Mikel Lizarralde
Recuerda una infancia feliz en Urretxu, aunque reconoce que llegó a tener miedo de sus dones, con los que puede ver y sentir espíritus
«No asumía mi don, lo ocultaba. Pero al final tu destino te atrapa». Para Mikel Lizarralde (Urretxu, 1978), el camino hasta convertirse en el médium de éxito que es ahora (tiene su agenda de citas ocupada hasta diciembre de 2024) no fue fácil. Los miedos y las dudas inundaban su cabeza cuando, siendo solo un niño, empezó a experimentar premoniciones y a ver y sentir espíritus, hasta el punto de esconder esa parte de su vida. En su último libro, 'Diario de un médium', cuenta cómo fue el viaje hasta que aprendió a controlar y abrazar esas capacidades.
– ¿Cuándo empezó a darse cuenta de sus dones?
– No recuerdo un momento exacto. Lo vivía como algo normal, me ha acompañado toda mi vida.
– ¿Tuvo una infancia normal?
– Sí, de niño fui muy feliz. Sí que es cierto que me gustaba estar en soledad y nutrir mi alma de espiritualidad. Aunque nunca llegaba a estar solo del todo, había gente conmigo.
– ¿Y quiénes eran aquellas personas?
– Siempre había dos o tres personas, pero sobre todo una niña de ojos muy verdes y de pelo rubio a la que yo llamaba Marisol por su parecido a Pepa Flores.
– Pero entiendo que no era ella.
– No. Cuando la describí mi madre se dio cuenta de que era una prima mía a la que atropelló un tren con 14 años cuando yo tenía solo dos. Otra era una bisabuela a la que no había conocido. Y cuando dije que tenía seis dedos en una mano mi madre se quedó blanca porque yo no podía saberlo.
– ¿Cómo reaccionaban sus padres ante estas adivinaciones que usted realizaba?
– Ellos se asustaban, me mandaban a rezar. Tenían mucho miedo a que me pasara algo, al qué dirán, que la gente me haga algo, que los espíritus me hagan algo... Hubo una vez que un vecino debió de meterse conmigo porque me vio hablar solo y mi madre me decía 'por favor, deja de hacer teatro, cuando vayas por ahí actúa normal'. Y yo solo podía decirle que no hacía ningún teatro. Yo hablaba con gente.
– ¿Cuál fue el momento que más le marcó?
– Fue en una excursión con el cole. Yo tenía ocho años. De madrugada, mientras dormía en una habitación con el resto de compañeros de clase, sentí un frío extremo. Abrí los ojos y vi delante de mí una especie de neblina que se hacía cada vez más grande hasta que adoptó la forma de un vecino del barrio. No solo podía escuchar lo que me decía, también sentía lo que él sentía. Le miré y me dijo: 'mañana me moriré'.
– ¿Y pasó lo que predijo?
– La mañana siguiente volvimos a casa y yo no me podía aguantar aquella información. La tenía que contar. Eso pasa mucho con la mediumnidad, que sientes la necesidad acuciante de contarlo cuando hay un mensaje importante. Bajé del bus y fui corriendo hasta casa para preguntarle a mis padres por aquel señor. Me dijeron que estaba bien. De hecho, le habían dado el alta después de haber estado ingresado por un cáncer. Me olvidé del tema. Al día siguiente, al volver de la ikastola, mis padres me dijeron que había muerto.
– ¿Qué sintió?
– Entré en pánico. Pensé que yo lo había generado. Que él había muerto porque yo lo había dicho.
– Pero no era así, ¿no?
– No. Pero en aquel entonces no lo asumía, quise ocultar mis dones. No quería que la gente tuviera miedo de mí. De hecho yo he intentado ser de todo menos médium. He intentado estudiar, dedicarme a esto o a lo otro. Pero al final tu destino te acaba atrapando.
– ¿Qué pasó para que volviera a abrazar ese destino?
– Hubo algunas personas que me animaron. Pero sobre todo fue tras conocer a Marilyn Rosner, la médium más famosa del mundo. La conocí en persona en el Salón del Esoterismo que se celebra en el Palacio Miramar. Allí me dijo: 'te estaba esperando. Sabía que un día vendrías'. En 2003 me fui a Montreal para formarme con ella. Allí estuve dos años y medio.
– ¿Qué aprendió allí?
– Pasé de ser un ignorante total en la materia a comprender este don. Saber cómo conectar, saber cómo, cuándo conectas, cómo controlarlo, cómo permitir que se te acerquen los espíritus, cómo entablar un diálogo, cómo dar un mensaje... Me ayudó a salir del cascarón, a comprenderme yo mismo como persona, a comprender que esta es mi misión y que no es algo que tenga que esconder.
– ¿Cómo se contacta con un espíritu?
– Digamos que ellos son los que escogen cuándo venir, con quién venir y cómo mostrarse. Esta sala donde estamos ahora está conectada con el mundo del espíritu. Solamente tengo que saber abrir la antena para empujar la puerta y abrir la otra dimensión.
– ¿Tiene alguna forma racional de explicarlo?
– El doctor estadounidense Sam Parnia explica que, al menos durante un tiempo, nuestra propia conciencia sigue viviendo después del cambio que llamamos muerte. Yo creo que son acercamientos y explicaciones muy válidas. Pero la ciencia llega hasta donde llega, y después empieza el terreno del mundo de los espíritus.
– Usted ha contado más de una vez que ha visto su funeral.
– Sí... Recuerdo un aterrizaje en Loiu muy complicado. Al principio pasé un poco de miedo. Había gente gritando, otros se pusieron a vomitar. Pero de repente dije 'ah, si todavía no es mi hora'. Y seguí viendo una serie tranquilo (sonríe).
– Pero aún así no será plato de buen gusto saber cuándo va a morir.
– Hombre, es una putada porque a nadie le gusta ver su funeral, saber cuándo va a ser o quién está en él. Porque el saber quién está en el funeral también te dice quién va a morir antes que tú.
– ¿Cuál de las ausencias es la que más le afectó?
– Vi la fecha de mi padre y la de otros familiares. Entonces lo llevas muy mal. Fue duro porque vives el duelo con antelación. Sobre todo los meses anteriores a esa fecha. Pero también me dio la oportunidad de aprovechar el tiempo con él al máximo. Que no me quedara nada pendiente, el abrazarle y el decirle que le quería.