Senderos de gloria
La vuelta de la rutina en septiembre, pese a la mala fama que tiene y el contexto que se avecina, se convierte en todo un anclaje emocional
La vuelta a la 'normalidad' puede ser una rutina fastidiosa, pero también fascinante. Partamos de esta versatilidad de entrada, que es el reglamento tácito de ... estos tiempos eclécticos. Ya se nos había olvidado pero ahora que estamos a punto de que las mascarillas dejen de ser obligatorias en el transporte público podemos disfrutar de esa cotidianeidad de la que nos quejamos a menudo hasta que no la tenemos y la echamos de menos. Ley de vida que no debemos nunca perder de vista para valorar aquellas pequeñas cosas que cantaba Joan Manuel Serrat y que escuchábamos con dulzura poética cuando éramos jóvenes: «Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta».
La vuelta del Zinemaldia con la alfombra roja y los aforos completos nos marca el ritual de septiembre, con el cine como compañero de viaje. La visita se agradece todos los septiembres. Pero ahora que compruebo hasta qué punto el cine de sala tradicional ha quedado herido por la pandemia, y gravemente, no consigo quitarme de encima cierta sensación nostálgica del tiempo pasado y hasta qué punto el Festival no deja de ser, con sus luces, que son muchas, un espejismo efímero, una pasajera factoría de emociones. Nos sirve, claro, para reivindicar la fuerza liberadora que tiene la cultura y la energía que desprende.
Ya sé que la rutina tiene muy mal jefe de prensa, pero me atrevería a decir que su regreso es casi como un anclaje emocional en este mundo en el que las relaciones líquidas, y gaseosas, conviven con los modelos tradicionales de familia y lo que parece sólido muchas veces no es de fiar y se lo lleva el viento a la primera ráfaga.
Se agradece la firmeza de Rebordinos frente a la caza de brujas en estos tiempos de valores líquidos
Lo transgresor va a ser ahora la defensa de la presunción de inocencia y la palabra de los tribunales
De la vuelta del Zinemaldia una de las cosas que más me han gustado ha sido la valentía de su director, José Luis Rebordinos, cuando se envuelve en la bandera de la libertad de creación y aborrece de la Inquisición, de cualquiera, a la hora de seleccionar películas. En sus entrevistas y en sus palabras la alusión me ha parecido valiosa y acertada. En estos tiempos tan políticamente correctos romper determinadas lanzas sigue siendo un ejercicio de libertad de conciencia, aunque se quiebren algunos dogmas y prejuicios y se escandalicen algunos falsos progresistas a los que les va la marcha de la caza de brujas.
En eso hemos retrocedido de forma alarmante. Lo transgresor va a ser ahora defender la presunción de inocencia frente a la presunción de culpabilidad o esperar a la palabra firme de un tribunal. Es triste pero estamos así. Las manecillas del reloj de la historia se han quedado quietas. O han ido hacia atrás.
Este repliegue afecta a múltiples vertientes de la vida cotidiana en las que el maniqueísmo embrutece los debates. En Europa hemos vivido sobreprotegidos mucho tiempo y ahora que llegan las vacas flacas nos toca apechugar con lo que viene, que nadie sabe a ciencia cierta si es tan catastrófico como algunos agoreros vaticinan. Compramos más leña para calentarnos y en los días más fríos nos pondremos en casa jersey de lana, que es otro de los anclajes emocionales, como la sopa de pescado familiar que preparaba mi madre y que ha sido una referencia transversal de generaciones.
La coyuntura es para salir corriendo pero el instinto de supervivencia nos va a obligar a todos a medir y gestionar todas nuestras fuerzas y debilidades. Incluso aunque el mundo vaya mal y los ultranacionalismos agresivos devoren las conciencias como caníbales en una isla de náufragos. O aunque el militarismo de los imbéciles que denunciaba Stanley Kubrick en la mítica 'Senderos de gloria' haya vuelto al corazón de Europa con un salvajismo bastante similar al de la contienda bélica de 1914, algo que no pensábamos cuando hace unos meses Rusia invadió Ucrania y nos quedamos estupefactos y con cara de póquer frente al regreso del zarismo. Por eso, es bueno que estos días el cine nos haga sentir y pensar que, pese a todo, esa Humanidad de la que formamos parte no tiene por qué estar condenada ni al diluvio universal ni a la hoguera de los infieles, aunque unos cuantos se empeñen en ello.
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