«En unos años se va a poner de moda que nadie sepa de tu vida»

– ¿La transformación digital está dejando a mucha gente atrás?

– En muchos entornos sí. Pensemos en la pandemia, en lo que sucedió en las aulas. Familias que no tenían acceso a internet o que no tenían un dispositivo para cada uno de sus miembros, sufrieron una desaceleración en su formación.

– Las personas mayores eran antes la voz de la experiencia, ahora es gente que no sabe moverse en el mundo.

– En la comunidad de Madrid o en muchos países, a las personas mayores, al no ser productivas, al no estar dentro de la cadena de producción, se las descartó durante la pandemia. Deberíamos de hacer una reflexión y pararnos en estos momentos de aceleración constante que vivimos. Por eso la filosofía es tan necesaria en el uso de la tecnología y la inteligencia artificial.

– ¿El mundo en el que aún nos atiende al otro lado del teléfono un ser humano está en vías de extinción?

– Sí y no. Hay muchos procesos que han desaparecido, pero yo creo que, como se van a automatizar otros, esa voz humana va a aparecer cada vez más porque se le va a pedir más. Yo siempre pongo como ejemplo el caso de mi sobrino, que en una hamburguesería me dijo que en vez de pedir a la máquina prefería hacerlo con Sebas, que es muy majo. La gente quiere estar con gente, necesita atención. Podemos hacer cualquier proceso online, pero cuando son cosas que afectan a nuestro día a día e impactan en nuestra vida, como una hipoteca, necesitamos un asesoramiento personal. Las personas queremos estar con personas.

– ¿Porque pueden hablar entre ellas?

– Las máquinas son muy tontas, no actúan ni piensan con la misma lógica que los hablantes y no tienen empatía. Por eso son tan importantes las personas, porque tienen un vínculo emocional. Yo soy una vendedora, me fijo en tu gesto y puedo cambiar de estrategia para venderte algo, cosa que la máquina no puede hacer.

– ¿Porque para ella nosotros no existimos?

– Es que es tu lavadora. Cuando hablamos de inteligencia artificial pensamos que es un ente, pero a día de hoy es como tu lavadora. Introduces datos, extrae patrones y toma decisiones.

– ¿Se puede vivir sin un ordenador en casa y un móvil en la mano?

– Sí se puede, pero es muy complicado. Antes hablábamos de lo generacional y aquí es donde se ve. Es increíble, a un adolescente le quitas el teléfono móvil o el wifi y está como desvalido. Incluso cuando interactúan en grupos ves a todos con sus móviles. Somos esclavos de la hiperconectividad, necesitamos esa dependencia, nuestra dosis de red social, de likes.

– No plantea un buen futuro.

– Pero fíjese, para mí hay una tendencia en la dirección contraria. Ha habido un incremento de un 30% de teléfonos sin conectividad, de teléfonos tontos, los del SMS y que te llamen.

– ¿Cuál cree que es el motivo?

– La gente está siendo consciente de que no tiene privacidad, de que no está disfrutando del aquí y ahora con los que le rodean. Yo creo que en unos años se va a poner de moda que nadie sepa de tu vida por internet, a volver a la era preinternet en términos de privacidad, y que nadie sepa lo que haces o dónde estás. Ese 30% indica que algo está pasando en la sociedad y la gente se está dando cuenta. Eso sí, es un proceso lento.

– ¿En el ámbito tecnológico las mujeres corren riesgo de quedar rezagadas?

– Quedamos rezagadas porque la mayoría de los equipos de desarrollo están compuestos por hombres blancos, judío-cristianos, heterosexuales, sin discapacidad, educados en las mismas universidades o que van a las mismas barbacoas. Quienes lideran las empresas tecnológicas son en su mayoría esta tipología de hombres. A día de hoy hay mucha falta de talento femenino. Lo que deberíamos hacer es proponer sistemas ágiles de formación a mujeres para que incorporen a los equipos tecnológicos.

– ¿Con eso basta?

– En muchos de estos equipos hay entornos de hostilidad, hay que ver qué cosas pasan ahí para que mujeres con carreras de ingeniería, por ejemplo, no quieran continuar su carrera y se vayan a otro tipo de trabajos. Hay que ver por qué las pocas que están no se quieren quedar. Con la pandemia ha habido una evolución hacia atrás.

– ¿El mundo digital es machista?

– Todo lo que hay en internet es machista y homófobo. Todo está muy sesgado. En inteligencia artificial no hay regulación específica, pero es que tampoco hay ningún código deontológico que me diga cómo debo programar el algoritmo para que sea justo, inclusivo y que apueste por la equidad. Si el equipo que toma decisiones para entrenar a la máquina está formado por el tipo de hombres del que he hablado antes, lo que decida estará sesgado.

– Usted ha dicho que la inteligencia artificial es como el lejano oeste.

– Siempre lo digo. Es que no hay código de circulación. El tema de la responsabilidad es muy importante en la inteligencia artificial y los señores que la están utilizando de forma masiva están decidiendo qué hacer con la tecnología en tus datos, en líneas de negocios, con qué gobiernos cooperan o no. Es necesario saber que aquí hay una responsabilidad, lo que pasa que, como no hay regulación a día de hoy, es el lejano oeste, yo hago lo que me da la gana.