Gloria y Juan José, ya recuperado y con un nuevo riñón, pasean por Pasai Donibane. p LUSA
Día del Donante de Órganos y Tejidos

«Mi mujer ha salvado dos vidas»

Trasplante cruzado ·

El 20 de julio se cumple un año desde que Gloria donó un riñón a un desconocido para que su marido, Juan José, recibiera otro riñón de la pareja del receptor

Macarena Tejada

San Sebastián

Miércoles, 1 de junio 2022, 06:28

Gloria Rodríguez siempre ha sido de «ayudar a los demás». Es algo que va con su personalidad. Quizá por eso, cuando los médicos le dijeron ... a su marido, Juan José Larzabal, que la única opción de que su salud no continuara degenerando y pudiera recuperar su calidad de vida era un trasplante de riñón, no lo dudó. «Estaba convencida de que tenía que ser yo», se reafirma casi un año después de la intervención. Persuadida de que por ser del mismo grupo sanguíneo iban a ser compatibles, tras las primeras pruebas la sorpresa fue que no era así. «Esa fue la noticia mala, pero había una buena. Además del trasplante del donante fallecido, existía la posibilidad del trasplante de vivo cruzado». Es decir, intercambiar los órganos con otra pareja que estuviera en su misma situación. Que Gloria donara su riñón a un desconocido para que Juan José recibiera otro riñón de la pareja del receptor. Dicho y hecho. La pareja de Pasai Donibane no se lo pensó dos veces. Y así, dice orgulloso Juan José, «mi mujer ha salvado dos vidas».

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En el Día del Donante de Órganos y Tejidos, ambos recuerdan su historia, que comienza con la diabetes de Juan José hace ya «muchos años». Lo que iba a ser un mal menor, «degeneró en insuficiencia renal, hasta que tuve un bajón muy grande. Estaba hecho polvo». El 1 de junio de 2020, en plena pandemia, entró en diálisis. «Necesitaba estar conectado a la máquina tres días por semana», explica. Lunes, miércoles y viernes, unas cuatro horas cada vez, con todo lo que eso supone. «Para cuando me había recuperado de una sesión, me tocaba la siguiente». Y así durante un año, un mes y diecinueve días. «Lo tengo guardado en la memoria como una condena. Fue muy duro, sobre todo psicológicamente. No tenía ganas para nada».

En ese tiempo, tanto él como Gloria, que pertenecen a la asociación Alcer Gipuzkoa, ya estaban inmersos en el proceso de búsqueda de otra pareja de donante y receptor, después de descartar la posibilidad de que ella le diera uno de sus riñones «por incompatibilidad. No queríamos meter a ningún otro familiar en este asunto». Por lo que decidieron esperar hasta que surgiera la oportunidad. Y, por qué no, Gloria ayudaría a otra persona más además de a su marido.

«Ayudar a los demás es algo que va con mi personalidad. Estaba convencida de que tenía que ser yo quien donara»

Gloria Rodríguez

Donante

«Yo no sé si hubiera sido capaz de tomar esa decisión. Estas reflexiones son las que haces en la sala de operación»

Juan José Larzabal

Receptor

Pero el tiempo pasaba y Juan José seguía pegado a la máquina de diálisis. «Mi vida se centraba en eso. Y cuando estaba en casa, del sofá a la cama y de la cama al sofá. Poco más. Subir una cuesta era toda una hazaña. Mi vida social desapareció y mis ganas de hacer cosas, también. Le di muchas vueltas al coco en ese momento». Hasta que en diciembre de 2020 recibieron la que pensaban que iba a ser la mejor noticia. El regalo de Navidad más esperado.

