Ver fotos
Iñaki Irastorza, el guipuzcoano que mejor conoce la Antártida
En plena canícula estival, charlamos con este ingeniero donostiarra que cada año durante cuatro meses trabaja en el continente más austral de la Tierra
Se llama Iñaki Irastorza, es donostiarra, tiene 49 años, es ingeniero y guía de alta montaña, y desde hace catorce años viaja a la Antártida por motivos profesionales, donde permanece alrededor de cuatro meses. En plena canícula estival, con nuestro territorio soportando temperaturas que rebasan los treinta grados, nos ha parecido oportuno como medida refrescante dar a conocer su historia. Con todos ustedes, Iñaki Irastorza. El guipuzcoano que mejor conoce la Antártida.
El enlace entre Gipuzkoa y la Antártida, que se halla a 20.000 kilómetros de San Sebastián, se produjo a través de la montaña: «Soy guía de montaña y entré en la Antártida para dar el apoyo a los científicos que hay allí trabajando en los glaciares, aunque ahora estoy involucrado también en otros proyectos. Dependemos un poco de los presupuestos nacionales, pero lo habitual es marcharnos en noviembre para regresar en marzo».
Iñaki permanece cuatro meses en la isla Livingston, la segunda en superficie de las islas Shetland del Sur, a 839 kilómetros del Cabo de Hornos (Chile). Tiene su rutina de trabajo, como todos los trabajadores: «Trabajamos de lunes a sábado. Me levanto a las 7 de la mañana y, como estamos en el verano austral, hay semanas en las que tenemos 24 horas de luz al día. Lo más habitual es subir al glaciar, donde hacemos medición de estacas, toma de datos, instalación de sensores... Aguantamos todo el día y por la tarde volvemos a las instalaciones».
Junto a él, hay otros dos guipuzcoanos que también acuden a la Antártida de cuando en cuando: el guía de montaña Arkaitz Yurrita y el glaciólogo Javier Lapazaran
Dentro de la base Juan Carlos I, Iñaki y los que le acompañan son también responsables de un campamento situado en la península de Byers, la máxima zona de la Antártida sin nieve perpetua. Biológicamente, es un lugar muy interesante.
«Trabajamos con el estudio de líquenes, musgos y vida en agua dulce, porque hay un lago que es el de mayor extensión de agua dulce en la Antártida. Allí dormimos en tiendas de campaña; tenemos un par de iglús. Y es donde pasamos las últimas Navidades», relata sonriendo. Porque lo habitual para él en los últimos 14 años es tomar las uvas lejos de casa. Muy lejos.
Noticia: hay WhatsApp en la Antártida
Iñaki está ya acostumbrado a eso, a trabajar lejos de los suyos, a vivir en un lugar remoto, muy alejado del suyo. Y, quizá por eso, le resta épica y toneladas de aventura: «Imagino que es una sensación parecida a la que tienen los que se dedican a labores marineras. También es verdad que, de unos años a esta parte, la comunicación es mejor. Cuando empecé a trabajar en la Antártida, por ejemplo, podíamos mandar un e-mail muy cortito, muy restringido en datos. Las llamadas podían ser una a la semana y únicamente de diez minutos. Ahora, en cambio, las cosas han cambiado mucho. No hay problemas para llamar, puedes enviar correos electrónicos cuando quieras... ¿WhatsApp? Funciona desde hace dos años». Paradójicamente, los días en los que cerramos este reportaje Iñaki anda con problemas en el teléfono y vuelve a padecer en carne propia las incomodidades de estar incomunicado en el siglo XXI.
Aparentemente, este ingeniero donostiarra tendrá que estar sometido a temperaturas extremas pero la realidad subraya alguna que otra sorpresa: «En lo que es la base misma, que está a nivel del mar, la mínima a la que hemos estado es -10 grados. Es cierto que al ser una isla, el grado de humedad es muy alto, por lo tanto la sensación de frío es importante. Yo he llegado a estar a -20, cerca de las bases inglesas de Rothera, pero donde más frío he pasado es en la península de Byers».
Junto a Iñaki hay otra veintena de personas trabajando en la base, aunque a lo largo de una campaña desfilan más de sesenta. A raíz de la base nueva, que se ha inaugurado el pasado año, más moderna y mejor equipada, han aumentado ese número a treinta permanentes y ochenta provisionales. Hablamos de científicos (asociados a departamentos del CSIC o a universidades), investigadores y alumnos becados haciendo doctorados. Los proyectos son fundamentalmente nacionales, aunque también se incorporan algunos extranjeros. Obviamente, a ellos hay que sumar los empleados de la base: mecánicos, informáticos, médicos, cocineros, patrones, técnicos de montaña...».
