Errenteria
«Me encanta hacer la vida en el balcón cuando sale el sol»Resurrección Andrés Nacida el 28 de marzo de 1924 | Nacida en un frío pueblo riojano, llegó a Errenteria con 20 años y hoy sopla las cien velas en familia. «Nos vamos de comida para celebrarlo»
Resurrección Andrés (San Román de Cameros, 1924) abre las puertas de su casa a este periódico y lo hace por su propio pie. Sí, hoy cumple ni más ni menos que cien años. El sol y la cocina son sus pasiones y de vez en cuando sale a pasear con sus hijos por el barrio de Gabierrota.
– En primer lugar, felicitarle por sus 100 años. No muchos pueden decir lo mismo...
– Muchas gracias, de verdad. Me encuentro bien y ojalá siga cumpliendo años.
– ¿Cómo se encuentra de salud?
– No me puedo quejar para la edad que tengo. Estoy bien. Me muevo con una muleta pero nada serio.
– ¿Llegan en un gran momento?
– Siempre son bienvenidos. ¿Qué voy a hacer? (risas) Llegada a esta edad, toca disfrutarlo. Lo vamos a celebrar con toda la familia, nos iremos de comida y será una alegría ver a los hijos, nietos y demás familiares en un día tan especial como es el 28 de marzo.
– Cuénteme sobre usted. ¿Dónde nació?
– En San Román de Cameros (La Rioja). Me vine aquí, a Errenteria, con 20 años. Éramos cinco hermanos: Esperanza, Rosa, Aurelio, Julio y yo (los menciona de carrerilla, sin dejarse a nadie). Tengo tres hijos: Gloria –la mayor–, Maite y José Antonio. Y también tengo siete nietos y cuatro biznietos.
– ¿Cómo fue su infancia?
– Pues allí te dedicabas a ir a lavar la ropa al río, a cortar el hielo... es un pueblo que está en la sierra y hacía mucho frío. Nevaba mucho y había que andar bastante para ir a por el agua a la fuente. Después ya pusieron agua en casa de mis padres. La verdad que merece ver el pueblo, si no lo habéis visto.
– ¿Cuántos vivían entonces allí?
– Era un pueblo pequeño, te conocías a todo el mundo. Hoy en día ya no es tan pequeño. Yo soy de las mayores que queda viva, las demás ya murieron. Aunque la última vez que fuimos fue antes de la pandemia. Es un pueblo de cuestas y todo piedritas y ahora con la muleta pues ya no puedo. Me queda alguna prima pero ya los demás se bajaron a vivir a Logroño, que era lo más cercano y se fueron en busca de una vida mejor.
– ¿Cómo cayó en Errenteria?
– Primero vino una hermana mía a trabajar aquí y ella me trajo. Luego estuve trabajando en Villar, hasta que conocí a mi marido José Antonio en los bailes de la Alameda, me lo presentó un amigo suyo. Aquí estuve sirviendo en la gasolinera de Gabierrota que ahora está para los ciclistas. Antes no era automática, había que hacerlo a mano. Eso sí, había cuatro camiones, apenas coches. Allí estaba de interna cuidando la casa y después me mandaban a la gasolinera a completar el día. Mi hermana se casó con un guardia civil que vivía en un cuartelillo de la calle del Medio. Yo luego viví con una hermana de mi marido y compartíamos piso. Después entré en la casa de Gabierrota hace unos setenta años.
– Ha vivido todo tipo de historias desde 1924 (Guerra Civil, dictadura de Franco, el terrorismo de ETA, una pandemia...). ¿Cómo vivió esas épocas tan difíciles?
– Gracias a Dios, yo estaba en el pueblo y hasta ahí no llegaban. A mí no me ha tocado vivirlo. A mi marido sí lo llevaron a Francia de crío. Hoy en día llegas a todos lados, pero en aquel entonces no. De hecho, mi marido trabajaba en la mar hasta que nació nuestro tercer hijo (que lo conoció a los seis meses de nacer, porque estaba pescando el bacalao en la mar y se iban hasta Terranova) y yo me quedé solita con los tres, tirando para adelante. Una vez que subió al pueblo se mareó. Hay muchas curvas y un barranco y acostumbrado a lo otro, le pasó eso. Siempre nos decía: «Por este pueblo no ha pasado Jesucristo» (risas).
– ¿Cómo vivió la pandemia?
– Solita en casa, bueno hasta que falleció mi marido en mayo de 2022 con 98 años. Él era de febrero y yo de marzo, pero de la misma quinta. Mis hijos nos traían la comida con mascarilla y también venía la cuidadora. No venían mucho con el objetivo de protegernos.
– ¿Cómo ha vivido la evolución de la mujer?
– ¡Estoy escandalizada! (risas). Cuando veo porquerías y cosas raras en la tele, cambio de canal. Me parece mal todo. Ahora hay mucha más libertad. Se ve en la televisión, en los programas hay mucho libertinaje. Antes éramos novios y no íbamos ni agarrados de la mano y ahora es todo de otra manera. Prefiero decantarme por ver programas de cocina.
– Y antes se podía vivir sin móvil, hoy se ha normalizado.
– Yo de hecho tuve una temporada pero no me arreglé bien y lo dejé, ni lo cargaba. Solo tengo el de casa. A la calle no salgo sola.
– ¿Alguna experiencia que recuerde con especial cariño?
– Las bodas. Primero la mía, nos casamos a las siete de la mañana y nos fuimos a Logroño de viaje de novios al hotel Numantina y comimos huevos fritos. La de mis hijos también, en general, todas. El año pasado fui a la boda de mi nieta en verano y estuve muy bien. No había bailado tanto nunca, lo pasé en grande. Llevaba el mismo traje que en la boda de mi hijo Josean y entre una boda y otra han pasado unos treinta años.
– ¿Cómo es su vida diaria?
– Muy tranquila. Me levanto y si hay sol salgo al balcón, eso me encanta, ahí hago la vida. Cuando vienen los hijos damos una vuelta pequeña por aquí cerca de casa. Por las mañanas suele venir la cuidadora y después a la tarde se turnan los hijos. La comida la hago yo. Si necesito algo se lo pido a mis hijos. Y luego paso tiempo viendo la televisión, a Arguiñano y otros cocineros (risas). Tengo costumbre de cocinar con poca sal, pero cocino de todo y me puedo organizar.
– Ahora pasa al club de los 100 años.
– Hay varias personas que los tienen, unas trece y todas mujeres. El Ayuntamiento me va a traer un ramo de flores.
– ¿Tiene algún secreto para alcanzar los tres dígitos de edad?
– ¡Todos me preguntan lo mismo! (risas). Sobre todo estar tranquila, luego cada uno tiene su estilo. La que no lleve muleta irá más ligera que yo...
– Hay personas con menos edad que se mueven menos...
– Lo sé, lo sé, y lo agradezco. Al menos la cabeza la tengo bien y puedo estar en mi casa. De esta manera sí se puede vivir.