Más allá de la burocracia
Aunque todo es discutible, coincidiremos en que vivimos una época de cambio de paradigmas, en busca de nuevas formas de abordar los problemas, acuciados por ... la complejidad que genera incertidumbre y miedo. Una época que exige transitar de un paradigma espacial, que proyecta modelos y estructuras organizativas basadas en compartimentos estancos, generadoras de burocracia, a un paradigma relacional, que prima las relaciones y no los compartimentos. Necesitamos reinventar las organizaciones, como diría Laloux, transformando «estructuras organizativas» en «relaciones de cooperación», conscientes de que los modelos de gobierno son diferentes y de que esta necesidad no es exclusiva de las organizaciones privadas, también lo es de las públicas.
Esto es relevante para construir una cultura de innovación anticipativa, en la que el reto de la eficiencia debe ser superado y, en parte sacrificado, en aras del aprendizaje que transforma, cambia, innova. Este nuevo relato de un país que aprende debe ser formulado y compartido por todos los agentes económicos y sociales, y liderado por las instituciones públicas. Y aquí es donde todos tenemos un desafío, no exclusivo de las instituciones o de los políticos, ya que la 'cosa pública' -expresión que se refiere a los conceptos de sector público y Estado, y también al bien común-, es 'cosa nuestra'.
La tarea no es fácil, porque nos hemos acostumbrado y, también, contribuido a poner a las instituciones públicas bajo un manto de desconfianza y sospecha permanente que ha llevado a desarrollar un tupido entramado administrativo que, con la excusa del control, ha derivado en burocracia. Una burocracia que, lejos de ser el mejor sistema para evitar la corrupción, amenaza con instalarse en la ineficiencia. El escritor Ludwig Bórne, ya a principios del XIX, decía que «si la naturaleza tuviera tantas leyes como un estado, ni Dios podría regirla». Necesitamos ir «más allá de la burocracia», transformando las instituciones actuales en instituciones que aprenden, al servicio del cambio y del progreso, protagonistas de una cultura de innovación anticipativa y proactiva, no solo reactiva, que recupere el «espíritu emprendedor de las instituciones públicas», definitorio de una institución pública moderna, a la que la asunción de riesgos no resulta algo ajeno. Es un desafío que deben asumir los partidos, siendo imperioso alcanzar un compromiso para sacar del debate público oportunista, populista y torticero a la «cosa pública».
Ese compromiso pasa por revisar el entramado administrativo de normas y procedimientos, que coarta en exceso la capacidad de gestión de los profesionales de la cosa pública, para hacerlo menos pesado, interventor y coercitivo, de manera que podamos sentar las bases de una gestión pública eficiente e innovadora. Los nuevos modelos de gestión se inspiran más en valores que en reglas. Menos procedimientos reglados ad-infinitum y más agilidad en la gestión. Menos burocracia y más innovación. Las organizaciones construidas sobre reglas eliminan la capacidad creativa, se vuelven defensivas y desconfiadas, matan la iniciativa y clonan a sus miembros. No solo eso, como recuerda el conocido escritor Harari, «a medida que las burocracias acumulan poder, se hacen inmunes a sus propios errores. En lugar de cambiar sus relatos para que encajen con la realidad, pueden cambiar la realidad para que encaje con sus relatos».
La implantación de un nuevo modelo de administración pasa, también, por la dignificación de la figura del profesional-gestor público, para lo que se necesita un marco de condiciones profesionales y económicas razonables -sistema de retribución, evaluación del desempeño y carrera profesional- que resulten atractivas e incentivadoras, y no disuasorias, para todo profesional interesado en desarrollar su carrera en este ámbito de actividad. Necesitamos contar con los mejores. Es básico abordar un modelo de relación fluida entre la esfera pública y la privada, estableciendo puentes entre los dos mundos, que supere el actual debate, desenfocado, de las «puertas giratorias». Me gustaría disponer de un sistema institucional en el que, de forma natural y transparente, con garantías adecuadas, se facilitase el paso de lo público a lo privado y viceversa. El desafío exige profundizar en una nueva cultura de cooperación de las instituciones públicas con los agentes económicos y sociales, que va más allá del conocido enunciado de la colaboración público-privada.
En unos tiempos en los que se necesita revisar, repensar y reformular el modelo de desarrollo en términos de bienestar y cohesión social, debemos dotarnos de las mejores instituciones -preparadas, flexibles, ágiles y emprendedoras- y los mejores profesionales para hacer que esto sea posible. No en vano, teóricos institucionales, como Huggins y Thompson, argumentan que las diferencias de crecimiento y prosperidad entre naciones, ciudades y regiones están fundamentalmente relacionadas con el tipo, estadio de desarrollo y eficiencia de las instituciones económicas y políticas. Y necesitamos ponernos manos a la obra, porque es crítico y, como diría el poeta T.S. Eliot, «todo puede ser cambiado, pero nada cambiará si no se comienza». Quizás sea un buen momento para comenzar...
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