«La primera vez que llegué a la Antártida me impresionó la amplitud, la soledad y sobre todo la inmensidad»
iñaki irastorza
La crisis se ha cebado en las campañas antárticas, al igual que ha arrasado todos los sectores de la economía: «El presupuesto se eleva mucho por los viajes, la logística... Los recortes que hemos tenido en años anteriores se han notado mucho, aunque parece que se está recuperando».
La ruta para llegar a la Antártida tiene una duración de cuatro días, aunque normalmente tardan una semana. ¿Por qué? «Volamos a Punta Arenas (Chile) o a Ushuaia (Argentina) y allí nos recoge un barco que nos lleva hasta la base: el Hespérides o el Sarmiento de Gamboa (buques oceanográficos). Normalmente, dejamos un par de días de descanso antes de encarar el paso de Drake con una meteo más o menos estable. Esa zona del mar es complicada por el tamaño de las olas, entre otras cosas, de ahí que haya que asegurar la meteorología. Son tres días de navegación hasta la base», describe. Éste es el modus operandi habitual, aunque también existe la opción de combinar el transporte aéreo con el marítimo para llegar.
Tamborrada, pintxos y ¡natación!
Iñaki relata con mucha gracia el modo en el que le describieron ese campamento base, el lugar donde permanecerían cuatro meses trabajando. «Nos dijeron que era una mezcla de Gran Hermano y Bricomanía (se ríe). Normalmente, cuando estás trabajando y tienes algo que hacer, el tiempo pasa rápido. El problema es cuando no tienes nada que hacer. El domingo es nuestro día de fiesta. Enfocamos el ocio haciendo de todo. Hemos celebrado la Tamborrada y una vez hicimos una fiesta vasca, poniendo pintxos a lo largo de una mesa como si fuera la barra de un bar. También hemos llegado a organizar la Liga Antártica de Fútbol. Primero entre nosotros y luego con una base búlgara que había al lado. Y hemos realizado el primer triatlón antártico: una bicicleta estática (diez minutos), cien metros de carrera y veinte metros nadando (el agua está a cero grados. El ambiente es muy bueno y estamos entretenidos», confiesa.
Iñaki no es el único guipuzcoano que frecuenta esos lares. También están Arkaitz Yurrita, técnico de montaña, y Javier Lapazaran, profesor del DMATIC (Departamento de Matemática Aplicada a las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid), que además es glaciólogo, aunque sus visitas no son tan frecuentes.
«Los domingos son el día de descanso y hemos llegado a tocar la Tamborrada, comer pintxos y hasta ¡un triatlón antártico!»
iñaki irastorza
Llegados a un punto de mayor confianza en la conversación, saco a la palestra un tema casi siempre expuesto a la polémica: el cambio climático. ¿Cuál es su opinión?: «Se está produciendo, sin la menor duda. Los modelos nos dicen que la Antártida, el continente, se está enfriando, aunque en la península donde estamos sucede lo contrario».
El ingeniero donostiarra culmina la entrevista con uno de sus mejores recuerdos en la Antártida: «La primera vez que llegué allí me impresionó. Sobre todo, la amplitud, la sensación de soledad y sobre todo la inmensidad. El aire, la pureza, los sonidos... Me pasó una cosa muy curiosa en Byers, en una zona que tiene columnas basálticas. Debajo había elefantes marinos, que emiten un rugido muy característico. A la vez, los petreles gigantes estaban volando por allí con su forma de moverse tan peculiar. Cuando llegué allí, completamente solo, y contemplé aquel espectáculo me pareció que estaba en la era terciaria (bromea). Además, frecuentemente tenemos la sensación de que es la primera vez que el ser humano pisa un sitio concreto».
De Jaca al Aconcagua
El resto del año, Iñaki vive en Jaca, donde es guía de alta montaña, aunque en 2018 ha trabajado también con el ICCAT haciendo un seguimiento del atún rojo. Pero en verano lleva a extranjeros por el Pirineo (japoneses, islandeses...) e intenta organizar expediciones al Aconcagua (techo de los Andes). También atesora experiencia en los Alpes, en el Himalaya... En la cordillera pirenaica se mueve fundamentalmente por Ordesa, una zona emblemática que siempre gusta al visitante, donde se encuentran, entre otras maravillas naturales, el Monte Perdido (3.355 metros) y la Cola de Caballo, una célebre cascada.