Rellanos

Plaza de Gipuzkoa ·

Guille Viglione

San Sebastián

Domingo, 9 de octubre 2022, 07:28

Los portales de EGB olían a costumbres ya extinguidas. El de la casa en que crecí olía a la cera sólida con que resucitaba, cada ... semana, el suelo de pinotea ajada. Cada vivienda de aquella casa vieja desprendía un olor particular que invitaba a fabular con los secretos que escondían tras la puerta. Tabaco de pipa. Naftalina. Cirio de misa. Pero el aroma que más recuerdo es uno que unía, dos veces al día, las casas más lujosas y las más humildes. Olor a sofrito, a cebolla pochada, a brandy reducido a fuego medio, a coliflor.

Publicidad

Ya no huele a comida en los rellanos. Es difícil adivinar si los del segundo comen hoy albóndigas o si al viudo del ático se le ha quemado el ajo. La mitad de tus vecinos cocinan menos de cuatro horas a la semana. Nunca se había vendido tanto robot ni tanto menaje de diseño. Y, sin embargo el horno es, hoy, un armario de sartenes. Un estudio reciente asegura que, en 10 años, la mayoría comeremos estofados traídos en Glovo, en bici. En Europa ya se construyen bloques de apartamentos, con cocinas comunitarias, que sustituyen la cocina doméstica por un armario con microondas.

Si los smartphone desprendieran el aroma de lo que muestran, los despachos, buses, baños, olerían a paella, a tortilla de @rafuel55 o a las delicias de @lacreme_es. Hay una relación asimétrica entre el aumento en Instagram de cuentas foodies y el descenso de la venta de garbanzos. Tiempos extraños en los que no hay tiempo, no hay paciencia o no hay para quién cocinar.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad