No estoy seguro si ya han pasado treinta años desde aquel día, pero sí recuerdo con nitidez el momento de sentarme ante aquella pantalla de fósforo verde en mi primera tarde en la redacción de El Diario Vasco. Escucho el sonido de la tecla 'delete' del duro teclado del Crossfield. Borrar y borrar porque no acababa de estar satisfecho con la entradilla de mi primera noticia en el DV. Después de aquella vinieron miles de otras tardes que se empalmaban con noches y madrugadas repletas de periodismo y el corazón en un puño por lo que nos tocaba vivir. Un día después de que asesinaran a Santiago Oleaga, hace 19 años, escribí mi último artículo firmado antes de dejar de ser parte de la plantilla de este diario. Después he salido en ellas en muchas ocasiones por diversas circunstancias de la vida, pero hoy siento que regreso a casa y borro la entradilla como aquel primer día.
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El mundo de este 2020 no se parece nada al de entonces ni tampoco mi cometido porque voy a escribirles de gastronomía y de esa parte de la vida tan imprescindible para nuestra existencia como los huesos.
Una de las principales razones por las que El Diario Vasco es uno de los periódicos más exitosos del mundo es el peso que siempre ha otorgado a los corresponsales, a la defensa del territorio, la raíz y la identidad. ¿A qué les suena? Pareciera que estamos hablando de los conceptos con más futuro de la gastronomía mundial. Así que yo me voy a enrolar en ese grupo de periodistas de élite y a hacer de esta columna una corresponsalía más, en este caso culinaria, y a traerles historias y reflexiones sobre lo que se cuece o asa en casa, pero, sobre todo, más allá de Etzegarate.
Para nuestro mundo de platos y copas hoy no es un día cualquiera. Los restaurantes y los bares abren sus puertas después de casi mes y medio cerrados, algo que nunca antes había ocurrido. Y por lo que escucho y leo no lo hacen locos de alegría se les manda a luchar maniatados y sin su principal herramienta de trabajo, las barras. Todavía no he visto en la palestra un solo político mostrando datos concluyentes de la necesidad imperiosa de cerrar la hostelería a cal y canto y en regiones donde no se ha clausurado las cosas no van peor en términos sanitarios.
Los hosteleros son empleo, tejido productivo, agentes de socialización, dinamizadores del turismo y el principal creador de marca país. En una alegoría que explicara lo que es Donostia a un marciano bastaría con disponer cuatro elementos en la instalación: una isla, una barandilla, una barra y una mesa. Dos de cuatro. ¿Les sugiere algo?
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