Leonor García ha recorrido 20.000 kilómetros para hablar con víctimas como ella. DV
Leonor García | Víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote

«No se me olvida el repugnante olor de la sotana del cura que abusó de mí»

Era una niña de 8 años cuando un sacerdote la agredió. «Me enseñó a llamarle padre», recuerda

Javier Guillenea

San Sebastián

Domingo, 19 de noviembre 2023, 01:00

Leonor García tenía ocho años cuando ingresó con su hermano de tres en el sanatorio para tuberculosos Santa Marina de Bilbao. Allí fue víctima ... de abusos sexuales por parte de un sacerdote. Ahora tiene sesenta años y todavía reclama lo que no le dieron de niña. «No me escucharon, no me miraron», se lamenta. Un día cogió su coche y recorrió media España para hablar con otras víctimas. De aquel viaje surgió un documental: '20.000 kilómetros de confesión'.

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– ¿Hay algo común en toda la gente con la que ha hablado?

– Lo que he visto es mucha soledad. Es gente que está muy sola. Igual si le cuento detalles de lo que me han contado lo explico mejor.

– Adelante.

– Por ejemplo un hombretón, con un trabajo físico, contaba que su padre se ríe porque no es capaz de dormir con la luz apagada. Parece que estás hablando con un niño de diez años y en realidad es un tiarrón de nuestra edad que se convierte en un niño. A mí me pasa lo mismo, cada vez que hablo de esto me convierto en aquella cría.

– ¿Y la risa del padre?

– Demuestra la falta de sensibilidad de la familia, Se ríe de un hombre que no puede dormir con la luz apagada. Él cuenta que le pasa eso porque el tipo que le agredía llegaba por la noche y le enfocaba con una linterna. Esta es una historia, también hay una mujer que duerme con un bate de béisbol al lado de la cama. Estos detalles que vas viendo, estas cositas, son reveladoras. Nadie te dice que se siente solo, pero sí te dice que no tienen a nadie, que solo con hablar de ello con alguien se sienten aliviados. Es gente muy sola porque a muchos la familia no les cree, les da la espalda o no quiere saber nada. Están muy necesitados de afecto.

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– ¿Son personas que se han convertido en niños náufragos que se quedaron varados en el tiempo de los abusos?

– Qué curioso, eso nunca lo había pensado, pero sí, es posible. Cuando hablo de esto con alguien siempre aviso que en algún momento de la conversación me voy a derrumbar porque te conviertes otra vez en aquella criatura. Vuelves allí, al sitio donde te pasó aquello, estás allí dentro otra vez, en el pasillo con camas donde vivíamos. Algo de nosotros está allí todavía, algo se te ha quedado en aquel lugar.

El agresor

«Era muy amable y cariñoso, sobre todo comparado con las monjas»

– ¿Cómo es su lugar?

– Aquel pasillo. Para mí fue el pasillo del horror máximo. Cuando entré en aquel lugar tenía ocho años y me pareció un sitio horrible, no era solo lo sexual del cura, sino cómo te trataban las monjas. Conmigo también entró mi hermano de tres años. Estábamos en un sanatorio, éramos niños con tuberculosis, no podíamos correr porque nos ahogábamos y teníamos que pasar muchas horas en reposo. Había mucha soledad, los padres solo venían dos horas los fines de semana, era muy árido, todo eran normas y las monjas eran muy duras. Pero le quiero decir el nombre del cura porque me he enterado hace poco. Quiero decirlo siempre.

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– ¿Cómo se llamaba?

– Martín Valle García. Este cura podía entrar cuando quisiera, era muy amable y muy cariñoso, sobre todo comparado con las monjas, y todas le queríamos un montón. Pero llegaba y nos agredía sexualmente en las camas. Las niñas nos contamos entre nosotras lo que hacía este señor y ya no queríamos que se nos acercara.

– ¿Hicieron algo para evitarlo?

– Nos pusimos la ropa de cama muy apretada en el cuerpo, como si fuéramos momias, fíjese qué gran defensa. La cuidadora nos vio y nos preguntó por qué estábamos así. Le dijimos que es que venía el padre Martín. Ella lo captó todo y alertó de lo que estaba pasando, pero no pasó nada. Este señor estuvo 25 años en Santa Marina. A mí me enseñó a llamarle padre, yo le quería como a mi padre.

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– ¿Le enseñaba a amarle?

– No se imagina cómo. Estábamos en una habitación solas, muertas de aburrimiento, con unas monjas malas y entraba un ser humano con una sonrisa de oreja a oreja que te decía, hola, buenas, ¿dónde están mis niñas?, qué niñas más guapas... Era la alegría, entraba la luz y tú querías que fuera a tu cama y te acariciara. Eso es difícil de entender. Tú querías la caricia, aunque cuando llegaba a los genitales la sensación cambiaba. A mí no se me olvida el repugnante olor de la sotana.

– ¿A qué olía?

– A caspa, a cuero cabelludo sucio y con grasa. Era asqueroso.

– ¿Sigue oliéndolo?

– Cuando a lo lejos veo a un cura con sotana me viene ese olor.

– ¿Odia a aquel cura?

– Ni siquiera odio a esa persona. No le odio a él con nombre y apellido, lo que detesto es todo el entorno que propició aquello.

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– ¿Aquellos niños que fueron ustedes han regresado para denunciar lo que les hicieron?

– Yo creo que denuncian los adultos que somos pero reclamando algo que no nos dieron a aquellos niños.

