Dos mil años en crisis
Es más que evidente que la Iglesia Católica está enfrentando unos momentos muy difíciles. Los escándalos de pederastia protagonizados por algunos sacerdotes y religiosos han ... alcanzado una dimensión insospechada. Están rebasando todos los límites que cabría imaginar en una religión que tiene al sexo como principal tabú. Y, lo peor, no es un problema local ni concreto: tiene ramificaciones por todo el mundo. No es todo el clero ni muchos menos quien está implicado, pero la sensación que causan algunas noticias hace que lo parezca.
Esta situación está llevando a muchas personas, incluidos por supuesto creyentes que se escandalizan, a especular con las consecuencias que pueda tener para el futuro de la institución. La propia jerarquía, que en muchos casos se siente responsable de transigencia y ocultación, no niega su inquietud. Estos días pasados se celebró en el Vaticano una cumbre contra la pederastia. El papa Francisco no regateó críticas a lo que está trascendiendo y anunció una reacción contundente.
Afrontar situaciones de esta naturaleza seguramente viola el secreto de la confesión, que es uno de los pilares de una fe que contempla siempre el perdón tras el arrepentimiento. Pero mantener la reacción a expensas sólo de la disciplina eclesiástica parece evidente que no ha sido suficiente para penalizar semejantes hechos ni lo será. Se trata de acciones que están penalizadas por la justicia civil y la propia Iglesia no puede convertirse en su encubridora.
En ello le va su credibilidad. Especular en estas circunstancias, cuando los ánimos y las opiniones están tan exaltados, es poco ilustrativo. Ni siquiera la jerarquía eclesiástica debe tener claro cómo afrontar el escándalo. Necesita recuperar la confianza y para conseguirlo no van a faltarle enemigos. La experiencia que la historia brinda a raudales no es sin embargo tan pesimista. La Iglesia lleva dos mil años superando crisis. Ninguna quizás de esta naturaleza, pero otras muchas también graves, sí.
Y la tranquilidad para los creyentes es que siempre las ha conseguido superar. Basta remontarse a los primeros tiempos donde la amenaza física parecía imposible que aquella fe pudiese triunfar. Pero triunfó, se impuso a sus enemigos y consiguió extenderse por todo el Orbe. Desde entonces no siempre su evolución fue un camino de rosas. Tuvo que enfrentar a enemigos variados, incluso con las armas, y vencer a los propios internos.
Sufrió cismas que la dividieron, discrepancias como la presentada por Lutero que la zarandearon peligrosamente y, en tiempos aún presentes, persecuciones como las sufridas bajo los regímenes comunistas, en las que ni la argumentación ni la fuerza lograron derrotarla. En muchos casos, como Polonia, sobrevivió de manera heroica, y en otros, como en Rusia, cuando ya parecía vencida, resurgió con más fuerza. La sabiduría y experiencia acumulada constituyen un activo único que los católicos tienen como reserva de esperanza.
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