1912 | La Perla del Océano
Había unanimidad para opinar que El Perlón, ubicado en los actuales Relojes, era una mole antiestética que afeaba el conjunto de la playa. Su color ... rojo intenso rompía la armonía y la única utilidad que se le podía dar era derribarlo y vender su madera. Atendió el alcalde Marino Tabuyo a la vox populi y, una vez expropiada aquella llamada Perla del Océano, instaló en su lugar toldos y sombrillas, al tiempo que comenzaban las gestiones para construir el nuevo Balneario La Perla del Océano, que sería «el más adelantado de Europa en la hidroterapia, donde el turista encontrará las más modernas instalaciones que la terapéutica del momento puede ofrecer como alivio a las dolencias, así como las más lujosas y comodísimas cabinas para quienes busquen ionizarse en las acariciadoras aguas del Cantábrico».
Hoy, 2 de julio de 1912, Manuel Umeres, director gerente del nuevo balneario, se paseaba ufano junto al señor Bellido, presidente del Consejo de Administración y al arquitecto Ramón Cortázar, director de la obra, mientras esperaba en la puerta del flamante edificio a los muchos invitados que acudirían a su inauguración.
1912
Se anunciaba la inauguración del nuevo balneario con «las más modernas instalaciones que la ciencia podía ofrecer». La gerencia fijó tarifas rebajadas para que «todo el mundo pueda bañarse» con servicios propios de la aristocracia
A uno de los cronistas asistente al acto lo que más le llamó la atención, junto a las grandes dimensiones del edificio, fue «el tono blanco que lo domina todo, impidiendo la más leve transgresión a las leyes de la limpieza». En aquella «maravilla de instalación», además, «está al alcance de todas las fortunas desde el suntuoso servicio de baño en pila con ducha en gabinete de preferencia, al precio de seis pesetas cada servicio, hasta el limpísimo departamento para baño de playa con lavabo, baño de pies, espejo, etc. que cuesta quince céntimos diarios».
El personal para el servicio «es muy numeroso y está todo uniformado de blanco y, como es natural, hay personas de ambos sexos», lo cual fue muy agradecido por el pueblo entero que se sintió identificado por la empresa que permitía a la clase popular disfrutar de atenciones y servicios lujosos que parecían propios de la aristocracia.
Hoy diríamos que para conciliar los horarios con la vida familiar, teniendo en cuenta que no sólo los obreros, sino muchísimas personas no disponían de horas durante el trabajo, el mostrador y la oficina, «y queriendo que todo el mundo pueda bañarse», la gerencia de La Perla estableció tarifas especiales de 5 a 8 de la mañana y de 2 a 8 de la tarde, con notable rebaja en los precios «hasta el punto que el baño con ducha que cuesta 8 pesetas, a estas horas costará solamente tres». Los baños de pila costaban entre 5 y 1,75, habiéndolos «con salvado o algas, y minero medicinales». A las duchas frías y calientes, que oscilaban entre 1,75 y seis pesetas, se añadían las de vapor y baños turcos «que sólo se ven en los grandes balnearios del extranjero».
La modernidad llegaba hasta el extremo de tener «una verdadera profusión de Water-closs y cuartos de baño con retretes y urinarios para señoras y caballeros, servicio de masaje, pedicuro, manicuro, estanco, correo y teléfono; Bar Americano, dos salones de fiestas, Parquet Dancing, y terrazas Thes Dansant para verbenas y bailes en verano. El banquete oficial, con 25 comensales, fue amenizado por el sexteto dirigido por el maestro Teodoro Ballo, y fue el momento oportuno para lucimiento de Martín Altuna, que ha tomado a su cargo el restaurante del Balneario, recibiendo unánimes y merecidas felicitaciones por el menú servido». A la hora de los postres llegó el Orfeón Donostiarra, dirigido por el maestro Esnaola, y todo terminó con aplausos y elogios.
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