Muchas veces la tecnología aporta nuevas herramientas que causan auténticas revoluciones en la historia y arqueología. En el pasado siglo una de aquellas revoluciones ocurrió ... en 1949 cuando Willard Libby creó el proceso del Carbono 14 para conocer la edad de fallecimiento de seres vivos, animales o vegetales. Un segundo impulso fue el 'reloj molecular' genético, que comparando dos genomas distintos puede decirnos cuando se separaron.
Los estudios genéticos eran útiles pero tenían el problema de su degradación. En muy pocos años se estropean. En 1984 se logró secuenciar los restos de ADN de un animal extinto, el quagga, a pesar de que habían pasado 150 años de su muerte. Ese fue el primer triunfo del llamado 'ADN antiguo'. Con esas técnicas se logró identificar una nueva especie humana -denisovanos- que convivió con nosotros y con los neandertales. También se ha logrado descifrar (secuenciar) el genoma de los neandertales, lo que demostró que salvo algunas poblaciones subsaharianas todas las demás tenemos genes de aquella especie. Pero había una frontera insalvable, la de los restos de zonas húmedas y calurosas, como son las islas de Oceanía, donde el ADN en muy poco tiempo se degrada. Pero en 2014 Ron Pinhasi tuvo la idea de que en la porción petrosa del hueso temporal, uno de los huesos más densos del cuerpo, podría haber ADN que se conservase bastante tiempo. Y efectivamente así era. Utilizando esos restos de ADN más las nuevas técnicas de amplificación y de análisis estadístico David Reich logró demostrar que la isla de Vanuatu, en el Pacífico sur, primero fue poblada por emigrantes de Asia, probablemente Taiwán, y después por habitantes de Papúa Nueva Guinea.
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