Experiencias con alma guipuzcoana
Ocho de los 17 jóvenes becados por la Diputación cuentan sus vivencias en distintos proyectos solidarios en Ecuador, Bolivia y Brasil
Decir que uno se siente cambiado, diferente y enriquecido cuando vuelve de un proyecto de cooperación tiene tanto de cliché como de verdad. Y así ... se sienten ellos. Ocho de los 17 jóvenes becados por la Diputación de Gipuzkoa, que el año pasado colaboraron en proyectos solidarios, desarrollados en Ecuador, Bolivia y Brasil, y que ayer participaron en un encuentro en la propia institución foral.
Ese cambio interior que experimentaron no lo expresan desde la euforia de un joven recién llegado de un mundo lejano y pasionalmente decidido a dar un vuelco a su vida. De eso también hubo al principio, pero ahora, meses después de estas viviencias y con las emociones más reposadas, la nueva perspectiva con la que miran su vida les lleva a «relativizar», a «valorar lo que tenemos», a «ser consciente de las personas que hay detrás de esos productos que compro y recurrir al producto local» o a «no dar por hecho que todo lo que tenemos es lo normal». Porque vivieron en primera persona que hay comunidades que deben esperar a que el sol caliente mínimamente una tubería para ducharse con agua tibia; que los habitantes de las favelas de Río de Janeiro saben que cada cinco horas un policía mata a un vecino, tenga o no que ver con el narcotráfico; o que con 16 años una mujer ya tiene tres hijos y con 26 «te dicen que se te ha pasado el arroz». También aprendieron a valorar «lo que se logró en los años 80 en Euskadi para preservar el Euskera, un idioma que nos hace estar orgullosos», porque en otras zonas de Bolivia, el quechua se esconde y se desprecia a quien lo habla.
Son algunas de las reflexiones que salieron ayer como cierre de la cuarta edición de unas becas ofrecidas por el departamento de Cooperación de la Diputación, que ya ha abierto el periodo de inscripción para este 2020, con la intención de ampliar hasta 25 las plazas ofertadas. «Los jóvenes son los agentes del cambio y un proyecto de cooperación es una escuela de valores, donde se desarrolla un espíritu más crítico y una visión más ajustada de la realidad», indicó Mikel Díez, director foral de Cooperación Internacional, quien invitó a «no mirar solo al norte, porque del sur podemos aprender mucho».
A Aitziber Martos, por ejemplo, el mes de agosto que pasó en una localidad de Ecuador le «abrió los ojos». El proyecto en el que participó está orientado a empoderar a las mujeres y a optimizar sus medios de producción, y si algo ha aprendido esta joven de 26 años de Errenteria es a pensar antes de comprar: «Si venden una caja de plátanos por 3 euros es que una parte de esa cadena de producción está podrida».
La lezotarra Ainhoa Salaberria, de 21 años, escogió Trinidad-Beni, una localidad boliviana donde colaboró en una escuela, una cárcel, un centro de menores y otro de acogida. Fue testigo de historias con las que «te das cuenta de que a veces te preocupas por tonterías». Elixabete Abecia no era la primera vez que cooperaba en Brasil, pero sí en las favelas de Río de Janeiro. Esta donostiarra de 28 años participó en un programa que busca mejorar las condiciones de vida de estos asentamientos, pero previa consulta a los propios vecinos de sus necesidades. A los problemas de seguridad, le sigue de cerca el estigma. «Aunque no tengas nada que ver con el narcotráfico, solo con decir que vives allí ya te hacen de menos».
Los andoaindarras Maider Arano, Olaia García, Kristina Artola y los hermanos Ekhi y Endika Merketegi fueron a otra zona boliviana. Participaron en un proyecto en un internado y en una plataforma solidaria. Lo que más les sorprendió que «valoraban mucho poder desahogarse con nosotros, porque entre ellos no se abren».
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