Pregunto al ruandés Faustin Mparabanyi cómo preparó los Juegos de Barcelona 92: «Muy mal. Cuando se estropeaba una pieza de la bici, teníamos que pedirla ... a Bélgica y pasábamos semanas sin entrenar. Además las carreteras estaban bloqueadas por controles militares». Tres ciclistas de Ruanda se presentaron en Barcelona sin director ni mecánico ni nadie que les diera comida y bebida: a los 150 km, descolgadísimos y agotados, los jueces los eliminaron. Faustin creyó que la experiencia le serviría para los siguientes Juegos.
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Se le cruzó el genocidio. Él ya había pasado cuatro meses en prisión en 1990, poco después de ganar el Tour de Ruanda, maltratado y acusado como miles de tutsis de conspirar contra la nación. En 1994 recibió el aviso de un hutu: su compañero de equipo Omar Masumbuko. «Huye al bosque, Faustin, hoy vienen a matarte». Omar entregó la bici de Faustin a los asesinos que lo buscaban y con ese tesoro se contentaron. A Faustin la bici le salvó literalmente la vida.
En 1995 los ruandeses organizaron su carrera más triste: se reencontraron apenas 35 supervivientes, pedalearon entre las sombras de sus colegas masacrados y Faustin ganó la plaza para los Juegos Panafricanos de Zimbabue. «Quedé el 67° pero lo único que importaba era seguir existiendo, también como ciclistas». En los siguientes años entrenó a jóvenes como Adrien Niyonshuti: el ruandés que en 2012 corrió otra vez unos Juegos Olímpicos, a los que Faustin ya nunca pudo volver.
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