Yassine Khouader en la vivienda en la que ha conseguido una habitación de alquiler MICHELENA

Las voces del Infierno

El pabellón abandonado donde vivían decenas de inmigrantes fue desalojado en noviembre. DV habla con tres de ellos que tratan de recomponer su vida

Estrella Vallejo

San Sebastián

Domingo, 28 de marzo 2021, 14:43

El pabellón abandonado donde vivían decenas de inmigrantes fue desalojado en noviembre. DV habla con tres de ellos que tratan de recomponer su vida

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Yassine Khouader (Marruecos), ha conseguido una habitación

«Sin trabajo y siendo marroquí ha sido difícil que me alquilaran una habitación»

A la izquierda, Yassine en la casa en la que reside. A la derecha, imagen del pasado abril, cuando vivía en el Infierno. Michelena/Usoz

El ... caso de Yassine Khouader es la representación de la esperanza. Resulta emocionante ver la sonrisa con la que este marroquí abre la puerta de su hogar: «Ahora te puedo dar la bienvenida a una casa», exclama con una felicidad que le brota por los ojos. Su gesto poco tiene que ver con el del pasado abril, cuando al inicio de la pandemia, invitó a este medio a conocer a grandes rasgos cómo vivían el confinamiento domiciliario las personas que no tenían un hogar. En aquel encuentro mostró el interior de 'La Fábrica', un edificio abandonado en el Infierno, en Donostia, habitado por cerca de un centenar de inmigrantes que habían hecho su vivienda de aquel pabellón destartalado, sin ventanas y con las necesidades básicas cubiertas por los pelos, y que fue desalojado en noviembre.

El paradero de aquellas personas es variado, pero lo que ha conseguido este marroquí de 23 años no solo es excepcional, sino que supone además un gran paso hacia esa nueva vida que vino buscando cuando se fue de Marruecos en 2019.

Yassine enseña su habitación, con el espacio justo para una cama de 90 centímetros, una mesa y un pequeño armario, además de la cocina y el baño que comparte con los propietarios de la vivienda y otra media decena de personas. Una maravilla, y más aún teniendo en cuenta que llevaba viviendo prácticamente a la intemperie desde hacía un año. Pero el camino no ha sido fácil, y reconoce no sin cierta tristeza las constantes negativas a las que ha tenido que enfrentarse y digerir. «Ha sido muy frustrante», confiesa sentado en una silla en la cocina.

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Las reiteradas advertencias de que 'La Fábrica' iba a ser desalojada hicieron que los inquilinos de este pabellón no se tomaran demasiado en serio el último aviso, pero fue real. «Aquellos días fueron un horror, porque no tenía a dónde ir». Yassine consiguió un hueco en Abegi Etxea, donde permaneció los cuatro meses siguientes, pero se acercaba la fecha en la que debía abandonar el recurso municipal, y las trabas se le amontonaban.

El Ayuntamiento de San Sebastián, a través de las ayudas de emergencia social (AES), asume el 70% del coste de una habitación, pero siempre que la persona beneficiaria garantice que puede costearse el 30% restante. «Si no tienes ahorros, que en mi caso es evidente, y legalmente no puedo trabajar, es imposible conseguir dinero para pagar esa parte», dice resignado.

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«Me encantaría hacer Informática, pero sé que es difícil acceder, así que hago cursos en internet y a la vez estudio restauración»

Este joven está empadronado en Donostia, «pero necesita tres años de empadronamiento y un contrato laboral de un año -aunque no es legal hacer contrato sin dicha documentación- para que le puedan tramitar los papeles y empezar a gestionar así su permiso de residencia», explica la voluntaria de la Red de Acogida Ciudadana, Tanit Esnal.

El boca a boca

La voluntaria tuvo que remover Roma con Santiago, pero finalmente Agisas, la asociación guipuzcoana de integradores sociales, accedió a asumir el 30% que le hacía falta a Yassine para acceder a un alquiler, porque el resto de instituciones no le concedían ninguna ayuda al entender que no era un gran dependiente. En ese momento, se presentó otro problema: encontrar una vivienda.

