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Babacar Serigne (Senegal), Henrique Carvalho y José Otavio Candido (Brasil), Zdravko Yordano (Bulgaria) y Ababacar Sedikh y Papa Mamadou (Senegal), en una obra en Gipuzkoa LOBO ALTUNA

«Trabajé en invernaderos en Almería y hoy vivo en Beasain»

Trabajadores de origen senegalés y brasileño relatan su experiencia en Gipuzkoa y reivindican su papel en sectores clave como la obra o el campo

Domingo, 20 de julio 2025

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Junto a uno de los tramos en obras de la A-15, cerca del túnel de Belabieta, cinco trabajadores de la construcción se toman un respiro entre turnos para compartir sus historias con este periódico. Vienen de Senegal y Brasil, y desde hace años -algunos más de una década- desempeñan su labor en distintos puntos de España y, ahora, en Gipuzkoa. Hablan con franqueza, sin dramatismos, sobre migración, esfuerzo, trabajo y futuro. Sobre lo que supone dejar atrás una vida y empezar otra desde cero, a menudo con lo puesto y sin papeles. Y, sobre todo, sobre lo que significa formar parte de esta sociedad y contribuir a su funcionamiento con dignidad.

«Aquí estamos bien. Trabajamos, aprendemos, cumplimos. ¿Qué más podemos hacer?», lanza Papa Mamadou Vilane, senegalés de 38 años que llegó a España en 2016. «Tuve suerte. En dos años y poco conseguí los papeles. Empecé en invernaderos en Almería y luego en Francia. Hoy vivo en Beasain con mis compañeros. Somos como hermanos», relata con naturalidad. Mamadou es mecánico de profesión, aunque en Euskadi trabaja en la obra. «Yo quiero que a España le vaya bien. Vivo aquí, trabajo aquí, cotizo aquí. No tengo familia en este país, pero me tratan bien. Me siento tranquilo. Estoy agradecido», añade.

A su lado, Babacar Serigne Gaye escucha y asiente. Tiene la misma edad que Mamadou, pero su camino fue diferente. Llegó en 2011 y tardó siete años en regularizar su situación. «Yo vine con visado. Estuve primero en Alemania, luego en España, ayudado por mi hermano. Pero no tenía papeles y me vi obligado a vender en la calle», recuerda. Fue mantero en Barcelona, Madrid y Almería. «No es fácil. Algunos piensan que lo hacemos por gusto, pero nadie elige eso. Yo soy carpintero. En Senegal tenía mi propio negocio. Ganaba bien. Pero quería probar en Europa», dice.

«Pagamos impuestos, hacemos los trabajos que otros no quieren y queremos que esto vaya bien»

Papa Mamadou Vilane

Senegalés

La tercera voz senegalesa es la de Ababacar Sedikh Camara, el más veterano del grupo. Llegó en 2006 y consiguió los papeles en 2011. Pasó quince años trabajando en invernaderos en Almería, emigró temporalmente a Francia y regresó para instalarse en Euskadi. «A mí me pilló la crisis de 2008. Fue durísimo. No podíamos ni comprar pan. Pero aguantamos. Yo era marinero en África. Me busqué la vida aquí. No me quejo. Pero la vida del inmigrante es una lucha constante», resume.

Viven los tres juntos en Beasain. Han recorrido buena parte del país en función del trabajo: Cataluña, Andalucía, el sur de Francia… pero ahora se sienten más estables en Gipuzkoa. Valoran especialmente el trato recibido. «Nos tratan bien. Aquí enseguida te enseñan si no sabes. Vas aprendiendo, vas mejorando. Pero claro, si eres buena persona. Si no lo eres, estás solo», apunta Mamadou. «Cada día aprendes algo. Paso a paso, como todo en la vida».

«Aquí, por lo menos, trabajamos. Tenemos un futuro, y estamos agradecidos por la oportunidad»

Jose Otavio Candido Leite

Brasileño

Los tres coinciden en que, pese al esfuerzo, regularizar su situación fue un proceso largo y costoso. «Yo tuve que darme de alta como autónomo y pagar cinco años. Pedía dinero a amigos para poder mantener los papeles. Nadie te regala nada», señala Babacar. «Durante el Covid perdí todo lo que había invertido en camisetas de fútbol. No pude vender. Pero aguanté. Sabía que estaba en juego mi futuro».

Si no, ¿quién va?

Sobre el papel que tienen los inmigrantes en el tejido productivo vasco, no dejan lugar a dudas. «España no se puede levantar sin inmigrantes», afirma Babacar. «Ni España, ni Francia, ni América. Mira los campos de Almería, Zaragoza, Lérida. Si no estamos nosotros, ¿quién va? Luego en la tele dicen que no hay trabajadores. Pero sin nosotros, no hay frutas, no hay verduras, no hay obras», remarca.

Cuando se les pregunta si cansa tener que reivindicar constantemente su papel en la sociedad, asienten. «Claro que cansa», dice Mamadou. «Parece que cada pocos meses vuelve el debate: que si sobran inmigrantes, que si hay que echarlos… Siempre lo mismo. Pero aquí estamos. Pagamos impuestos. Hacemos los trabajos que otros no quieren. Queremos que esto vaya bien. Porque si a España le va bien, a nosotros también».

Junto a ellos, los dos brasileños del grupo -Jose Otavio Candido Leite y Henrique Carvalho de Oliveira- escuchan atentos. Ambos llegaron hace poco y trabajan en distintos puntos del país desde 2021. «Brasil está muy mal. Con los políticos que hay, era imposible sacar adelante a la familia», cuenta Jose, que trabajó antes en Portugal y Bélgica. Hoy vive en Irun, al igual que Henrique. «Aquí, por lo menos, trabajamos. Tenemos un futuro, y estamos agradecidos por la oportunidad que nos da Gipuzkoa», concluye.

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