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Los ciudadanos, primer y último eslabón de la cadena solidaria
La Gran Recogida del Banco de Alimentos arranca hoy dispuesta a batir su propio récord
Vincenzo, Paco, Carmen, Alan y Mercedes regresaron ayer a sus casas con una caja de productos perecederos, una bolsa de fruta, otra de verdura y una tercera de patatas y lechuga. Son cinco de las 17.000 personas que reciben ayuda del Banco de Alimentos de Gipuzkoa. Una ayuda «muy importante», coinciden, sin la cual sus vidas serían «más complicadas de lo que ya son». Ellos son el destinatario final, y en las próximas 48 horas con la Gran Recogida, que aspira a conseguir un kilo por guipuzcoano, quedará nuevamente evidenciado que el primer eslabón de esta cadena solidaria está compuesto también por otros tantos miles de ciudadanos que aportan su granito de arena. Pero, ¿qué sucede entre medias? El engranaje que permite que los productos donados lleguen a esas personas más necesitadas es mucho más complejo, meticuloso y personalizado de lo que pueda parecer. Este periódico acompañó ayer a los voluntarios de la parroquia San Sebastián Mártir, ubicada en el barrio donostiarra del Antiguo, en el proceso completo, desde su recogida hasta la entrega final.
La cita es a las 9.00 horas en el almacén que tiene el Banco de Alimentos en Oiartzun y para ese momento la actividad es frenética, pero muy ordenada. En la entrada, cuatro furgonetas con el maletero abierto y voluntarios de las distintas asociaciones, parroquias o conventos ejercitan sus lumbares metiendo cajas y más cajas en los vehículos. Ayer, como cada primer y tercer jueves del mes, tocaba recoger fruta y verdura. A Joxe Mari Muñoa, voluntario de la parroquia donostiarra, le dan un listado: 97 kilos de fruta, 139 de verdura, 11 de leche, 20 de lácteos y 26 de pastelería. «Todo correcto». Una firma, un «gero arte» a los otros 'transportistas', y pone rumbo a unas salas situadas en los bajos de la parroquia antiguotarra.
Separación de los productos
Allí está Pilar Unceta organizando el cotarro. Esperan a 28 familias, 5 por la mañana y 23 por la tarde, y le gusta tener todo controlado. «Hacemos una entrega al mes, pero como viene tanta gente, convocamos a la mitad el primer jueves de cada mes, y a la otra mitad, el tercero». Se avanza por un pasillo. Una veintena de lechugas a la izquierda, otras tantas cajas con productos variados a la derecha... Y al final, en otra sala, María, Arantxa, María José y Carlos están con las manos en la masa. Unos separan los productos por categorías, y otras se dedican a hacer las cajas personalizadas para cada uno que va a recoger su 'compra', en función de los miembros de la familia y de si tienen o no menores a su cargo.
«La primera vez que vienen se les nota el apuro, por eso intentamos naturalizarlo y humanizarlo», dice Pilar. Y Joxe Mari añade: «Intentamos que este breve momento se sientan acompañados».
Apenas pasan unos segundos y aparece Vincenzo por la puerta. Este italiano de 53 años, vive con su mujer y su hija de 13 años. Lleva casi una década en Donostia, pero una lesión grave en el hombro le tiene en el paro desde 2016. «Fui a Cáritas y me derivaron a la parroquia», explica mientras Pilar le ayuda a meter los alimentos en su carro. «La primera vez que vienes sientes un poco de apuro, y la situación en la que estoy no es fácil, pero se agradece mucho el trato que dan cuando vengo», reconoce.
Las historias que empujan a cada una de las personas que cruzan la puerta son variadas. El siguiente es Paco, un donostiarra que visitó este bajo por primera vez en febrero, después de que le reconocieran una discapacidad del 57%, como consecuencia de una miocardiopatía. Su discurso está alejado de la resignación y se acerca más a la impotencia y la indignación. «Pago un alquiler libre, las facturas, y con suerte me sobran 60 euros al mes. Todo esto mientras veo a gente con más posibilidades vivir en VPO», censura.
Carmen Chavez es otra de las entregas programadas. Llega acompañada de su hijo Alan. Ella es brasileña, pero lleva doce años en San Sebastián. En su domicilio vive además con otra hija de 18 años y la novia del joven. «¿Y el otro niño?», le pregunta Pilar Unceta en referencia a su hijo mayor. «Se ha independizado», le responde contenta. La encargada del reparto de alimentos en la parroquia se dirige a su archivador y anota que las cajas de Carmen serán para cuatro personas en lugar de cinco. «Me gusta llevar un control de las personas que vienen, hablar con otras parroquias para que no haya duplicidades, que ya saben que está prohibido recibir alimentos de dos lugares», explica Unceta.
Mercedes toma el relevo. Esta mujer de «más de 60 años» tiene el acento dominicano muy diluido, debido a las casi tres décadas que lleva residiendo en la capital guipuzcoana. Su caso es de los que están catalogados como crónicos. Lleva acudiendo a la parroquia una vez al mes desde que se iniciara la actividad en 2015. Entra por la puerta. «Mercedes, ¿qué tal estás?», le dicen con voz enérgica los voluntarios. «Siempre digo que bien...», se resigna. No puede trabajar desde que hace años le reconocieran una discapacidad del 70%. «Soy pobre, así que los alimentos son de gran ayuda...». Estima que lo recibido ayer le durará a ella y su hijo en torno a 10- 15 días. «¿Y el resto del mes? Intento estirarlo lo máximo posible, compro lo básico y si no, me aguanto», reconoce.