Negocio de compraventa
Por mi despacho no dejan de pasar millones de sinvergüenzas en busca de un billete rápido hacia la fama y la fortuna. Todos lo consiguen pero nadie paga
Desde hace media eternidad trabajo en el departamento de compraventa de almas de la empresa Belzebú S.A. Se cobra bien y me libro de ... los tormentos de los pisos inferiores, pero es un puesto agotador, un sin parar en el que no hay forma de encontrar un minuto para ir a echar un pitillo. De día y de noche no paran de deambular por mi despacho bandadas de humanos dispuestos a vender su alma al diablo por un billete hacia la fortuna. Vienen desde arzobispos a marqueses, pasando por actores secundarios, diputados, universitarios, concursantes de Gran Hermano, tahúres, empresarios, vagos y maleantes de profesión. Todos quieren llegar lejos, muy lejos, a ser posible en aviones privados o yates de más de 50 metros de eslora. Y todos lo consiguen, porque para eso en el infierno somos muy cumplidores.
Publicidad
A las pocas semanas, cuando ya hemos hecho la transacción, los veo en la televisión tan guapos, tan altos, tan morenos, tan bien peinados, tan con los dientes bien puestos y tan con esos Rolex que asoman bajo el gemelo de oro cuando se retiran el flequillo de la frente, que hasta me dan ganas de vender yo también mi alma negra como el carbón. Pero no puedo y, además, Belzebú está a punto de cerrar el negocio por falta de liquidez, porque serán muy simpáticos pero, como dice mi jefe, son unos sinvergüenzas que no hay por dónde cogerlos.
Ya no es como antes, cuando llegado el momento de rendir cuentas, los millonarios venían al despacho, entregaban su alma y entraban en el infierno con resignación pero con la panza llena de centollos. Ahora aparecen con sus cochazos, que dejan aparcados en cualquier sitio, y te empiezan a decir que ellos de almas no saben nada, que los registren, que de eso se encarga un socio suyo que a saber dónde está, que se esfumó, valga la expresión, como alma que lleva el diablo.
«Serán muy simpáticos, guapos, morenos y bien peinados, pero no hay por dónde cogerlos»
Es lo que hizo el último que llegó, un emprendedor que se había hecho de oro con la compra de mascarillas en China para vendérselas a unos cuantos ayuntamientos y quedarse por el camino un dineral. Cuando me enteré de que su negocio había llegado a buen puerto, le llamé por teléfono y le dije que ya era hora de que entregara su alma, que por eso la había vendido, pero él se hizo el longuis. Nada más llegar empezó a bailar claqué, me dio varias palmadas en la espalda, me llamó chavalote, me invitó a langostinos, me hizo beber una botella de tinto del bueno, me metió un puro en la boca y tan diligentemente me corrompió que acabé haciendo un desfalco de almas de recién nacidos y se las di todas a cambio de una parte de sus beneficios.
Publicidad
Al día siguiente apareció por el despacho una pareja de inspectores de Hacienda acompañados por los tercios de Flandes que me exigieron el pago de un porrón de millones en impuestos y la devolución de cuatro yates, siete coches de alta gama y 132 pisos de lujo en Andorra. Al parecer, mi socio había dado mi nombre cuando le preguntaron por unos asuntillos que tenía por ahí.
Belzebú se ha enterado y si no me manda al infierno es porque ya estoy dentro. Para congraciarme y sacar de paso algo de dinero para pagar lo que debo, le he propuesto comprar trillones de mascarillas para colocarlas al triple de precio en el Ayuntamiento de Madrid. El jefe no parece muy convencido pero yo le digo que ahora es el momento, que si a unos les ha ido bien a nosotros nos irá mejor. «¿Y por qué tu exsocio no hace más que ir al fútbol si antes no le gustaba?», me ha preguntado hoy. «Hágame caso, patrón, el futuro está en las mascarillas. El fútbol no da dinero», le he contestado.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión