No sé si tanto enchiqueramiento ha terminado desequilibrando mis paces interiores o es que la desfachatez de algunos prójimos sube como la espuma. Pasé un ... final de marzo bastante malo, sobre todo el día 20, con la matraca que me dieron algunos amigos con el Día mundial sin carne, que también existe, aunque en este paraíso guipuzcoano donde ya hay más asadores que ermitas suene un tanto estrambótico. Cada uno celebra lo que quiere. Aquí nos vestimos de cocineros y de soldados, otros corren delante de un toro o caminan debajo de la imagen de una virgen. Pero ya pasa de castaño oscuro el aire de superioridad ética que se exhibe desde algunas atalayas y organizaciones defensoras del consumo de vegetales como único camino verdadero. Hasta hace poco todas estas gentes defendían su decisión libérrima de comer brócoli y patatas en beneficio para la salud, preferencias culinarias o incluso defensa de los derechos de los animales. Pero ahora se lanzan mensajes ramplones identificando los productos de origen animal con el colapso del planeta y las lechugas con el futuro limpio. De la ciencia, como de las acelgas, se coge solo una parte, la que interesa. La otra, la que explica que alimentar a la población del 2050 a base de vegetales cultivados en tierra firme es inviable por razones de disponibilidad de agua dulce y tierras de cultivo, se ignora. Nadie quiere que se diga que habría que terminar con una parte importantísima de tierra virgen que aún queda en el mundo, la que ocupan selvas y montañas, las mayores productoras de oxígeno. ¿Miramos la Amazonia? Hay una incipiente industria de alta cualificación tecnológica impulsando los alimentos basados en plantas o en la creación de carne en laboratorio a partir de células madre que no pertenece a ningún animal vivo (no sé qué dirán de esto los veganos más irredentos) que va avanzando y consiguiendo ingentes cantidades de millones en inversiones porque ofrecen ese futuro respetuoso con los animales. Millones que van a la investigación y también ayudan a la producción ideológica que calienta el mercado para esos nuevos productos. Lo último que me ha ocurrido y deprimido es leer a uno de los grandes cocineros del mundo, Daniel Humm, chef propietario del neoyorquino Eleven Madison Park, justificando el lujo gastronómico cuando se elabora con vegetales y considerándolo pernicioso cuando se utilizan sardinas o patas de cerdo. Su selecta casa solo va a cocinar vegetales en el futuro y cobrará por el menú los mismos 335 dólares que antes con pescados y carnes. ¿Cómo lo ven? ¿Insisto en que la sostenibilidad de una batea de mejillones es muy superior a la de cualquier cultivo vegetal que demanda agua dulce? Nos vemos.
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