Ascenso y caída de la filantropía del opio
Miércoles, 3 de abril 2019, 08:39
Cumplen como nadie el retrato robot de las grandes sagas hechas a sí mismas. Al menos ocho de los veinte miembros de la genealogía Sackler ... repartidos en tres generaciones están imputados en el pernicioso negocio del narcótico revolucionario, salido de la adormidera, pero de supuesta liberación lenta.
Todo comenzó a principios de los años cincuenta. Los tres hijos del patriarca de la saga, Isaac Sackler, estudiaron Psiquiatría. Los dos menores, Mortimer y Raymond, levantaron un pequeño laboratorio especializado en laxantes. El mayor, Arthur, se encargó de la mercadotecnia. Tenía una gran experiencia, como demuestra el hecho de que una de sus empresas se anticipara vendiendo las bondades del Valium. Arthur murió justo antes de que OxyContin llegara al mercado, en 1996. Con un solo producto y la complicidad de un buen número de distribuidores y farmacias, amasaron una fortuna conjunta que supera los 12.000 millones de euros; por encima de otros linajes como los Rockefeller.
Su apellido da nombre a museos, universidades e incluso a un asteroide. Los llamaron los 'Médicis del siglo XXI' por una filantropía que intentó lavar su imagen. El Louvre, el Museo Británico, el Metropolitano y el Guggenheim de Nueva York, todos han sido agraciados por su generosa chequera. Y todos rechazan ahora cualquier nueva aportación de la familia.
La segunda generación, ya extinta, dejó huérfanos a seis de los ocho acusados: Ilene, Kathe y Mortiner (hijos de Mortimer) y a Richard, David y Jonathan (de Raymond). Se suman también al banquillo las viudas: la de Raymond, Beverly Sackler, y la de Mortimer, Theresa Sackler, que es dama del Imperio británico por sus generosas donaciones a centros de arte anglosajones.
Su vinculación con el Reino Unido arrancó cuando decidieron crear allí Mundipharma, la filial desde la que han intentado conquistar el mercado mundial de opiáceos. Un aspecto que ha llevado a congresistas republicanos y demócratas a acudir a la Organización Mundial de la Salud para advertir contra sus prácticas comerciales.
A los expertos les llama la atención el que su apellido no figure en los nombres de sus empresas, una prueba de que «no están orgullosos de sus productos como lo están los Ford o los Hewlett, porque sabían lo que estaban vendiendo».
«Vergüenza de Sackler»
El apellido de estos potentados de la farmaindustria se ha convertido en sinónimo de desprecio. Le comparan con los carteles mexicanos, con la diferencia de que «Sackler vende su droga en las farmacias».
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