«Ni quiero salir a la calle ni tampoco hablar con nadie»
En Euskadi 103.000 mayores de 65 años viven solos. Se aíslan por razones de salud, de pérdida de un ser querido o por tristeza Tres guipuzcoanos que padecen soledad relatan cómo es su vida
Begoña Naveran habla castellano, euskera, inglés, francés y alemán. Además, según sus propias palabras 'parlotea' en portugués y en italiano. Un día se dio cuenta que no podía ni quería hablar con nadie. Sus problemas de espalda -usa bastón para andar- provocaron que tuviera que dejar su trabajo en el departamento de Pedagogía Terapeútica de institutos públicos y que se sumiera en la soledad con menos de sesenta años.
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Divorciada dos veces y con un hijo de 32 años que padece una discapacidad psíquica, hace dos años dejó de salir de casa. «Me aislé, ya nadie me decía lo que valía como ocurría antes, no cogía el teléfono, mis relaciones con los compañeros de trabajo desaparecieron, me faltaba impulso vital, mis problemas físicos me impedían ir a tomar algo. ¿Para qué levantarme de la cama? ¿Para qué arreglarme?». Begoña tiene un hermano con el que apenas mantiene una relación más o menos formal y nunca se ha sentido arraigada en ningún lugar. Por el trabajo de su padre vivió su infancia en distintas ciudades y aunque se considera bilbaina y del Athletic, vive en San Sebastián porque es el lugar en el que se encuentra la residencia Uliazpia, en la que vive su hijo.
¿Y el caso de Fermín Burgera? Este donostiarra de 92 años, artista de vocación, perdió a su mujer, a Paqui, hace ocho años. Su muerte le provocó una depresión profunda, le quitó muchas cosas además de su presencia, pero, sobre todo, hizo que dejara de ir al cine, al teatro o a la ópera, tal y como le gustaba hacer. Perdió a uno de sus tres hijos a causa de un accidente, aunque no quiere hablar de ello y cuenta con la ayuda de su hija para los recados más urgentes. Pero Fermín siempre se sintió solo. Se apuntó a un coro de la parroquia de la Sagrada Familia de San Sebastián, «quise agarrarme a algo», pero tuvo que dejarlo un año después porque el estado de sus huesos le impedía subir las escaleras de acceso. «Se ve que el arquitecto pensó que solo cantaría gente joven», ironiza.
«Algo te oprime por dentro, sientes una tristeza inmensa, pero nadie te hace caso»
«Encontrar compañía, una persona con la que hablar o ir al cine es algo que te cambia la vida»
«¿Para qué levantarte de la cama? ¿Para qué arreglarte o salir de casa? No tienes ganas de llamar a nadie»
No dejó otra de sus joyas más preciadas, la sociedad Gaztelubide, de la que fue presidente y director del Coro. Pero allí también tuvo que rehacer su vida social, porque sus compañeros de siempre se fueron marchando. «Ahora son sus hijos los que están conmigo, se portan muy bien».
Trinidad Molina tiene 76 años, nació en Sevilla, vivió en Barcelona y un día, sentada en Alderdi Eder, decidió que San Sebastián iba a ser su lugar perfecto para vivir. Lo recuerda con lágrimas, las mismas que le provoca pensar en su enfermedad, cáncer de mama, que ha agudizado su tristeza. «Nunca he sido una persona alegre», confiesa esta mujer que llegó a Donostia ya divorciada, que tiene un hijo de 46 años al que adora, pero al que apenas ve porque es camionero «y vive en la carretera». «Siempre está pendiente de mí, pero no podemos vivir juntos y está siempre viajando».
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A veces se levanta enrabietada, pero se resiste a no maquillarse, pese a que siente dolores que, si se queda en casa se agudizan. Algo le oprime por dentro y la inmensa tristeza le alerta de que se siente sola. «Lo malo es que se lo cuentas a alguien y no te hace caso, te dice que todo el mundo lo está».
Un amigo en AdinKIDE
Esta es la carta de presentación de tres guipuzcoanos de diferentes edades afectadas por esa soledad que les consume y que les impide relacionarse. La población de más de 65 años que vive sola en Euskadi asciende a 103.800 personas. En el caso de los hombres se trata mayoritariamente de solteros. En el de las mujeres, de viudas.
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Leyre García es la responsable de la Fundación AdinKIDE, una asociación que se creo hace quince años y que tiene sede en Donostia desde el pasado mes de diciembre de 2017. Lasarte-Oria también cuenta con una sede. García matiza que vivir solo no es sentirse solo. «Nosotros luchamos contra la soledad no deseada y el aislamiento, sobre todo en los más mayores. Y lo hacemos con voluntarios que establecen lazos de amistad con las personas que acuden a nosotros, que les acompañan, que salen con ellos al cine. O a tomar un café».
Médicos de cabecera o asistentes sociales son los que recomiendan a estas personas a acudir a AdinKIDE cuando perciben esa soledad.
La sevillana triste
Trini, la sevillana triste, ofreció resistencia. «Soy muy insegura, temía no ser aceptada en el grupo, que no quisieran estar conmigo. La médico me dio la dirección pero no le hice demasiado caso. Un día volví a la consulta y me dijo que llamara en ese mismo momento. Conocí a Leyre y me convenció».
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Trini sale con Arantza, una voluntaria que asegura que Trini también le ha ayudado a superar sus propias soledades. El pasado 24 de agosto firmó su divorcio de un hombre musulmán y después de años de llevarlo de forma voluntaria se quitó el pañuelo de la cabeza. Esta donostiarra que es médico aunque no ejerce, no quiere hablar de su vida, solo agradecer a Trini su apoyo.
La sevillana se emociona y asegura que sigue sintiendo dolores cada día. No puede olvidar el cáncer diagnosticado hace tres años ni los tratamientos. «Sin embargo, es verdad que cuando salgo a la calle con Arantza me distraigo. El sentimiento de soledad lo tengo siempre aquí dentro, pero en ese tiempo que estoy fuera de casa se me olvida». Ambas van de compras, «a sitios baratos, ¿eh?», pasean por el centro y comparten confidencias. «También discutimos como unas amigas cualquiera. Siempre estamos en contacto».
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A Trini le recomendaron que ingresara a una residencia para hacer allí amistades. «Me moriría. No me imagino vivir sin oír el ruido de la llave de mi hijo cada que vez que llega de un viaje y viene a verme».
Matar el tiempo
Begoña se dedicó a la Pedagogía Terapeútica en los institutos Usandizaga, Peñaflorida y Luberri de San Sebastián, lo que supone que se ha dedicado al alumnado con menos y con más capacidades. Cuando le dieron la invalidez permanente se aisló por completo, para empezar por los problemas físicos. Un día decidió romper las cadenas, pero ni los programas de +55 ni los hogares del jubilado le convencían. Le hablaron de esta alternativa y conoció a Pedro, el voluntario con el que comparte terraza y conversación un día a la semana.
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«Se acabó pasar los días frente al ordenador, haciendo sodokus, ganchillo y crucigramas. ¡Qué largas se hacen las horas! No quiero volver a matar el tiempo a pistoletazos». Empezar a salir a la calle no solo le ha supuesto conocer a Pedro y conectar con él. «El otro día cogí el teléfono y llamé a una amiga para invitarle a comer una paletilla de cordero. Siempre me ha gustado la cocina, pero para mí sola no lo hacía. Ahora voy a volver a los fogones, por ejemplo para los vecinos, una costumbre que tenía hace años».
Es consciente de que fue ella la que se apartó de la gente y quiere volver a recuperarla. En la Fundación admiran sus progresos y Pedro se asombra que haya conseguido coger un autobús para ir a un centro comercial. «La incapacidad también genera soledad», asegura Begoña, mientras vuelve a aplastar la colilla de un cigarro en un cenicero ya a rebosar.
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Pedro es uno de los treinta voluntarios y está encantado de haber conocido a Begoña. «El tiempo se nos pasa rápido», afirma este administrativo que vive con su marido y su sobrina y que siempre ha querido ser útil. Begoña ha comenzado a colaborar con la Fundación traduciendo textos. Su experiencia como profesora y su formación en Filología, Filosofía y Psicología le ayuda.
Debates de cine
«Estuve casado 57 años con Paqui. Se dice pronto»... Fermín Burgera se emociona cuando habla de ella y de aquella perrita que compartían, que quedó ciega y cayó por el balcón. «Aquel día fue de luto nacional en casa. Yo creo que ella le quería más a la perrilla que a mí», bromea
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Es autor de las esculturas y pinturas que adornan su casa, todas ellas con su propia historia, pero también del escudo de la basílica de Santa María, el que está situado debajo de la escultura de San Sebastián. «Cuando voy a la sociedad, a Gaztelubide, lo miro con orgullo».
Recuerda también su taller de mantenimiento, su implicación con el fútbol, su tarea como vicepresidente de la sociedad y director del coro. Ahora no se siente solo. AdinKIDE le puso en contacto con María, una joven de formación universitaria y cultural que él destaca y a la que también le gusta el cine. «Debatimos luego sobre las películas, no tenemos el mismo punto de vista, pero eso es bueno. Puedo hablar con ella de todo, menos de religión y de política, que es una norma de la Fundación». Las cosas que habla con María nunca las habla con las mujeres que hacen gimnasia en el Hogar del Jubilado, ni con los socios de Gaztelubide. «Es que tratamos temas más superficiales».
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Nunca dijo a ninguna persona próxima a ver si le apetecía ir al cine con él o acercarse a un concierto, por solo que se sintiera. Tampoco lo hicieron ni Begoña ni Trini.
La red familiar aguanta más que la social
Los datos son del Programa Siempre Acompañados de la Fundación La Caixa: en el Estado prevalece el aislamiento social frente al familiar y el sentimiento de aislamiento se da sobre todo entre los que viven solos, después de aquellos que lo hacen en pareja y por último quienes están en familia. Los números indican que la llamada soledad social alcanza al 29,14 % de aquellos que tienen entre 65 y 79 años y al 34,83% de los que suman 80 y más años. Respecto a la soledad emocional, afecta al 39,81% entre la población que tiene los 65 y los 79 años y al 48,1% de los mayores de 80 años. Aguanta más el tejido familiar.
¿Qué pasa con la red de amigos? Hasta los 65 años la diferencia ente hombres y mujeres es prácticamente inexistente (alrededor del 20% del riesgo de aislamiento) y es a partir de esa edad cuando se dispara el porcentaje de aislamiento que llega hasta un 33,6 % en hombres y un 21,8% en mujeres, que posteriormente, a los 80 y más años, llegan al 42,7% en mujeres y el 48,3% en hombres, lo que supone casi la mitad de la población de ese tramo de edad. Más datos. La llamada soledad social que es la percepción de que uno no tiene personas cercanas con las que contar: el porcentaje de personas en soledad es del 29% entre 65 y79 años y el 35% de los mayores de 80 años. Los sentimientos de abandono y de añoranza alcanzan a casi la mitad de quienes llegan a los 80 años.
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