Conserjes. Antonio Ramos, Pepe Sánchez, Leire Falcón, Antonio Morilla y Pep Ferreiro, en el Hotel de Londres. Usoz
'La llave de oro'

«Al gato le comprábamos merluza»

Conserjes de hoteles de lujo, que han celebrado en Donostia su asamblea, comparten sus anécdotas como conseguidores de los deseos de sus clientes

Javier Guillenea

San Sebastián

Domingo, 3 de diciembre 2023, 01:00

Borja Martín Guridi define así su trabajo: «Somos profesionales del turismo que actuamos como embajadores del lugar en el que trabajamos». Esa sería la definición ... oficial. La oficiosa es otra. «Nos llaman conseguidores», dice.

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Es el jefe de conserjes del hotel Mandarín Oriental Ritz de Madrid y también presidente de 'Las llaves de oro españolas', la Asociación Nacional de Conserjes de Hotel, que este fin de semana está celebrando su asamblea general en San Sebastián. Son conseguidores, los que hacen realidad las peticiones de los adinerados clientes alojados en los alojamientos de lujo donde trabajan. Incluso las más descabelladas.

«Somos el eslabón que une al cliente con la calle», dice Antonio Ramos, que fue primer conserje en el hotel Marbella Club. «Artesanos del servicio», añade Ramón Lefort, del Barceló Emperatriz de Madrid. «Llevamos en la solapa una insignia con dos llaves. Una abre la puerta de los edificios y la otra, la puerta de lo imposible», explica Pepe Sánchez, ya retirado, que trabajó en Los Monteros de Marbella. «Al cliente le hacemos ver que todo es muy fácil aunque sea casi imposible», puntualiza Leire Falcón, del donostiarra Hotel de Londres. «Somos sastres de la experiencia», afirma Antonio Morilla, del Alfonso XIII Luxury Collection de Sevilla. «Estamos a un paso de ser las estrellas de los hoteles. Nos van a fichar como a los futbolistas», pronostica Pep Ferreiro, de Belmont la Residencia, de Mallorca. «Conseguimos lo imposible de inmediato, para los milagros tardamos un poquito», resume Martín Guridi.

Se han reunido en la cafetería del hotel Londres, donde se sienten como en casa, y pronto comienzan a intercambiar anécdotas de su trabajo. Papagayos, gatos que solo comen merluza, cementerios, perras sibaritas y hasta Michael Jackson son algunos de los protagonistas de las historias que se cuecen en los hoteles de lujo.

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Cementerio. Antonio Morilla comienza a hablar y al poco sus oyentes se desternillan. Resulta que tuvo dos clientes australianos, un matrimonio con el que conectó especialmente. «Me dijeron que la señora quería que subiera a su habitación porque quería enseñarme algo», cuenta el jefe de conserjes del Alfonso XIII. Presa de una cierta inquietud porque no sabía exactamente qué pensaba mostrarle la inquilina en la intimidad, se encomendó a su destino, pero al llegar a la habitación lo que le expuso la mujer no fue lo temido sino la foto de una lápida.

«Me dijo que su abuelo estaba enterrado en el cementerio de los ingleses y quería ir a ver la tumba. Yo investigué un poco y vi que el lugar estaba cerca de donde llevaba a los niños al pediatra, así que cogí un chófer y nos llevamos a la pareja hacia allí». Cuando llegaron a su destino se encontraron con un cementerio cerrado rodeado de matorrales y con aspecto de abandonado. «Al verlo, la mujer puso cara de decepción», recuerda Morilla.

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Fue entonces cuando hizo gala de su profesionalidad. Echó un vistazo a su alrededor, vio una escalera en unas obras, miró al chófer, «que puso cara de no lo hagas» y, sin hacer caso a la advertencia, apoyó la escalera en la tapia del cementerio y le pidió a la australiana que le siguiera. «Le dije al chófer que silbara si venía la Benemérita y empezamos a subir. Yo solo pensaba que si la mujer se caía, tenía que hacerlo fuera del cementerio y no dentro», confiesa.

Ya al otro lado, envuelta en la nube de polvo que levantaron al saltar de lo alto de la tapia, la mujer se apresuró a buscar la lápida. «Cuando la encontró, se tumbó sobre ella y empezó a llorar. Yo me di la vuelta y también lloré. Me metí en un marrón pero salió bien y esa mujer me felicita todos los años por navidades».

