«Mis expectativas de salir de la pobreza son mínimas»

J.Z.

Martes, 14 de octubre 2014, 11:28

«Cuando llegué aquí fue muy duro. Dormía tres días en Hotzaldi y luego pasaba cuatro en la calle; volvía a dormir otros tres en el albergue y luego otra vez a la calle, y vuelta a empezar». Así relata Pascal (52 años) su llegada a Donostia en julio de 2013, tras pasar dos meses buscándose la vida en Francia, su país de origen, «pero no salió bien».

Publicidad

La historia de Pascal podría ser la de cualquier otra persona. Estaba casado y tenía dos hijas. Después de regentar un bar-restaurante durante unos años, en 2002 decidió poner un disco-pub en Alicante, con el que «gané mucho dinero y llegué a tener 25 empleados en verano», recuerda. Pero en 2007 todo empezó a torcerse. La crisis y un divorcio inesperado, que le hizo caer en una depresión, cambiaron su vida por completo, y pasó, como él dice, «de tocar el cielo, a perderlo todo».

Sus hijas desconocen la situación en la que se encuentra, y supone que su exmujer «algo puede sospechar, pero prefiero que no lo sepa», porque «para ella es como si estuviera muerto».

No tiene dudas sobre el origen de su situación, la crisis, y hace hincapié en que no ha tenido problemas de adicciones. Se trata de un cliché que le molesta mucho y confiesa que le sentó muy mal cuando, al acudir a la administración donostiarra, la primera pregunta fue si tenía alguna: «Me molestó tanto que me levanté de la silla y me fui».

Durante los primeros meses en Donostia, el albergue Hotzaldi, en Intxaurrondo, fue el techo bajo el que se cobijó, un período en el que se vio obligado a pedir en la calle para poder comer. «Los donostiarras son muy solidarios, te ayudan y no te piden explicaciones como en otros lugares», comenta. Recuerda que en una ocasión una mujer salió de una entidad bancaria y, en un sobre, le dio una alta suma de dinero. «Me dijo que yo lo necesitaba más que ella».

El pasado mayo le propusieron entrar en Trintxer, un piso que Cáritas tiene en Pasaia. Está a gusto con la gente con la que vive y destaca que «no hay problemas», salvo los propios de la convivencia «como que uno quiera apagar la tele y otro ver el fútbol».

Publicidad

Su día a día se traduce en levantarse a las nueve, tomar un café como desayuno y una vez realizadas las tareas que le hayan asignado, ver la tele o pasear: «Mi vida es esperar. Esperar a hacer algo, a que te toque la lotería... y me refiero a un trabajo. Es un total aburrimiento».

Aunque valora tener un techo bajo el que vivir, siente que «es como estar en una cárcel. A partir de las nueve de la noche ya no puedes salir, solo los sábados, tienes que venir a comer, a cenar...». Entiende que tenga que haber normas, «lo veo bien», asegura, pero echa en falta mayor libertad: «No puedes coger un día e irte, olvidarte de si tienes que venir aquí. Poder decidir si das un paseo y llegas más tarde o quedas con una chica... No estás en la cárcel pero es como si lo estuvieras».

Publicidad

Pese a sus palabras, el ánimo de Pascal no decae y no deja de formarse. Dos veces por semana acude a clases de francés: «Nací en Francia porque mis padres trabajaban allí, y cuando tenía cinco años regresamos a España». Por esa razón lleva consigo un ejemplar de El pequeño Nicolas en francés, «para practicar».

Resulta demoledor que Pascal tenga interiorizado y acepte que probablemente no vuelva a trabajar: «¿Expectativas de salir? Mínimas. Hay que ser realistas, tengo 52 años, y encontrar un trabajo cada día está más difícil. Si no hay para los jóvenes, ¿va a haber para nosotros?». Pascal se incorporará pronto a un taller ocupacional, una actividad que ve con ilusión y que afrontará con ganas de cambiar su destino.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad