Diligencias en el exterior del antiguo hotel Mendia, en la actualidad Oyarbide, en el centro de Tolosa. José Antonio Recondo

Historias de Gipuzkoa

Tolosa, un privilegiado nudo de comunicaciones

Hasta la primera mitad del siglo XIX, cualquier navarro, aragonés, castellano o portugués que quisiera viajar en diligencia a Francia tenía forzosamente que hacer noche o, por lo menos, parar en la villa

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 19 de mayo 2025, 07:09

El médico y escritor José Antonio Recondo destaca en su libro 'El camino real de Tolosa a Pamplona. Balnearios, ventas y diligencias. La vida en ... torno al camino' que hasta la primera mitad del siglo XIX, cualquier navarro, aragonés, castellano o portugués que quisiera viajar en diligencia a Francia tenía forzosamente que hacer noche o, por lo menos, parar en la villa. Había dos rutas fundamentales: el Camino de Castilla, o Carretera General de Coches, que enlazaba Madrid y Castilla con Francia a través de Vitoria, Tolosa e Irun y, en segundo lugar, el Ramal de Navarra o camino de Gipuzkoa, que comunicaba Tolosa con Pamplona y también con Zaragoza gracias a una prolongación del mismo, el llamado Camino de la Ribera». La localidad se convirtió en un privilegiado nudo de comunicaciones, lo que permitió su industrialización y que alcanzara una prosperidad económica que le permitió conseguir la capitalidad de Gipuzkoa en 1844, que hasta entonces se repartía anualmente con San Sebastián, Azpeitia y Azkoitia.

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Hasta 1847, cuando se construyó el camino a Francia por Belate, todo navarro, aragonés o incluso catalán que quisiera viajar a Francia en diligencia tenía que pasar por esta vía, mientras castellanos y portugueses lo hacían por el Camino de Castilla. Unos y otros convergían necesariamente en Tolosa, donde cada día entraban o salían hasta catorce diligencias y decenas de galeras.

Tolosa tuvo que realizar reformas importantes para adaptarse al paso de carromatos. Se mantuvo el recorrido por el interior del pueblo: las diligencias procedentes de Madrid e Irun atravesaban la calle Correo. El empleo de vehículos obligaba a disponer de cocheras. La casa de postas se localizaba en el número 1 de la calle Correo, pero no resultaba idónea pues no disponía de cocheras, ni de un mesón y habitaciones adecuados. De ahí que el maestro de postas de la villa, Juan Pedro de Mendía, iniciara en 1786 la construcción de una nueva casa de postas, el hostal o Parador Mendía, en el otro extremo del casco antiguo.

Al mismo tiempo, se acondicionó una nueva plaza para que pudieran estacionarse y maniobrar los vehículos. Se llamaría plaza de Arramele, más tarde rebautizada como Plaza Gorriti. «Esta plaza solía estar muy animada y concurrida», cuenta José Antonio Recondo, siempre abarrotada de carruajes y gentes. En ese punto estaba el café La Paz (actual Iruña), que era el lugar de espera de los parientes de los viajeros y también de los comerciantes tolosarras, «que aguardaban la llegada de los postillones que eran utilizados por los primeros para realizar pedidos, recibir encargos o efectuar pagos a comerciantes de otras ciudades».

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En el camino Tolosa-Pamplona tenían gran importancia las posadas y ventas. Recondo ha constatado la existencia de unas veintisiete. No sólo ofrecían alojamiento y comida. Poseían cuadras con animales de tiro para el cambio de caballerías. La actividad principal de esos propietarios no era la de venteros o mesoneros, sino el comercio de vino, granos o ganado. También se convertirían con el paso del tiempo en la cartería, panadería o tienda de ultramarinos del pueblo, estanco y casino. Y muchas de ellas funcionaron a la vez como casa concejil y cárcel. Todas las ventas tenían cochera, con una puerta de entrada y otra de salida. Y en esas cocheras se hacía el cambio de caballerías; los animales cansados eran sustituidos por otros frescos. Esos sitios eran también usados para el apareamiento de los ganados.Tras la aparición del tren del Plazaola, sólo sobrevivieron las de Mugiro y Ayestarán de Lekunberri.

Placa en una calle de Tolosa.

El recorrido de Tolosa a Pamplona costaba doce horas. Las mayores diligencias, como las de la empresa La Coronilla de Aragón, que realizaban el trayecto Zaragoza-Tolosa, podían llevar hasta 21 personas y eran tiradas por nueve mulas que en algunos lugares, como el puerto de Azpiroz, no podían con la carga y tenían que ser reforzadas con una pareja de bueyes. Ello dio origen a un negocio de boyeros, como los del pueblo de Lezaeta, que prestaban sus animales para subir la cuesta. En estas condiciones, los accidentes eran frecuentes en los puertos de montaña y también en las calles de Tolosa y Pamplona, donde las diligencias entraban al galope.

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