«Tengo miedo del aire»
carlos benito
Jueves, 13 de febrero 2020, 06:19
El estado de ánimo de los vecinos de San Lorenzo y San Antonio, los barrios de Ermua más cercanos al vertedero de Zaldibar, está ... sometido estos días a dos fuerzas opuestas. Por un lado están las llamadas a la serenidad con el mensaje del alcalde y todos los comunicados oficiales que hablan de aire limpio, de agua segura, de vigilancia constante. Pero, por otro, no pueden sustraerse a lo que registran sus sentidos. Al salir de casa, dirigen la mirada hacia el final de la Avenida Gipuzkoa y ven la funesta humareda que continúa saliendo de la montaña, donde está el vertedero de Zaldibar. Si sopla viento sur, como ayer, el aire de la calle se nota turbio, enrarecido, con un desagradable olor a plástico quemado.
A partir de ahí, la forma de ser de cada cual ejerce de árbitro y decide quién se acaba imponiendo en ese combate interior. Hay quienes saben distanciarse del asunto, otros arrastran preocupación, y no faltan los que están viviendo estos días con auténtico miedo, temerosos de que el desastre del vertedero pueda empeorar aún más y derivar en crisis de salud pública. Eso sí, hay algo en lo que coinciden todos: se declaran indignados por lo que está ocurriendo a tiro de piedra de sus casas -las menciones a las víctimas y al sufrimiento de sus familias son constantes- y por lo que se hacía allí sin que la mayoría de ellos lo supiera.
En la puerta del bar Donosti, la tertulia arranca con frases inusuales. «¡Qué peste!», saluda un parroquiano. «Es que hoy es horrible. Hay más humo que otros días», resume Jennifer Aguia. El tema de conversación va atrayendo como un imán a vecinos como Jesús Puelles, que ha extremado sus precauciones: «Yo, por si acaso, prefiero comprar agua embotellada hasta que se aclare todo esto». Todos hablan de camiones que pasaban día y noche, en una procesión interminable que a algunos les daba mala espina. «¡Qué bomba atómica teníamos ahí!», se asombra Jennifer.
«Hoy es horrible. Hay más humo que otros días. ¡Qué bomba atómica teníamos ahí!»
Un helicóptero que sobrevuela la zona en círculos refuerza la idea de que la situación está muy alejada de la normalidad. A un lado de la calzada, unos policías sacan fotos del humo con los móviles. «Yo tengo miedo del aire. Suelo ir a leer el periódico a la plaza y el otro día tuve que marcharme, porque me encontraba respirando mal», relata Julio de Prado, delicado de salud. Al final del casco urbano está el colegio San Lorenzo, tan cercano al monte que las tensiones allí se disparan. La directora se ciñe a la tranquilidad de los «datos objetivos», pero los padres cuentan que algunas familias han amenazado con no llevar a sus hijos a clase. «Yo querría mandar a los críos para el caserío de mis suegros, en Berriatua, pero a lo mejor esto se alarga meses. Yo misma me estoy planteando irme al caserío. Aquí me arden los ojos. A los niños les he prohibido beber agua del grifo en el colegio», dice Claudia Díaz, una de las madres.
En los últimos bloques de Ermua cunde el descontento. Paulino Casado carraspea y tose, con «la garganta muy jodida», y su amigo Iñaki Illana pasa al ataque: «Esto tenía que reventar por algún lado. Pasaban camiones las veinticuatro horas del día. Y, ahora, lo que retiran nos lo están echando ahí mismo, a cincuenta metros de casa. Dicen que es tierra limpia, pero los ves con los buzos blancos». Ciertamente, lo que van recogiendo las excavadoras va a parar al antiguo acceso a la autopista, del que Nieves Egia tiene una espléndida panorámica desde su ventana: «Estoy muy cabreada, me lo están echando delante del morro mientras oigo que no saben qué hacer con ello. No soy alarmista, cuento lo que veo desde casa. ¡Nos vamos a tragar toda la mierda que hay!».
En la parte alta de Eitzaga se encuentra el puñado de caseríos que se abastecen de agua de manantial, cuyo consumo han «desaconsejado» las autoridades. «Estamos comprando botellas. Nos han dicho que más tarde nos van a traer agua», explican los primos Jokin e Ibai. «¿Miedo? Al principio, sin más, pero ahora sí estamos un poco acojonados».
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