«Salir de un país como Afganistán es el último recurso, lo que nadie quiere hacer»
Meritxell Relaño Directora adj. Emergencias Unicef ·
El asedio talibán ha vuelto a situar el foco mediático internacional en la crisis afgana, pero organismos como Unicef ya habían avisado de la crisisTras cuatro años trabajando en Yemen, Meritxell Relaño (Durango, 1972) trabaja ahora en Ginebra, desde donde analiza la situación en Afganistán.
– ¿Cómo están abordando ... la nueva situación en Afganistán?
– Llevábamos tres o cuatro meses preparándonos para esta emergencia, pensábamos que tendríamos alguna semana más, pero Kabul cayó más rápido de lo esperado. Sin embargo, ya habíamos hablado con países que rodean a Afganistán para recibir posibles refugiados y habíamos previsto cómo garantizar suministros en el país.
– ¿Con qué se han topado?
– Unicef lleva 65 años trabajando en Afganistán y esta es una crisis más dentro de todas las que han habido en el país. Y apenas lo hemos oído, pero la crisis ya era enorme antes de que los talibanes tomaran el poder totalmente, porque en muchas áreas ya lo tenían. La situación ya estaba muy deteriorada. Hay más de 18 millones de personas con necesidades humanitarias, una de las cifras más altas del mundo. No está habiendo tantos refugiados y lo más terrible se da dentro del país, con mucho desplazado interno, sobre todo en Kabul. Sigue la sequía que se alarga casi todo este año y hay casi doce millones de personas que ya estaban en unos niveles de inseguridad alimentaria enormes.
– El Programa Mundial de Alimentos ha alertado esta semana de ello, del hambre y la sequía.
– Hay unos niveles para medir la inseguridad alimentaria, IPC (en inglés, Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases, CIF), que van del 1 al 5, y hay 3,5 millones de personas en el nivel 4, lo que significa que tienen para comer una vez al día. Es una cifra enorme. Y en Unicef estimamos que hay un millón de niños sufriendo malnutrición severa. Con la situación actual se han disparado las necesidades de protección. Ha habido muchos casos de separaciones familiares, sobre todo por el casi medio millón de personas desplazadas que están en gran riesgo de vulnerabilidad. Y tenemos documentos informales de reclutamiento de niños por parte de actores armados.
– Pensando en el futuro, la educación se habrá resentido...
– Antes de la toma de poder de los talibanes, ya había 4,2 millones de niños que no iban a la escuela, de los cuales el 60% estaban en las zonas más complicadas de acceder. Además, solo algunas escuelas privadas pudieron gestionar el Covid y otras muchas cerraron, lo que dejó a casi 9,5 millones de niños fuera de la escuela. Muchos pudieron seguir yendo a escuelitas comunitarias, que es lo que Unicef siempre ha estado apoyando. El impacto en la educación ahora no se ha visto tanto porque es periodo vacacional, pero no deja de estar ahí. Seguimos trabajando con más de 300 personas, repartidas entre la oficina central en Kabul y otras trece en todo el país, distribuyendo agua a las poblaciones desplazadas y construyendo letrinas, también en escuelas.
– ¿Las niñas volverán a clase?
– Los talibanes han dicho que sí lo harán, pero hasta que no lo veamos... Y sobre todo nos interesa que las mujeres profesoras puedan seguir trabajando.
– ¿Cómo ve el sistema sanitario?
– Cerraron los centros sanitarios dos días, pero los reabrieron y la atención primaria ha seguido. Hay que señalar que muchos centros sanitarios los gestionan ONG.
– ¿El foco sobre la crisis en Afganistán se debió haber puesto antes de la reconquista talibán?
– Sí, pero a nosotros no nos ha cogido por sorpresa. Por eso las organizaciones humanitarias estamos pidiendo a los talibanes que nos abran espacios seguros para poder operar allí. Estamos en eso y en tratar de convencer a las autoridades que dejen a las niñas volver al colegio y a las mujeres acceder a los servicios de salud y a trabajar. En los centros de salud ya han podido volver.
– En esas conversaciones con el poder, ¿perciben que estos talibanes no son como los de 1996?
– Solo han pasado unos días, y a partir de ahora se irá viendo. Nuestros interlocutores en los ministerios de salud o educación no han cambiado. El personal técnico que no es político sigue en sus trabajos. Y vamos a abogar por que no se pierda lo ganado en veinte años.
– Han salido del país políticos, deportistas, cineastas... ¿Inquieta que se quede la población más perseguida y la más necesitada?
– Me alegro por los que han salido, pero nosotros nos concentramos en los que se quedan y en los refugiados que pueden salir a países vecinos, como Irán. Y vamos a necesitar ayuda de la comunidad internacional para poder ayudar a los que están en el país, porque la situación ya era terrible antes por la inseguridad alimentaria o la falta de agua. Además, ahora vendrá el invierno, que allí es muy duro y difícil para las poblaciones más vulnerables: se necesitará ropa, tiendas de campañas...
– ¿Confían en que se puedan abrir esos corredores humanitarios?
– En eso trabajamos junto a otras agencias, porque ahora no lo hay, al margen de los vuelos que salen de Kabul. Metemos suministros por carretera desde Pakistán, pero necesitamos un puente aéreo.
– Quiero pensar que los talibanes serán sensibles a esa ayuda.
