En 2002 encontraron en el fondo de un estuario de Gales un barco que transportaba barricas de vino de Portugal y se hundió en 1469. Descubrieron que estaba construido con robles de la Sakana, quizá de este bosque de Dantzaleku, en Altsasu, donde aún crecen robles de formas peculiares, con troncos que se bifurcan en grandes ramas curvadas y ángulos variados. No son formas naturales. Los guiaron hace siglos, con podas y pesos, para obtener las piezas arqueadas que necesitaban en la construcción naval. El ritmo con el que talaban los bosques amenazaba con agotarlos, así que desde la Edad Media optaron por una explotación sostenible: mantenían el tronco, cortaban las ramas y guiaban el crecimiento de las nuevas hasta formar copas amplias, con forma de candelabro, que cortaban y dejaban crecer otra vez.
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La factoría Albaola preparó en Dantzaleku un sendero con paneles informativos que parecen una colección de bumeranes con brazos de distintos ángulos, curvaturas y tamaños. Representan las plantillas de las piezas que harían falta para construir un galeón: varengas, genoles, rodas… Cada una de estas plantillas produce un efecto llamativo: si la miras de frente, justo detrás de ella se levanta un roble que fue guiado para que sus ramas desarrollaran esa misma forma. Estos árboles son obras conjuntas de la naturaleza y los humanos, monumentos vivos de nuestros antepasados, que me impresionan más que cualquier paisaje virgen. Caminas por el bosque y crecen galeones.
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