En 1820 los gintonic se bebían a temperatura ambiente. Es decir, calientes. Aquel año Frederic Tudor tuvo una idea loca. Fraccionar el hielo del lago ... Wenham, en Boston, y llevarlo a lugares donde no se conocía. El primer envío, un bloque de hielo del tamaño de un iceberg, fue a Londres, la capital del Imperio. La mercancía sorprendió tanto a los funcionarios de aduanas que el hielo se fundió en el almacén mientras discutían si registrarlo como algo sólido o líquido.
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Aunque cueste creerlo, la gente de la época no se animaba a enfriar, y aguar, sus bebidas. Para divulgar la idea, Tudor viajó por todo el país con sus recetas 'On the rocks' y convenció a los propietarios de los bares para que vendiesen las copas con un trozo de hielo.
El hielo empezó enfriando la cerveza y el vino blanco, después llegaron los cócteles y los postres. Cuando se comenzaron a enfriar los vagones de tren, el hielo revolucionó los hábitos de consumo. Hasta entonces, la leche de vaca se estropeaba a las horas, el pollo se consumía en la jornada y el pescado no se conocía en el interior del país. El hielo ayudó a que los alimentos se conservaran durante mucho más tiempo y a que se pudieran transportar.
Me sirvo una copa, con sus ocho cubitos macizos, y pienso en que, en la vida, todo parece muy difícil antes de ser fácil. Probablemente, si le preguntáramos por su aventura a Frederic Tudor, su respuesta sería, «No fue tan complicado. El secreto consistió en romper el hielo».
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