de la armonía entre lo que nos lleva a separarnos y lo que nos lleva a integrarnos es la única solución para progresar, pues progresamos como personas individuales y diferentes, pero siempre en relación con las demás.
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