Un familiar muy próximo me ha enviado una carta, contándome una experiencia que acaba de vivir: «Mi mejor amiga de la Universidad tenía 29 años ... aquel fatídico día de 2023, cuando decidió ahorcarse. Nunca podré olvidarlo. Los días anteriores a su muerte hablé con ella todos los días. Cada llamada era de dos horas. Unos días antes de su muerte no logré contactar con ella. Imperó el silencio. No respondió a mis llamadas. Nada de lo que yo le dije o no le dije sirvió para que no se produjera tal fatal desenlace. Ella estaba desolada, tenía una hija de tres años y su marido quería divorciarse. Había ido al psicólogo hacía muy poco, pero, en este caso, no pudo ayudarla. En nuestro país no existe un plan de prevención adecuado para el suicidio y algunos psicólogos aún no tienen conocimientos específicos para poder ayudar en estos casos. Ciertos estudios y encuestas de salud pública nos dicen que «los jóvenes de entre 15 y 29 años presentan treinta veces más tentativas y más conductas suicidas que las personas de más de 30 años». Se da más visibilidad y más recursos a las muertes por accidentes de tráfico que al suicidio, cuando este último es la primera causa externa de muerte en nuestro país. Tras su muerte se me plantearon muchas cuestiones: ¿Por qué el sistema no pudo prever este suicidio?, ¿por qué ni el psicólogo ni yo misma pudimos ayudarla? Sin duda, la sociedad debería dedicar más recursos a este problema...
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