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«Fui con Tanit a ver varios pisos de estudiantes, porque lo que me apetece es conocer gente de aquí e integrarme, pero luego no me llamaban o me decían que no. Ser marroquí y no tener trabajo lo ha hecho todo más difícil», explica. «El rechazo de todos los pisos, de las ayudas, el tiempo se agotaba y le iban a echar del albergue... Recibir tanta negativa por todas partes, cuando además está haciendo las cosas bien para abrirse un camino es muy frustrante», comenta Tanit Esnal, quien es para Yassine «un regalo de Dios», por todo lo que le ha ayudado.

Finalmente, el boca a boca le llevó hasta este inmueble en el barrio de Altza en el que se encuentra «como en un sueño», y eso le permite centrarse en sus estudios. Le «encantaría» acceder a la universidad y «estudiar desarrollo informático, pero sé que es difícil, así que voy aprendiendo lo que puedo en internet», mientras continúa con su curso de restauración en Cebank. Además, este joven también recibe de Agisas mensualmente otros 50 euros para desplazarse al centro de estudios, así como una caja de comida seca, que complementa «con lo que cocino en el curso, y que me dejan llevármelo a casa».

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Justice Abbn (Ghana), 4 meses durmiendo en la calle

«Suelo cambiar de sitio. Me fui de Atotxa porque me tiraron algo en llamas»

Justice Abbn lleva cuatro meses durmiendo en la calle. Michelena

Desde que desalojaron el Infierno hace ya casi cinco meses, Justice Abbn ha ido variando cada cierto tiempo su lugar de pernocta, y no precisamente por voluntad propia o porque se aburriera de las vistas. La vida de las personas sin hogar, por muy bonita y pacífica que sea la ciudad en la que habitan, tiene sus propias normas, jerarquías y peligros como bien tiene recogido en su móvil en un vídeo en el que aparece «algo quemándose». «Me desperté de golpe, porque me lo habían echado encima», lamenta.

Este hombre de 39 años, nacido en Ghana, tiene todas sus pertenencias guardadas en esa mochila azul. Se aferra a ella y a su teléfono, donde guarda además las fotos de su vida pasada, de su mujer y sus dos hijas, de cuando vivían en el país africano antes de que él saliera en busca de una vida mejor que aún no ha vislumbrado ni de lejos. No deja claro si su familia es consciente de las penurias que está pasando por intentar traerles algún día.

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«Miro las fotos de cuando vivía en Ghana con mi familia y no me reconozco. Dormir en la calle te cambia mucho»

Mientras pasa las fotos de su familia vistiendo prendas coloridas que contrastan con el tono tierra del fondo se cuela una imagen suya, sonriente. «Casi no me reconozco. Dormir en la calle cambia mucho», dice apenado y con algo de razón.

Para él, el cierre del Infierno le ha obligado a asomarse a otro averno, porque sin documentación no tiene salida. Justice partió de Ghana en 2018, logró cruzar el desierto y llegar a Libia, donde permaneció nueve meses. Allí le robaron su pasaporte, pero consiguió hacerse un hueco en una patera e ir a la deriva durante seis días, hasta que el Ocean Viking les rescató y les dejó en Italia. Su meta era llegar a España y acabó en San Sebastián, y concretamente en 'La Fábrica', «gracias a unos amigos».

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Con el cierre del Infierno, se resistió hasta el final, pero no por nada. «No tenía a dónde ir, y por eso esperé hasta que nos echaran, pero fue una situación muy desagradable», recuerda.

Desde entonces, Justice está en la lista de espera para acceder a algún recurso municipal, pero «al ser fuerte y estar tranquilo no soy una prioridad». Sin pasaporte, toda la tramitación ya enrevesada de por sí se complica. «Yo no he venido aquí para pedir en la calle, quiero trabajar, pero no me dejan». Hasta nueva orden, seguirá buscando nuevos rincones en los que pasar las noches, y alimentándose únicamente con la bolsa de comida seca que la Red de Acogida Ciudadana entrega cada viernes.

