Joven adoptado en Gipuzkoa
«Quería saber de dónde vengo y ahora tengo otra familia en Rumanía»Mikel Araolaza, donostiarra de 25 años de origen rumano, viajó el mes pasado a su país de nacimiento a investigar por su cuenta y ha logrado dar con su familia biológica
Un documento del hospital en el que nació fue lo único que necesitó Mikel Araolaza (de nacimiento Leonard Mihai) para aventurarse a visitar su país de origen en un viaje que realizó el pasado mes de octubre con la compañía de un amigo de la infancia. Este joven de 25 años, adoptado en Rumanía por un matrimonio donostiarra, llegó a la capital guipuzcoana con menos de un año de vida. Desde entonces ha vivido en la ciudad junto a sus padres y su hermana pequeña, adoptada más tarde en Rusia.
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Aquel documento contenía el nombre y apellido de la madre biológica, Adela Voicu, y su residencia, un pueblo llamado Campulung. «Siempre he tenido curiosidad por mis orígenes. Hay personas adoptadas que no quieren saber nada. Mi hermana pequeña, por ejemplo, nunca ha tenido interés por conocer sus raíces, pero yo sí. Sabía que en algún momento de mi vida viajaría a Rumanía, pero lo que desconocía era si me atrevería a buscar a mi madre una vez allí. No tenía un plan concreto» cuenta Mikel.
Una vez en Rumanía pasaron los primeros días conociendo Bucarest, para después alquilar un coche y viajar en dirección Campulung. Allí, buscaron el ayuntamiento con el objetivo de recabar información acerca de su madre. Como lo encontraron cerrado, se acercaron a la comisaría del pueblo. Allí les atendió «un agente con cara de pocos amigos. En inglés le intenté explicar por qué estaba allí, le conté que estaba buscando a mi madre, le enseñé el documento y se interesó por el tema», relata Mikel. «Nos dijo que esperásemos un momento, entró al edificio y volvió a salir con más información. Me proporcionó el nuevo apellido de mi madre, que ahora era Chiritoiu, y me dijo que se había mudado a una comuna vecinal en una zona cercana llamada Pucarenî». Y es que en Rumanía es tradición que las mujeres adopten el apellido del marido una vez casadas.
Cuando tuvieron el nombre, comenzaron a investigar a través de redes sociales. «Con el nombre y apellido de una persona es muy fácil encontrar a alguien, y tuvimos la suerte de encontrarla en Facebook». Bingo, perfil público. «Pudimos mirar las fotos del perfil y enseguida dimos con una foto familiar en la que salía con un hombre y dos chicas adolescentes. Seguimos rebuscando en el perfil y vi una de las dos chicas de cuando eran más niñas. Me quedé helado porque se parecían mucho a mí».
Fue entonces cuando decidió contactar con Adela y la que aparentemente era una de sus hijas, Raluca. En Instagram, a la hora de ponerse en contacto con un perfil privado, se puede mandar un solo mensaje, «así que tuve que pensar bien qué quería decirle a la chica, ya que solo tenía una oportunidad y no sabía cómo iba a reaccionar una joven de 20 años al mensaje de un hombre desconocido. Se me ocurrió preguntarle si el apellido de soltera de su madre era Voicu, a lo que me respondió y me dijo que sí». Después de hablar un rato más, Mikel descubrió que la joven residía en Suiza y que no podrían verse en persona «para explicarle todo mejor, no quería soltar la bomba y decirle: 'Creo que podríamos ser hermanos' a través de un mensaje».
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«Nos echamos a llorar»
Pese a no tener más información que un nombre y una foto de familia, al día siguiente pusieron rumbo a Pucarenî. «Tuvimos que preguntar por la calle a desconocidos mientras enseñábamos la foto con la esperanza de que alguien la reconociera y nos dijera dónde vivía», relata Mikel. Después de varios intentos, la suerte les sonrió. Dos jóvenes les dieron una dirección. Una vez allí, al fondo de una calle, «vimos a una mujer pelirroja en un balcón. La reconocí enseguida como la mujer de las fotos. De los nervios me di media vuelta y volví a montarme en el coche. Estaba aterrorizado. No sé cómo conseguí reunir el valor pero me volví a acercar y la saludé llamándola 'mamá'. Ella estaba hablando por teléfono con Raluca, y al verme empezó a susurrar 'Leonard, Leonard' mientras se acercaba hacia mí. Al final me abrazó y los dos nos echamos a llorar».
