Historias de Gipuzkoa

El azkoitiarra que traía la plata del rey

Tomás de Larraspuru fue el marino que más veces cruzó el Atlántico al mando de la Flota de Indias, la ruta que hacía latir la economía europea

Borja Olaizola

San Sebastián

Martes, 14 de febrero 2023

Tomás de Larraspuru es hoy un completo desconocido más allá de un reducido círculo de aficionados a la historia. Sin embargo, hace exactamente cuatro siglos, ... en 1623, el nombre de este marino y militar azkoitiarra iba de boca en boca mientras las campanas de las iglesias de media España no paraban de repicar y se hacían misas en su honor. Larraspuru, un azkoitiarra que entonces tenía 40 años, había regresado a Cádiz como almirante de lo que quedaba de la flota de Tierra Firme, la escuadra que traía la plata y el oro del otro lado del Atlántico. Atrás quedaban un terrible huracán que había hundido dos galeones en el canal de Bahamas y decenas de barcos holandeses que habían intentado sin éxito interceptar a la flota española para hacerse con el botín. Además de llenar de júbilo a la población, la llegada de una expedición que ya casi se daba por perdida afianzó la reputación de hombre tocado por la fortuna que acompañó a Larraspuru hasta el fin de sus días.

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El general azkoitiarra fue, en efecto, un tipo con suerte. Solo alguien con el destino de frente puede atravesar 34 veces el Atlántico, primero como almirante y luego como capitán general, al frente de convoyes repletos de tesoros sin que los enemigos que le hostigaban –ingleses y holandeses sobre todo– llegasen a capturar una sola de sus naves. La fortuna que presidió su trayectoria profesional tampoco le dio la espalda en lo personal y murió convertido en uno de los hombres más ricos de su tiempo. Pablo Emilio Pérez Mallaína, catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla, escribe en un trabajo recién publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia que Larraspuru dejó a su muerte bienes por valor de 96 millones de maravedíes. Como vara de medida, el salario en la época de un marinero de la Carrera de las Indias oscilaba entre los 1.500 y los 2.000 maravedíes mensuales.

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¿Cómo pudo un azkoitiarra que había nacido en una familia humilde y sin conexiones con la nobleza terminar convertido en uno de los hombres mejor situados y más ricos de su tiempo? Además de afortunado, sonríe el historiador Pérez Mallaína, Larraspuru fue un extraordinario navegante y un hombre inteligente que exprimió al máximo las posibilidades que brindaba entonces la carrera militar. Todo ello sin menospreciar el apoyo que a buen seguro recibió por su condición de vasco en la Casa de Contratación de Sevilla, la institución que monopolizaba el comercio con las Indias, controlada desde su nacimiento por una red de mercaderes y hombres de mar vizcaínos, el nombre que entonces se daba a todos los vascos.

De Milán al Caribe

No se sabe mucho de los primeros años de la vida de Larraspuru. Pérez Mallaína escribe en su trabajo que nació en 1582 en Azkoitia, localidad de la que eran vecinos sus padres: Nicolás de Larraspuru y María López de Churruca. Con solo 16 años abandonó su localidad natal y probó suerte como simple soldado en el ejército del Milanesado. La experiencia de Italia no debió dejarle buen sabor de boca y en 1603, con 21 años, se embarcó por primera vez en la Armada. «A partir de ese momento y hasta pocos meses antes de su muerte, no dejaría ya las cubiertas de las embarcaciones», escribe el historiador sevillano. «Hombre valiente y discreto –añade– sabía ganarse el aprecio de sus mandos y fue subiendo por el escalafón».

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Su ascenso fue en realidad meteórico. Tras una serie de misiones en las que dio muestra de su pericia y arrojo en el Caribe, en 1607 obtenía el mando de uno de los galeones de la Armada de la Guarda de la Carrera de Indias, el cuerpo naval que custodiaba a las naves que cubrían la ruta entre España y América. En 1614, con 32 años, fue nombrado almirante de la Armada de la Guarda, es decir, el segundo en la cadena de mando. Apenas cuatro años después certificó su ascenso en el escalafón social con su ingreso como caballero en la orden de Alcántara, un requisito casi indispensable en las altas esferas militares que fue el preludio de su acceso en 1623 al generalato como máximo responsable de una expedición de castigo a los holandeses en la costa venezolana.

IVÁN MATA

La culminación de tan vertiginosa escalada fue su nombramiento en 1626 como capitán general de la Real Armada de la Guarda de la Carrera de las Indias. Es decir, que Larraspuru se convirtió sin haber cumplido los 45 años en la suprema autoridad militar de las rutas marítimas entre España y las Indias Occidentales.

