No es la admonición de Mateo 7, 1-5 la más cumplida por los columnistas. Tiempo ha que olvidaron (mos) ese «No juzguéis, para que ... no seáis juzgados. Porque como juzguéis seréis juzgados».
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No juzgar. Solo buscar. Maneras de entender al padre que ante micrófonos y cámaras, apabullado de dolor, activa el altavoz de su móvil . No juzgar. Preguntarse. Cada quien tiene su manera de llevar su dolor. De pelear con él a brazo partido. O de abrazarlo para mecerse en él. Espantarlo. De gestionarlo.
Si no entender, entrever. Por qué un padre activa el audio de su teléfono y el último mensaje de su hija, antes de fallecer cercada por las llamas o el humo tóxico, se hace viral en radios, pantallas y portadas. Un mensaje que ni siquiera era para él sino para la madre.
No juzgar porque «la medida que uséis, la usarán con vosotros» pero sí preguntarse. Tal vez no hallar respuesta. Solo indicios. Recordar a Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano afincado en Berlín. A él y su obra 'La sociedad de la transparencia'. Afirma en ella que llevamos un tiempo los humanos «envueltos hacia fuera» en lo que considera una norma cultural creada por las fuerzas del mercado neoliberal; «insaciable impulso hacia la divulgación voluntaria de todo tipo de información».
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No emitir juicio alguno. Cuestionarse. Con ayuda del pensador que indaga en nuestra pérdida progresiva de la vergüenza, el secreto, la confidencialidad, la intimidad. Reflexionar. «El alma humana necesita esferas en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro».
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