La bajera
Hay un chico, supermajo por cierto, que me persigue. Todo gracias a una amiga que debió ver que lo necesitaba y me suscribió a su ... canal de entrenamiento deportivo. El chico es de carne y hueso pero me persigue por lo digital. ¿Tienes cinco minutos?, me dice, «pues perfecto, deja de poner excusas y empieza con la rutina exprés». Muy domestico; esto es: sentadillas en una silla, flexiones en la encimera de la cocina mientras se calienta el tupper de lentejas y abdominales en la misma o en otra silla, para cambiar de aires. No confundir con la sentadilla búlgara, que leo el término por ahí y que me suena entre tortuoso y pornográfico. No quiero saber.
El universo se confabula. El teléfono, no sé a cuenta de qué, me dice que está viendo mis constantes vitales y que, si quiero, me mide la estabilidad al andar y las posibilidades que tengo de caerme. Un poco derrotada me apoyo en una farola y ahí mismo, en un cartel pegado, salta el mensaje: «No todo lo que sientes se arregla con 'ponerle ganas'. A veces se necesita compañía y te puedo aconsejar en mi consulta psicológica».
Una gran verdad; lo de ponerle ganas no es magia potagia. Yo ahora mismo para escribir esto le he tenido que poner ilusión y más porque lo que me sale es escribir sobre 'eso'. Pero me quedaré, para variar, en lo tangencial. En la trama Koldo, Ábalos, Cerdán hay un elemento que aparece entrecomillado como si fuera algo raro. Pues no, en 'navarro', 'bajera' es local comercial o lonja. Aclarando.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión