Karmele, la voz contra el estigma de ser madre soltera
El libro 'Mujeres de barro, infancias de cristal' repasa lo que fue la Casa-Cuna de Fraisoro, en Zizurkil, hasta 1985 para mujeres y niños expósitos
Un embarazo concebido fuera del matrimonio era uno de los actos más denigrantes y deshonrosos que podía cometer una mujer hasta casi finales del siglo ... XX. Tanto es así, que en ocasiones era ocultado incluso dentro de la propia familia. La sociedad, con un criterio marcado por la moralina de la Iglesia, se arrogaba el poder de denostar a aquellas mujeres aunque sus embarazos fueran fruto de violaciones, obligándolas a ocultarse, a deshacerse de sus bebés, también estigmatizados, o a acceder a matrimonios apalabrados para enterrar el pecado.
Karmele Morán suelta más de una carcajada mientras recuerda en voz alta las miradas, los desprecios y las escenas de las que fue víctima en su Orio natal cuando se quedó embarazada teniendo 20 años. «Lo cuentas ahora y parece un chiste», señala. Corría el año 1974, «tampoco ha pasado tanto tiempo». Reconoce que su personalidad chocaba con ciertas costumbres de la época, y por ese motivo los complejos y la presión social, si bien le afectaron, no lograron causar en ella tanta mella como en muchas de las 3.500 mujeres que pasaron por la Casa-Cuna de Fraisoro hasta 1985.
Su testimonio es uno de los que de manera anónima se incluyen en el libro 'Mujeres de barro, infancias de cristal', que es el resultado de más de diez años de investigación de la escritora Eva García Magriña, y que hace un repaso de lo que fue la institución no solo para las mujeres, sino también para los 12.000 niños, muchos expósitos, que pasaron por estas instalaciones de Zizurkil. «Toda la vida he luchado contra aquel estigma y es momento de dar la cara», señala Karmele, poninedo nombre y apellido a su historia por primer vez.
La Casa Cuna de Fraisoro se inauguró en 1903, y fue puesto en marcha por la Diputación de Gipuzkoa para reducir las elevadas tasas de mortalidad de expósitos guipuzcoanos. En un inicio, asistía a los menores abandonados en lugares públicos y en los tornos provinciales, pero después pasó a acoger a mujeres solteras que querían ocultar su embarazo, proporcionándoles un parto seguro y gratuito, a cambio de hacer trabajos puntuales en el edificio o servir de nodrizas, amamantando a otros bebés expósitos.
Karmele cuenta que su embarazo extramatrimonial no fue el primero que se dio en su familia. «Mi bisabuela fue violada y tuvo a mi abuela ella sola. Pasó toda la vida vestida de negro y escondida en el caserío. Tuvo una vida terrible».
Quizás por eso, cuando a sus 20 años supo que se había quedado embarazada de un conocido, «creí que me echarían de casa». La noticia corrió como la pólvora por Orio, y empezaron las miradas y los señalamientos. «Si me veían que salía, oía que la gente decía 'mira, ahí va a que le hagan otro hijo'». Pero pese a todo, ella estaba convencida de seguir adelante con el embarazo. «No sé si por rebeldía, porque creía que las cosas debían cambiar o porque estaba realmente motivada con tener el bebé. A día de hoy no tengo claro por qué lo hice».
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La noticia cayó como un jarro de agua fría en su familia, «fue decepcionante». Avanzó la gestación, y «llegaron fiestas de Orio. Nadie de mi entorno me llamó para salir. No les culpo, yo no sé lo que hubiera hecho en su lugar. Ir por el pueblo con una embarazada de cinco meses llamaba mucho la atención. Ahí me di cuenta de que había llegado el momento de ir a Fraisoro, porque me negaba a pasar los últimos tres meses encerrada en mi casa».
Una institución misteriosa
El día que Karmele se plantó frente a la Casa-Cuna, lo primero que sintió, para su sorpresa, fue «alivio». Desde fuera, daba la imagen de correccional, y por eso los 3 meses de estancia le sorprendieron. «Las preguntas que en Orio se multiplicaban, sobre quién era el padre o qué iba a hacer con mi vida, allí no existían. No recuerdo presiones para dejar a mi hija. No digo que no las hubiera, pero yo no lo vi. Para mí fue la salvación y una de las Hijas de la Caridad, me ayudó muchísimo».
No todos los testimonios recogidos en el libro son tan agradables como el de Karmele, e incluso alguno califica la estancia de «terrible» o de asemejarse a un «régimen de cuartel». Esta oriotarra sí recuerda que la relación entre las mujeres era cordial pero distante y pocas desvelaban sus verdaderas intenciones con los bebés. «Había dramas terribles: dos hermanas embarazadas de su padrastro; otras, a las que no les dejaban volver a casa, o que dejaban allí al niño». Ella volvió a Orio con su hija Ainara en brazos, pero el estigma le persiguió durante años. «Ha pasado poco tiempo de aquello, pero parece una eternidad», concluye.
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