Marian, María Sabina con su bebé y Marisol con Goreti en el lugar del parto. ARIZMENDI

Dio a luz sola, en una acera en Errenteria

Un taxista se negó a llevarla y el parto estaba avanzado cuando llegó la ambulancia. «Fue el momento más horrible de mi vida», relata ahora una madre feliz

Ana Vozmediano

San Sebastián

Miércoles, 29 de agosto 2018, 06:28

Nacida el 23 de agosto en Errenteria, en la calle Bidasoa. Esta frase de la partida de nacimiento no puede ser más literal. Mirjana, 3.200 gramos, hija de María Sabina, vino al mundo sobre las frías baldosas de esta vía errenteriarra, mientras su madre, una joven de 27 años de Guinea Ecuatorial, intentaba que no consiguera salir hasta que un médico la atendiera y ella, esa pequeña que ahora come con ganas y duerme apacible, empujaba con todas sus fuerzas entre los muslos maternos. Así nació Mirjana la madrugada del pasado jueves. Sin el refugio de una ambulancia, ni la atención de un hospital y ni siquiera el consuelo de una manta para su madre. Los vecinos de la calle Bidasoa fueron testigos de excepción del parto. «Yo lloraba, casi se me muere. Pensaba que iba a perderla», recuerda la madre.

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Así ocurrió todo. María Sabina estaba a punto de salir de cuentas, pero se encontraba bien, no tenía contracciones ni síntoma alguno. A su lado, además de su hija de dos años, Goreti, estaba su amiga Marisol -«es una hermana para mí»-, que había llegado de Alemania para acompañarla en las últimas fases del embarazo y estar junto a ella cuando naciera la niña. Ese día, las tres pasean junto al río y vuelven a casa.

La pequeña Goreti canta y su madre se sienta en el sillón para hablar por el móvil con una tía suya que vive en Valencia. A las doce la pequeña se ha dormido en el sofá y María Sabina rompe aguas. «Yo ni la podía creer, tenía buena cara, pero ella me aseguraba que era así, que estaba de parto. Pedí a la vecina el número de teléfono de un taxi y llamé. Había que llegar hasta la carretera», cuenta Marisol.

Empieza la aventura. La niña se queda en la casa sola, pero dormida. María Sabina y Marisol empiezan a bajar las escaleras de un tercero sin ascensor, para afrontar otras escaleras exteriores y alcanzar por fin la calle Bidasoa, paralela a la de Viteri. La futura madre empieza a asustarse porque apenas puede andar y siente como su pequeña empuja, quiere salir ya.

¡Por fin! Allí está el taxi... «¿Cómo?, ¿un parto? Uff, ni hablar, me va a manchar la tapicería», argumenta el hombre. Empiezan los gritos, no de la parturienta sino los de su amiga, también guineana, que le aclara que María Sabina se ha duchado, que necesita ayuda, que la niña está a punto de nacer.

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Son más de las 12 de la noche. Ya es jueves y los gritos alertan a algunos vecinos como Marian Navarro, que se asoma a ver lo que pasa y no puede dar crédito a lo que está viendo. Una mujer discutiendo con un taxista y otra tendida en el suelo. «Cuando oímos el llanto de la niña nos pusimos a llorar de la emoción. Fueron momentos muy tensos».

Pero aún quedaba casi media hora de miedo y ansiedad hasta que llegara ese momento. María Sabina, que había intentado llegar al ambulatorio por su cuenta mientras Marisol y el taxista, ya fuera de escena, discutían, no puede siquiera andar y se tira al suelo. ¿Cómo tiene tanta fuerza esta niña? ¿Se habrá despertado la mayor?

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Hasta que nace la niña

Por esta parte puede estar tranquila, una vecina se encarga de ella. Por la otra cree que se le abre el cielo cuando ve llegar a una ambulancia. Pero quienes la atienden dicen que no pueden hacer nada, que son «socorristas», no médicos ni comadronas. «Yo estaba tirada en la acera, sin una sola manta, con las piernas abiertas, y notaba que la cabeza de la niña estaba ahí. Les pedí que me metieran en la ambulancia, no me sentía cómoda allí en plena calle, con gente que se acercaba a mirar, con el socorrista con la linterna entre mis piernas. Pero él me dijo que no podía moverme y sobre todo que aguantara, que evitara empujar. Fue el momento más horrible de mi vida».

«Estaba en el suelo, pedí que me metieran en la ambulancia, pero no me hicieron caso»

«Me pedían que aguantara, que no empujase, yo temía por la vida de mi niña»

Al cabo de un rato llegó una segunda ambulancia. Marian, la vecina, se acuerda perfectamente que estaba medicalizada. Se siente más tranquila. La médico le dijo, ¡por fin! la frase mágica. «¡Empuja!» Aquello fue un alivio para María Sabina, que vio cómo la niña comenzaba a salir y los médicos tiraban de ella para que su llegada fuera limpia.

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El llanto de la pequeña, a la que ahora, en broma, llaman Milagrosa, fue un alivio para los presentes, para los vecinos que observaban desde sus ventanas. La sangre sobre la acera era el testigo de que Mirjana había nacido en las frías losas de los impares de la calle Bidasoa. Como curiosidad, casi enfrente de una funeraria.

Olor a bebé

Ahora, la casa de María Sabina está llena de vida aunque la tele no parece funcionar muy bien. A los dos días de ingresar en el hospital, las dos volvieron a casa con Goreti esperando celosa su llegada, el padre de las niñas lejos, en Guinea Ecuatorial y todavía sorprendido por lo ocurrido, y ese olor dulzón de bebé del hogar aderezado por el de zumo y el puré. Marisol sigue con ellas.

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A María Sabina no le gusta hablar del pasado ni del futuro, no tiene problemas con el castellano y recalca que ella cuenta con estudios. «Soy administrativa, pero ahora estoy en paro. Vine con mi pareja, que también tiene estudios, pero él volvió a nuestro país porque aquí no encontraba nada. ¡Tanto estudiar!» murmulla. Acaricia a la chiquitina mientras la mayor no duda en colocarse una diadema de princesa para llamar su atención. Ella sí nació en un hospital. «Es donostiarra», dice su madre con orgullo.

Mientras el fotógrafo saca imágenes del grupo en el lugar en el que nació Mirjana, algunos vecinos se acercan. «Así que esta es la niñita», dicen. Marisol mueve la cabeza. «Llevo muchos años en Europa y nunca hubiera imaginado que pudiera pasar esto. En África hubiera sido más normal».

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