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El papagayo. Al hijo de un matrimonio brasileño se le antojó un papagayo en Madrid y sus padres se lo compraron. «El día se su partida me pusieron en el mostrador una jaula con el pájaro y me pidieron que se lo enviara a su país porque ellos ya se marchaban», dice Borja Martín Guridi. Allí se quedó con 'Paquito', que fue el nombre que le pusieron al papagayo mientras le hacían el pasaporte, tramitaban todos los permisos y le encontraban hueco en un avión de carga. «Más de 2.000 euros después el pájaro llegó a su destino», dice el jefe de conserjes del Ritz, que todavía se pregunta si en Brasil no hay papagayos.

La pedida. La estampa no pudo ser más romántica. Un huésped del hotel de Londres le pidió mano a su novia en la playa de La Concha y tan bien lo hizo que ella aceptó emocionada. Perdidamente enamorada, se puso el anillo en el dedo con tan poco acierto que poco después se le cayó al agua. «La mujer estaba destrozada», dice Leire Falcón.

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Pero no todo estaba perdido. La jefa de conserjes bajó a la mañana siguiente a La Concha y habló con una de las personas que recorrían la playa con un detector de metales para pedirle ayuda en busca de la alianza perdida. Contra todo pronóstico, la encontró.

El gato sibarita. La esposa de un alto cargo político extranjero tenía un gato especial. Tan particular era el animal que la mujer, huésped asidua de la suite imperial del Marbella Club, pedía que todos los días le compraran al minino merluza fresca en el mercado y se la prepararan en la cocina del hotel. Todo iba bien hasta que un año al gato le dio un ataque y el veterinario le pronosticó pocos días de vida. «Me dijo que quería llevarlo a París para que muriera allí y enterrarlo», dice Antonio Ramos.

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Eran tiempos en los que no había demasiados vuelos privados, así que el jefe de conserjes se las tuvo que apañar para contratar un avión medicalizado con un veterinario a bordo. «Los llevamos a todos a París, el gato murió y pudieron enterrarlo».

La perrita.Unos clientes se alojaron en el Ritz con una perra que venía con todo un juego de maletas para ella. Cuando llegaba la hora de cenar, los clientes bajaban al jardín y permitían que el animal eligiera la mesa en la que iban a comer.

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Michael Jackson.El rey del pop dio un concierto en Marbella el 5 de agosto de 1988 y se alojó en el hotel Los Monteros, donde muy pocos lo llegaron a ver. Pepe Sánchez fue uno de los escasos afortunados que tuvieron el privilegio de contemplarlo. «Lo veía salir del hotel todos los días en coche, camuflado con un sombrero grande, peluca y bigote postizo. Por la noche, hacia las dos de la mañana, paseaba solo por el jardín del hotel».

El príncipe.Antonio Ramos recuerda el día que acompañó al cantante Prince a su habitación en el Marbella Club. «Iba acompañado por dos gorilas que le escoltaban. Cuando vino no había fotos públicas de él, controlaba mucho su imagen», afirma. Pero esta exclusividad estuvo a punto de acabar cuando una niña de unos doce años que aguardaba en el pasillo sacó una cámara y fotografió al artista. «Los guardaespaldas se enfadaron, le quitaron la cámara, la rompieron y la echaron de allí».

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Las lágrimas de la niña conmovieron al jefe de conserjes, que contó lo ocurrido al mánager de Prince. «Vino poco después con un disco dedicado y una entrada VIP para ver el concierto y poder saludarlo. Esa niña, que vive en Estados Unidos, está hoy casada, tiene hijas y todavía me saluda cada vez que viene por aquí».

Braveheart. Esta anécdota también ocurrió en el Marbella Club, una mañana en la que Antonio Ramos se hallaba en recepción. Era 1995, el año del estreno de Braveheart, y Mel Gibson se alojaba en el hotel. «A las ocho se abrió la puerta del ascensor y salió el actor en camiseta con un martillo en la mano». Lo peor es que se dirigía hacia él, así que al conserje no se le ocurrió otra cosa que proteger su cabeza con las manos y exclamar '¡no, please, no!'. Al escuchar estas palabras, Gibson se rio y dio un par de explicaciones. El día anterior habían hecho un arreglo en su habitación y los de mantenimiento habían dejado olvidado un martillo. «'Vengo a devolverlo', dijo».

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'Las llaves de oro' abren en Donostia su nueva delegación

La asamblea general de 'Las llaves de oro' acordó ayer abrir en San Sebastián su delegación en la zona Norte, que estará dirigida por Leire Falcón que, además, es la primera mujer delegada en la organización en España. La asociación pertenece a 'Les Clefs d'Or', que se halla compuesta por más de 4.000 miembros en todo el mundo. Todos ellos se distinguen por llevar en las solapas de su uniforme de trabajo dos insignias doradas con dos llaves cruzadas. La principal función de los conserjes de estos hoteles de lujo es «recibir, acoger y garantizar la calidad de la estancia de los clientes».

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