Athmane Keddou (Argelia), duerme en el albergue de Uba

«Hasta mayo puedo estar en Uba, y después ya se verá»

Athmane Keddou, frente al albergue de Uba. Michelena

Estos meses están siendo para Athmane Keddou sinónimo de tranquilidad. Ahora puede dormir en el albergue de Uba, donde el Ayuntamiento de Donostia ha trasladado temporalmente el servicio del Gaueko Aterpea para personas sin hogar. Tiene su propia habitación individual donde descansar y guardar sus cosas, y eso ahora mismo vale oro, por mucho que solo tenga autorizado acceder al alojamiento a partir de las 20.00 horas y los días se le hagan eternos sin saber qué hacer en la calle, o por mucho que sepa que en mayo tiene muchos boletos de volver a dormir a la intemperie. Lo que le importa es que «ahora puedo estar en Uba, y a partir de mayo, ya se verá».

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Este argelino de 29 años llegó a Donostia en julio de 2019 solo y sin conocidos a los que recurrir. Pasó algo más de medio año buscándose la vida y durmiendo en la calle. Cuenta que «iba moviéndome por el puente de Intxaurrondo, Martutene, Amara...», pero el día a día de un sintecho no es sencilla, y al frío y la incomodidad de tener que dormir al raso se le suma la inseguridad y la merma psicológica que provoca. En su caso, un día encontró todas sus pertenencias «quemadas», reducidas a cenizas. «Así es vivir en la calle, es muy duro resistir el día a día», resume en un castellano básico que está mejorando gracias a los tres días de clase que recibe en la EPA, «y que vienen bien para llenar las horas».

«Cuando dormía en la calle me quemaron todas mis cosas. Así es no tener una casa. Es muy duro resistir el día a día»

Con el tiempo, Athmane fue ampliando su grupo de amistades, conoció a otros magrebíes y terminó haciéndose con su propio espacio en 'La Fábrica', que es como denominaban al primer edificio abandonado del Infierno, el más cercano a la gasolinera. «Vivíamos con gente de Argelia, Marruecos, africanos... Gente mala y buena, como en todo, pero todo tranquilo y nos respetábamos, podías pasarte el día entero ahí porque era como tu casa».

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Tras el desalojo del pabellón en noviembre, este argelino volvió a la calle, y a dormir sobre el asfalto. Tuvo que esperar dos meses en la lista de espera para entrar en el recurso municipal de acogida nocturna de Donostia, pero sabe que tiene fecha de caducidad y que sus alternativas son limitadas.

Donostia concentra un 15% más de plazas para la exclusión de lo que le corresponde

La concejala de Servicios Sociales del Ayuntamiento de San Sebastián, Aitziber San Román, reconoce que no le extrañaría que tras el cierre del Infierno se haya incrementado la demanda de recursos municipales por parte de personas sin hogar. Una realidad que dilataría aún más el acceso a una plaza, debido a que por motivos sanitarios ya no es posible mantener la rotación que se realizaba antes de la pandemia. No obstante, precisa que el perfil de estas personas es variado y que hay quien prefiere prescindir de estos servicios, porque implican el cumplimiento de unas normas, que no todos están dispuestos a acatar.

El Ayuntamiento donostiarra creó recientemente 29 nuevas plazas para la exclusión, lo que supone que la capital guipuzcoana concentra el 40% de las camas municipales para este fin, un porcentaje superior al exigido por la ley, que ronda el 25%.

En total, actualmente hay 40 plazas en el Abegi Etxea, 22 en el Gaueko, que habitualmente está situado en Zorroaga, pero que al inicio de la pandemia fue trasladado al albergue de Uba hasta el 31 de mayo, y otras 21 plazas de pisos tutelados, al margen de otras camas que se facilitan a través de las asociaciones.

«Resulta lógico que cuantos más recursos ofrezcas, más gente acuda, pero se está produciendo una descompensación entre localidades que no es positiva, y que también la están viviendo en Errenteria o Irun». La concejala señala que en el territorio faltan 223 camas.

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