Indefensión

«Te inculcaban sin palabras que no había nada que hacer, que tenías que aguantar»

– ¿Qué es lo que no les dieron?

– No me diste atención, no me escuchaste, no me miraste, no te diste cuenta. Si te pasa eso y lo cuentas en casa o donde las monjas y te dicen no te preocupes, sentimos mucho lo que te ha pasado, yo te voy a cuidar, te voy a proteger, nunca más te va a pasar, estate tranquila, yo voy a dormir a tu lado... Si entonces te protegen, igual no necesitaría reclamarlo hoy. No sé si se está dando cuenta, pero mi tono de voz está cambiando.

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– Es verdad.

– Se me vuelve infantil porque el adulto de hoy está reclamando algo que entonces no me dieron. Esto nos ha acompañado todo el tiempo y encima no nos dábamos cuenta. Ahora te explicas muchas cosas de cómo eres, de cómo reclamas amor o tus miedos.

– Eran tiempos en los que los profesores pegaban palizas por cualquier motivo. El miedo formaba parte del sistema educativo.

– Hay compañeros que dicen que lo de las palizas era tan brutal que eran incluso más aterradoras que lo sexual. Nosotros éramos inmigrantes e hijos de obreros analfabetos y lo que tú mamabas, lo que te inculcaban sin palabras era que no había nada que hacer, que tenías que aguantar lo que te hicieran, que ni siquiera tus padres te iban a poder defender. Un cura o una madre superiora eran todopoderosos. Ese miedo de los niños era normal porque todo era pecado. No podíamos cantar 'tengo una vaca lechera', eso es algo que no podíamos entender. Estabas en sus manos, no tenías defensa.

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Informe

«¿Cuántos dramas tiene que escuchar la Iglesia para que acepte que a lo mejor es verdad?»

– ¿Preferían lo sexual a los golpes?

– Hay un chico en concreto que contaba que las palizas eran tales que al final lo sexual no lo vivías como lo más dramático, que es algo que vivías después, cuando eres adulto y ves lo que te ha afectado aquello.

– ¿El informe del Defensor del Pueblo sobre las víctimas de pederastia en la Iglesia española va a servir para algo?

– Que el Estado invierta dinero público en hacer una investigación me parece un antes y un después. Han puesto sobre el papel algo que las víctimas veníamos diciendo. Aún así seguirá habiendo gente que lo niegue, pero ya tengo algo a lo que acogerme, ya no soy yo una persona que quiere hacer un mal a la Iglesia. Hay un informe oficial y eso está muy bien.

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– ¿Qué le parece la respuesta de la Iglesia?

– Este informe les ha tocado la herida, por eso han dicho que es mentira. ¿Hasta cuándo van a seguir diciendo eso? ¿Cuántas personas te tienen que contar lo que les hicieron sexualmente en detalle? ¿Cuántos dramas tiene que escuchar la Iglesia para que acepte que a lo mejor es verdad?

«Me empeño en que no me quiten más de lo que me quitaron»

«No habrá reparación mientras siga habiendo una parte de la sociedad que pone en duda que seas víctima», dice.

– ¿Hay reparación posible?

– A muchos de nosotros nos gusta decir que no somos víctimas. Yo lo fui, pero hoy ya no lo soy porque me empeño en que no me quiten más de lo que me quitaron. No sé si usted ha leído el artículo de Fernando Savater.

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– Ha sido muy criticado por las víctimas.

– Es terrible. Dice que por fortuna él fue un niño feo y que no abusaron de él. ¿Pero qué está diciendo? Nosotras teníamos tuberculosis y las ojeras colgando por la barbilla, nos ahogábamos al subir tres escalones. ¿Cómo podíamos ser objeto de deseo? ¿Qué belleza tenía un niño enfermo? Y ahí estaba este cura, porque estos depredadores no buscan la belleza, que igual también lo hacen, sino poder hacerlo. Claro que hay reparación, pero no mientras siga habiendo una parte de la sociedad que pone en duda que seas una víctima, que no te escucha.

– ¿Y si la Iglesia pide perdón?

– Uno de los pocos obispos que ha hecho un acto público de petición de perdón ha sido el de Bilbao. Yo siempre digo que si tú eres mi amigo y ha ocurrido algo entre nosotros y uno de los dos pide perdón, eso me parece algo valioso, pero que la Iglesia me pida perdón no me importa nada porque para mí la Iglesia no es nada. No necesito que me pida perdón, pero sí necesito que me cambie la vida. Claro que hay reparación. Que nos escuchen y que nos crean, que la Iglesia se quede con este peso. Y yo no hice nada malo, fueron ellos y siguen siendo ellos.

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«Algunos padres siguen sin reconocer lo que les pasó a sus hijos. Es tremendo, muy duro, el destrozo es brutal»

– ¿Hay víctimas que piensan que hicieron algo malo?

– Sí. Un compañero me dijo algo terrible. Me dijo que a él le gustaba que abusaran de él y por eso se sentía horriblemente mal. Era un niño de diez años, no tenía ninguna culpa y se ha pasado la vida luchando contra ella.

– Antes ha hablado del papel de la familia.

– Es tremendo, muy duro, el destrozo es brutal. Algunos padres siguen sin reconocer lo que les pasó a sus hijos.

– La Iglesia dice que hay abusos en todos los ámbitos de la sociedad.

– Es verdad, pero la diferencia es la respuesta. Si en mi casa el padre de mis hijos abusa de ellos y yo no lo cuento, soy encubridora y cometo un delito. Eso no pasa en la Iglesia, aquí si alguien delinque lo llevan a otro sitio.

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