– Tenemos confirmación de que quieren que la comunidad humanitaria siga en el país, al igual que la ayuda al desarrollo, que ahora está parada, pero se necesita. Son conscientes de que no pueden afrontar solos las situaciones de malnutrición, sequía, etc. Hablo del Programa Mundial de Alimentos, de la Organización Mundial de la Salud, Unicef, Ayuda a la Infancia, Médicos sin Fronteras y otras agencias y ONG.
– ¿Desde Ginebra entiende decisiones que cuando estaba sobre el terreno no comprendía?
– Efectivamente, porque desde aquí se ven las cosas un poco más fáciles. Por ejemplo, al decir que tienen que salir todos porque vuelan balas por encima de ellos, mientras que quienes están en el terreno comprometidos con la población, no quiere dejar sus puestos, aunque sea temporalmente. No queda más remedio que hacerlo, pero créeme que no quieren dejar a la gente abandonada. Y así estamos nosotros, como también otras agencias y oenegés. Salir del país es el último recurso, lo que nadie quiere hacer.
– Hablemos de Yemen, que lo conoce bien. Ahora está en segundo plano, pero Unicef esta semana recordaba que cada 10 minutos muere un niño... Tremendo.
– Es tremendo, sí. Cuando yo llegué a Yemen en octubre de 2015, pensábamos que la crisis podía durar dos o tres años, pero la situación sigue siendo dramática. Los hutíes siguen dominando casi el 80% del territorio, continúan la guerra y los bombardeos, aunque ahora sean más selectivos y estratégicos. Salí del país en febrero de 2019 y casi nada ha cambiado.
– Y tampoco en otros países...
– Ahí están Siria, la República Centroafricana... El caso de la República Democrática del Congo es diferente, pero también tiene áreas en conflicto y situaciones de salud graves. Haití es un caso paradigmático: un terremoto destruye un país que ya tenía serios problemas políticos dado que algunas zonas estaban tomadas por bandas criminales, luego se invierte durante diez años para reconstruir el país y, cuando se recupera, llega otro terremoto.
– ¿No frustra trabajar en países en un contexto de crisis crónica?
– Es complicadísimo y frustrante, efectivamente, pero nos guiamos por principios humanitarios y seguimos. Es menos frustrante trabajar en programas de desarrollo, como en Zimbabue, Costa Rica, Panamá o Ghana donde pones en marcha sistemas que quedan en el país para que avance. Pero en cuestión de emergencia humanitaria, en muchos países vamos a tener que seguir estando presentes, y más aún con el cambio climático. Cada vez se van a dar más inundaciones y sequías. No es igual cómo puede afectar a un país como Alemania o a otro con menos capacidad, donde muchísima gente pierde su medio de vida, sus campos, sus animales.
– ¿Cuáles son las necesidades más acuciantes para intervenir a nivel global?
– Distinguimos varios tipos de crisis: las causadas por eventos climáticos, los conflictos armados y las emergencias de salud pública como el ébola. A cada crisis le corresponde una respuesta distinta, luego existen las crisis que tienen un poco de todo, que cada vez tenemos más: crisis económica y sanitaria, conflicto armado y, a la vez, un desastre climático.
«Si no paramos el virus en otros países, aquí tampoco se detendrá»
Meritxell Relaño explica la dificultad añadida que ha supuesto el Covid-19 en el trabajo de organizaciones como Unicef y de qué manera están abordando la distribución de vacunas en los países con menos recursos. «Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo», subraya.
- A finales de 2019, en una entrevista, comentaba que enfermedades que no conocíamos podían convertirse en pandemia. Como futuróloga no tienes precio...
- (Sonríe). Ya lo dijeron otros antes que nosotros. Entre el cambio climático, los virus que pululan por cualquier parte, los cambios de ecosistemas... Lógicamente esto llegó y va a seguir llegando. El cambio climático juega un papel importantísimo en el desarrollo del Covid y en otros virus que van a surgir, y sabemos que va a haber muchas más pandemias. Creo que el informe de Naciones Unidas es bastante claro en ese sentido.
- ¿Les habrá marcado mucho este año y medio, no?
- Ha sido horrible. No hemos parado de trabajar desde el 14 de marzo de 2020, alrededor de doce horas al día como poco, porque no podíamos dejar que se desataran casos en sitios con gran población. En India, por ejemplo, estuvimos muy involucrados. Unicef es uno de los principales actores que distribuye la vacuna en estos países, está muy metido en la plataforma Covax, porque entendemos que si no paramos al virus en todos estos países no va a parar tampoco aquí. No tiene ninguna lógica que nos protejamos y luego poblaciones como India o Sudáfrica desarrollen nuevas variantes y no se vacuna a la población. Nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo. Nunca antes se habían invertido tantos recursos y esfuerzo en investigar y desarrollar test, tratamientos y vacunas contra una enfermedad. El gran reto es que se distribuyan de forma equitativa y solidaria, y no sean acaparados por los países con más recursos económicos.
- Ha citado la plataforma Covax. ¿Qué es?
El Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas Covid-19 (Mecanismo Covax) se centra en un acceso rápido, justo y equitativo a las vacunas contra el Covid-19. Su objetivo pasa por garantizar que las personas de todos los rincones del mundo, independientemente de sus ingresos, puedan ir recibiendo las vacunas a medida que estén disponibles. Un total de 190 economías, que representan casi el 80% de la población mundial, reúnen los requisitos necesarios para recibir vacunas a través de este mecanismo.ec
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