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«Un jarro de agua fría»

Desde el Hospital de Cruces, encargado de los trasplantes en Osakidetza, habían encontrado a otras dos parejas en su situación. «Había posibilidad de hacer un trasplante cruzado a tres». Una cadena en la que tres personas iban a ser beneficiadas. Ya lo tenían todo preparado. Maleta hecha, sus hijos entusiasmados por el paso que estaban a punto de dar... Juan José iba a ser operado el día de Navidad, pero entre las pruebas exigidas por la pandemia ocurrió lo que nadie quería. «Uno de los afectados dio positivo en Covid. Fue un jarro de agua fría. Un palo muy grande. Teníamos que volver a empezar», coinciden ambos.

Seguramente, este haya sido el momento más duro de todo el proceso porque, en palabras de Gloria, «tenemos muchas cosas por vivir. No soportaba ver que Juan José iba bajando y estaba cada vez más pochito. Yo puedo vivir sin un riñón. Quería ayudarle pero ya no estaba solo en mis manos». Aun y todo, siguieron adelante. Nada les iba a frenar. Es más, no dejaron ni siquiera que sus hijos se hicieran las pruebas de compatibilidad con su padre. Era algo que Gloria quería hacer «sin pensarlo dos veces». Le salió «desde dentro» y no se lo planteó más.

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Pasaron los meses. Enero, febrero, marzo, abril, mayo... Y en junio, el teléfono volvió a sonar. Osakidetza. Habían encontrado otra pareja para el trasplante cruzado. Luego se enteraron de que eran dos hombres catalanes. No saben más por la ley de privacidad de datos en donación y trasplantes. Pero sí saben que sin ellos esto no hubiera sido posible, al igual que sin Gloria, quien protagonizó el que seguramente sea uno de los actos más solidarios de su vida. Porque tras la intervención, en la que ella donó su riñón y Juan José recibió otro directo de Barcelona, él ha pasado «de estar mal a estar bien», y ella «de estar bien a estar un poco menos bien».

Fue el 20 de julio de 2021. Gloria fue intervenida a las ocho de la mañana. A esa misma hora, en la ciudad condal, un desconocido estaba sometiéndose a la misma operación. Una vez extraídos a través de laparoscopia, los órganos fueron intercambiados en avión, y a las dos del mediodía Juan José entró en quirófano. «Era la primera vez que me operaban, y solo puedo decir que la atención fue exquisita. Te sientes muy arropado», cuenta. A Gloria, le dio tiempo a subir en silla de ruedas para desearle suerte. Todo salió bien.

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La intervención fue un martes y ella el domingo estaba ya fuera, aunque no en las condiciones en las que se había imaginado. «Quería coger una habitación en un hotel cerca del hospital e ir a cuidar de Juan José, que estuvo ingresado diecisiete días. Pero los médicos me dijeron que quien necesitaba ser cuidada era yo, que ya había hecho todo lo que estaba en mis manos, que me tocaba descansar». Le costó admitirlo, pero necesitaba parar para ponerse bien. Su cuerpo se había quedado con un solo riñón y aunque «se puede vivir así perfectamente, es necesario un periodo de adaptación».

Ya han pasado diez meses desde entonces. Trescientos días en los que han remado en la misma dirección, recordándose mutuamente que lo peor ya había pasado. Y que, en gran parte, había sido gracias a Gloria. Juan José lo sabe. Es consciente de la valentía que mostró su mujer en cada visita a los diferentes especialistas. «Yo no sé si hubiese sido capaz de tomar esa decisión. Todo el mundo me dice que sí, pero siempre te queda la duda. La realidad es que toda la gente que está en diálisis tiene familia. Y no todos han tenido la misma suerte que yo», apunta. «Este tipo de reflexiones son las que haces cuando estás ingresado, a punto de recibir el riñón. O ya fuera, en la UCI», donde terminó no solo con uno, sino con tres riñones, «porque los otros, a no ser que sean perjudiciales, no te los quitan». Aprendes a convivir así, al igual que Gloria lo hace con un único riñón, pero con la satisfacción de haber salvado la vida no solo de su marido, sino de otra persona a la que, sin saber quién es, siempre estará unida.

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