Arantzazu, lugar de recogimiento Covid
Cuarentena. Osakidetza deriva desde julio al hotel del santuario oñatiarra a personas que son positivo o contacto estrecho y tienen dificultades o imposibilidad de permanecer aisladas en sus domicilios
El sol ha podido hoy con la querencia de la niebla, y magnifica aún más si cabe el encanto del paraje. El hecho de ser ... día de labor y estar vigente la limitación de movilidad a un municipio colindante ha espantado las visitas, lo que subraya la invitación al recogimiento en el Santuario de Arantzazu. El oído apenas capta el diálogo mudo entre los apóstoles que esculpió Oteiza, y la vista se deleita: el cielo azul, las verdes faldas de Urbia, el gris barranco calizo, la pétrea figura del templo colgante. La escena parece un cuadro de Monet. Si existiera el edén para confinarse en tiempos de Covid, no puede distar mucho del hotel Santuario de Arantzazu.
En los últimos siete meses, 348 personas han pasado en él la cuarentena por haber dado positivo en coronavirus o ser contacto estrecho. Todas han sido remitidas por Osakidetza -desde Txagorritxu, Cruces, Tolosaldea...-, ante la dificultad o imposibilidad de aislarse en sus domicilios. Como Kyomye, que afronta su segundo día 'alojada' y pronto nos saca de nuestra errónea percepción inicial: el lugar puede resultar idílico, pero nadie está aquí por gusto: «Si pudiera, estaría en mi casa, donde tengo la libertad para hacerme un zumo de limón o un té». Inmediatamente, el ondarrutarra Aitor Osa, una de las cuatro personas que se turnan para atender a los huéspedes, le recuerda que él está para eso, para hacerle la estancia más llevadera en la medida de lo posible. Pero enfrascada en su batalla contra el dolor de cabeza, esta mujer afincada en Vitoria no puede evitar la sensación de que el segundero se ralentiza entre las cuatro paredes de su cuarto. «Si precisa algún medicamento, nos puede avisar o llamar a la enfermera, que nos debe dar la autorización», le recuerda Aitor, convertido 'casi' en auxiliar de clínica.
Las cuadrillas de temporeros que en septiembre, en plena vendimia en Rioja Alavesa, casi abarrotaron las 50 plazas Covid del hotel (45 habitaciones) sí que disfrutaron más su estancia. «Era gente que podían vivir seis o siete en un piso, y con un positivo en la bodega eran contacto estrecho. No hablaban castellano y ya nos costó hacerles ver que debían permanecer en la habitación, y no en el pasillo. La Ertzaintza vino una vez», recuerda con cariño Aitor. En general, «no hemos tenido problemas. Alguna vez ha debido venir un médico, pero son personas que en general están bien. Si no, estarían en un hospital».
El Santuario de Arantzazu reconvirtió su uso como hospital de campaña en julio. «Muchos clientes eran grupos de jubilados de visita a Euskadi y que se alojan aquí, al ser Oñati céntrico para sus excursiones», apunta Aitor. Coincidió que esa demanda se cayó y que el Maria Cristina de Donostia había recuperado su rol de hotel para el verano, y el complejo oñatiarra cogió su testigo.
Hotel y hospital, separados
Desde ese momento, el alojamiento de Arantzazu se dividió en dos. Por un lado, el hotel como tal, con su comedor, su cafetería y demás servicios. Y por otro, la zona Covid, aislada del resto. El director, el oñatiarra Carlos Odriozola, se reservó este área junto a otros tres trabajadores: Aitor, la azpeitiarra Aloña Lizarralde y el bergararra Javier Odriozola. Son los cuatro que trabajan actualmente, ya que el resto del personal está en ERTE desde que el cierre perimetral en noviembre dio puerta al turismo y el hotel apostó por centrarse todo el invierno en el Covid.
Sus cuatro trabajadores se distribuyen los turnos. Mayormente, el reparto de las tres comidas que gestiona la empresa de catering Ausolan para evitar usar la cocina. El menú tiene en cuenta las intolerancias de los usuarios, porque «hay quien es vegetariano o quienes no comen cerdo». Osakidetza paga los gastos, porque en el fondo el hotel es ya un centro más de la red de Salud. «Si alguien tiene un extra, una cerveza o tabaco, se le trata de gestionar, pero, lógicamente, se lo paga él», dice Aitor. A veces, algún familiar les deja «alguna cosa» en recepción, porque se prohíben las visitas.
«Protocolo seguro»
Tras siete meses de actividad, los trabajadores han naturalizado la convivencia con el Covid. «En todo el día no pasamos ni media hora en esa zona», explica Aitor. «Al principio nos dio más respeto porque era algo nuevo. Luego ves que el protocolo de Osakidetza es seguro». Mascarilla, guantes y desinfectante son sus EPI. Los menús los acercan en un carro hasta la puerta de entrada al pasillo. De ahí, acercan las bandejas a un estante fuera de cada habitación. Avisan desde fuera al inquilino, y este debe esperar 30-40 segundos antes de abrir la puerta.
Al final del día, cada usuario deposita los envases en una bolsa y la deja debajo del estante del pasillo para que sea retirada. Las habitaciones se limpian cuando el paciente recibe el alta: primero se deja airear durante 24 horas y luego se desinfecta y cambian sábanas y toallas. Ningún empleado se ha contagiado. «Hace un mes me hice una PCR porque tenía catarro, pero di negativo», se felicita Aitor Osa.
Osakidetza deriva al Santuario de Arantzazu -también funciona similar el hotel Seminario de Derio- «todo tipo de gente». Desde una familia de Valencia que vino de vacaciones a Gipuzkoa, dio positivo y llegó a Arantzazu en su coche en lugar de en la ambulancia habitual; a jóvenes marroquíes movilizados para vendimiar y otras personas que comparten pisos pequeños y no pueden aislarse en casa.
Es el caso de Kyomye, una boliviana de 45 años que vive en Gasteiz con su pareja, su hija, su yerno y su nieta. Salvo el yerno, que se quedó en su domicilio, el resto están en tres habitaciones cercanas, con lo que llegan a saludarse cuando les sirven la comida. «La niña y yo -explica la abuela- dimos positivo, los demás, no. La única explicación es que nos contagiáramos en el parque, porque no me relaciono con nadie y ando desinfectando todo. También lo hago en el parque, pero una niña va corriendo a todos los lados y no puedes controlar todo. El problema de este virus es que no lo ves».
Un croata pasó mes y medio en Arantzazu, incluida la Navidad
Entre las 348 personas que hasta el pasado martes habían realizado la cuarentena en este espacio de Arantzazu, se suceden muchas nacionalidades: africanos, latinoamericanos, residentes en otras comunidades... Aitor Osa recuerda que «un día llegaron 12 o 14 croatas, la tripulación de un barco que había llegado al puerto de Bilbao con positivo». El confinamiento transcurrió con normalidad, pero «un maquinista, que al principio fue contacto estrecho y luego dio varias veces positivo, pasó casi mes y medio aquí, incluida la Navidad. Era de Zagreb y cuando nevó bromeaba con que ya no iba a poder salir». A veces era Aitor quien le vacilaba. «Aunque el contacto era mínimo, tras tantos días hicimos algo de relación. Le decía que Osakidetza se había olvidado de él, y me respondía que no, que la enfermera le seguía llamando todos los días para ver cómo se encontraba».
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