«Preguntamos por la calle mientras enseñábamos su foto con la esperanza de que alguien le reconociera y nos dijera dónde vivía»
Al poco de reencontrarse con su madre apareció el hombre de la foto, Dragûs, y fue entonces cuando Mikel conoció también a su padre, que «se acercó corriendo hacia mí para abrazarme. Imagínate mi sorpresa cuando me cuentan que es mi padre y que las dos chicas de la foto, Raluca y Arabela, son mis hermanas pequeñas. Al fin y al cabo en mi imaginario solo estaba la figura de una madre, el mejor de los desenlaces que existían en mi mente era reencontrarme con ella, pero en ningún momento imaginé que podría tener más familia». Lo invitaron a quedarse y comenzaron a comunicarse gracias al traductor del móvil, ya que «ni yo hablaba rumano ni ellos hablaban inglés». Así conoció Mikel la historia de su vida.
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Adopción involuntaria
¿Qué sucedió para que una familia, aparentemente sin problemas económicos y con ganas de tener hijos, dieran en adopción a su primer bebé? «Me dijeron que soy un bebé robado. Mis padres biológicos no estaban casados cuando me tuvieron y el Estado rumano no permitía tener hijos fuera del matrimonio. Sabían que no podrían quedarse conmigo hasta que se casasen, así que la policía tocó a su puerta pocas semanas después de nacer yo y me llevaron a un orfanato en el que estuve los primeros meses de vida». Dragûs, su padre, pudo visitarlo en varias ocasiones, y cuando por fin consiguieron el permiso de matrimonio y fue a recoger a su hijo, «ya no estaba, me habían movido a otro orfanato, y a mi padre no le dieron más información». Fue en esta segunda institución donde lo adoptaron sus padres donostiarras.
La familia Chiritoiu no supo más de su hijo, pero intentaron recabar información «yendo de comisaría en comisaría. Según me contó mi padre, él y su hermano visitaron también los ayuntamientos de muchos pueblos de la zona pero no consiguieron que les dijeran nada», así que al tiempo no tuvieron más remedio que seguir adelante con sus vidas. En 2001 el matrimonio tuvo a Raluca y en 2004, a Arabela, pero nunca olvidaron a su hijo mayor. «Que yo apareciese en su casa fue un shock para ellos, llevaban 25 años sin saber nada de mí», relata Mikel. «Me acogieron con los brazos abiertos, me presentaron al resto de mi familia (abuelos, tíos, primos...) y me contaron que nunca se habían olvidado de mí. Ahora tengo más familia que nadie», dice emocionado.
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Después del reencuentro con sus padres empezó a llegar a la casa más familia, entre la que estaba su hermana pequeña, «y de repente nos vimos rodeados de 20 personas. Nos pasamos el día con ellos comunicándonos a través del traductor del móvil, tras cada pregunta que me hacían callaba todo el mundo esperando a conocer mi respuesta. Y es que, al igual que yo he sido consciente toda mi vida de que era adoptado, todos ellos sabían de mi existencia». Sus hermanas crecieron sabiendo que tenían un hermano mayor «e incluso habían intentado buscarme por internet, según me contó Arabela», búsqueda que siempre terminaba sin éxito a consecuencia de no tener más información que el nombre que sus padres le habían dado. «Una de las cosas que más me marcaron de este encuentro con la familia fue lo que me dijo una de mis tías: al parecer, ella ya había asumido que yo no seguía con vida, y no debía ser la única que lo pensaba. Fui entonces más consciente del infierno por el que tuvieron que pasar mis padres».
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Al llegar la noche, la familia invitó a Mikel y a su amigo a quedarse a dormir, pero decidieron regresar al hotel «porque tenía un nudo en el estómago y necesitaba digerir a solas todo lo que había pasado», pero prometieron volver al día siguiente para cenar. Esa segunda noche sí aceptaron la habitación, y el tercer día se despidieron con la certeza de que volverían a verse pronto.
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Ahora, unas semanas después de lo sucedido, Mikel se siente «lleno de energía y completo, porque por fin he encajado en el puzzle de mi vida la pieza que faltaba». El siguiente reencuentro tendrá lugar en diciembre, cuando Mikel vaya de nuevo a Rumanía, un viaje que espera con «ilusión», sabiendo que volverá a reunirse con su familia, esta vez para pasar la Navidad.
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