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Ataques de corsarios

La Armada de la Guarda acompañaba a los convoyes de la Carrera de las Indias para defenderlos de posibles ataques. Era una estrategia introducida por la Corona después de que los corsarios se adueñasen en 1522 de algunas de las naves que Cortés había enviado a España con los tesoros aztecas. La Casa de Contratación prohibió las travesías aisladas y reguló un sistema de flotas para prevenir posibles ataques. Ese método de navegación 'en conserva' establecía un flujo de dos convoyes armados cada año con unos estrictos protocolos tanto en lo que se refiere a la logística de las naves como a la navegación. Es lo que se conoció como la Flota o la Carrera de Indias, una ruta comercial que fue el corazón de la economía europea durante los casi tres siglos que estuvo operativa.

Como general de la Armada de la Guarda, el azkoitiarra era el máximo responsable de toda la flota. Pérez Mallaína lo explica así: «Ser general de una flota era ocupar el mando supremo e indiscutible de una pequeña, y a veces no tan pequeña, ciudad de madera flotante. Larraspuru llegó a tener bajo su mando a más de 50 embarcaciones, lo que supondría tener a sus órdenes entre 5.000 y 8.000 personas. Totalmente aislados de cualquier otra autoridad como estaban los tripulantes y pasajeros durante meses, el general la ejercía sin más limitaciones que su propia conciencia y el respeto a las instrucciones» de la Casa de la Contratación.

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Tras completar con éxito en 1622 la que sería su última travesía a las Indias, se sintió enfermo y buscó refugio en su casa de Azkoitia.

El azkoitiarra no tardó en dar muestra de su capacidad para tan compleja empresa. «A pesar del altísimo grado de imprevisibilidad a la que estaba sometida la navegación a vela –apunta el historiador Pérez Mallaína–, hizo que los convoyes que comandaba mantuviesen una puntualidad realmente envidiable en sus salidas y llegadas». Fuese por su pericia marinera o por la buena estrella que le protegía, lo cierto es que Larraspuru conseguía llevar sus naves a buen puerto a pesar de los huracanes y el acoso de las flotas extranjeras. Episodios como el que protagonizó en 1630, cuando logró poner a salvo a la flota después de haber dado el esquinazo a una escuadra de 80 navíos holandeses que le perseguían, le valieron una enorme popularidad. «Después de esa hazaña, el rey lo consideró su mejor general», explica el historiador sevillano, que recuerda que el guipuzcoano «fue objeto del favor del público al ser considerado un favorito de la fortuna».

Última expedición

A Larraspuru le traicionó la salud cuando estaba en lo más alto de su carrera. Tras completar con éxito en 1622 la que sería su última travesía a las Indias, se sintió enfermo y buscó refugio en su casa de Azkoitia. Recibió varias cartas en las que se le apremiaba a regresar a Sevilla para hacerse cargo de una nueva expedición, pero su mal se agravó al punto de que no podía levantarse de la cama. «A sus 50 años, era para la época un hombre de edad avanzada y debía de acusar en su cuerpo las muchas estrecheces pasadas en la mar», precisa el historiador Pérez Mallaína, que recuerda que aún tuvo fuerzas para contestar «que si pudiese comprar con oro la salud, así lo haría, con que solo fuera para servir a su rey una vez más, pero que en aquella ocasión sus muchos achaques se lo impedían por el momento». El veterano marino falleció en su localidad natal el 5 de octubre de 1632 dejando esposa y tres hijos. El propio Felipe IVescribiría al tener noticia de su muerte: «Gran pérdida ha sido la de Tomás de Larraspuru por su experiencia, suficiencia y opinión, cosas que con dificultad de hallan juntas».

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Al azkoitiarra le cupo el mérito de ser el comandante de la Carrera de Indias que en más ocasiones cruzó el Atlántico. Lo hizo nada menos que 34 veces –17 viajes de ida y otros 17 de vuelta– sin que ninguno de los barcos que formaban parte de sus convoyes llegasen a caer en manos del enemigo. «En cualquier otro país que no fuera España –reflexiona Pérez Mallaína– su biografía no solo sería conocida, sino admirada como uno de esos personajes que toda nación considera como pilares de su orgullo patrio. Si hubiera ido a nacer no a la orilla del Cantábrico, sino al norte del Canal de La Mancha, hoy veríamos ensalzada su figura como el único marino en el mundo capaz de semejantes proezas en los durísimos tiempos de la marina a vela».

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