Aviso importante: esta columna es solo para gente adulta, muy adulta, o sea, de una cierta edad. En el episodio que sufrimos la pasada semana, ... lo que llamaron blackout, fundido a negro y cero energético en vez de «apagón», yo sé de buena tinta que más de una persona se tranquilizó cuando al apagarse la lámpara, se asomó a la calle y vio escaparates oscuros: «Ah, es de ellos».
«Es de ellos». ¿No lo entiende? Pues eso es porque tampoco ha vivido la frase tranquilizadora de los años 70 del siglo pasado cuando se apagaba la tele en el hogar de cualquier punto de Navarra o la cornisa cantábrica: «Es de ellos; es de Sollube». Sollube era un monte de Bizkaia que albergaba la macroantena que nos dejaba ver el «Un, dos, tres».
A nosotros, los adultos mayores que entendemos lo del «es de ellos», también nos ha llamado la atención leer que hubo gente que, sin metros ni autobuses, no sabía llegar andando a su casa.
Aquí, como yo lo viví, tampoco es para estar orgullosa. «¿No hay café?», gran disgusto del que se ríe el camarero (cubano), que ha vivido en La Habana más sombras que luces. Y como hay que hacer vida social, pues miras la hora, 12.33, y aunque es un poco pronto según tu criterio para el alcohol, te decides por un albariño porque el chardonnay no está frío.
Entre una cosa y otra llegas a casa a comer y ya ha vuelto la luz. Lo único, qué peñazo, hay que poner en hora los relojes del horno y microondas, que parpadean.
Era «de ellos».
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